El rechazo a México

Ian Vásquez estima que en la postura de EE.UU. frente a México está en juego no solo su relación con México, sino también como ve Washington al resto de la región y a buena parte del mundo.

Por Ian Vásquez

Por el mero hecho de compartir una frontera enorme con EE.UU., México tiene una influencia desproporcionada en la política exterior de su vecino norteño. Después de Canadá, la relación que tiene EE.UU. con México es la más importante, pues abarca áreas como la inmigración, comercio, narcotráfico y temas de seguridad nacional que afectan directamente a EE.UU. Lo que pasa en México, por lo tanto, condiciona cómo ve Washington al resto de la región y buena parte del mundo.

Ahora, la primera crisis diplomática de la administración Trump ha ocurrido en la caótica primera semana de su gobierno. Ante una programada reunión en la Casa Blanca, Trump trató al presidente Enrique Peña Nieto con una impresionante falta de respeto. Reiteró sus sentimientos de desprecio hacia los inmigrantes al insistir que su prometido muro entre EE.UU. y México se iba construir y, cosa inverosímil, que lo pagarían los mexicanos. Peña Nieto respondió que de ninguna manera. A lo que Trump respondió —por Twitter, el estilo preferido de los populistas— que mejor no venga si no quiere pagar. Por lo que el presidente mexicano canceló la visita.

Parece un juego de niños pero el mandatario mexicano hizo lo que tuvo que hacer. Y las cosas pueden ir de mal en peor. Lo que está en juego con México es la postura que tendrá EE.UU. con el resto del mundo respecto a importantes áreas de política exterior. Este fue el caso de la crisis de la deuda en los ochenta que se inició en México, la reducción oficial de la deuda a finales de esa década, las reformas de mercado a principio de los 90, el tratado de libre comercio en Norteamérica y el rescate masivo financiero de 1995. En cada caso, EE.UU. formuló políticas que luego aplicó en países alrededor del mundo de manera bilateral y a través de organizaciones internacionales.

Lo que está en juego en el mismo México es la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte al que Trump se opone, la inmigración desde México que Trump critica por dañar a EE.UU. y la inversión estadounidense en el vecino del sur. En respuesta a la crisis diplomática, la Casa Blanca anunció, sin dar detalles, que se impondría un arancel del 20% a las importaciones de México. Ya Trump ha “persuadido” a dos grandes empresas estadounidenses a cancelar inversiones mayores en México, pues temen represalias costosas que el Ejecutivo podría tomar. El efecto Trump en México ha significado una devaluación fuerte del peso y un desplome en la inversión.

Pongamos de lado la falta de lógica económica de sus propuestas: un arancel para financiar el muro lo pagarían los consumidores estadounidenses, no los mexicanos; un muro no es una medida eficiente para reducir la inmigración ilegal, y solo construirlo costaría hasta 35 mil millones de dólares; mientras más restrictivas son las políticas migratorias, más tienden a quedarse los mexicanos de forma ilegal en EE.UU. en vez de volver a su país cada año como era la costumbre; el proteccionismo eleva el costo de la vida para los estadounidenses y empobrece a los mexicanos, reduciendo así su potencial de comprar productos exportados de EE.UU., etc.

Desde los noventa, la relación EE.UU.-México ha sido amigable y basada en la integración económica, a su vez basada en la consolidación de la democracia de mercado mexicana. De hecho, ese modelo ha dado estabilidad a México y ha permitido el crecimiento de una clase media enorme. Fueron las reformas de mercado y el tratado de libre comercio que dieron paso a la democratización de México y que, después de su crisis financiera de los noventa, volviera en poco tiempo a recuperarse y seguir con el modelo, un contraste notable con la historia mexicana.

Trump está logrando revertir la postura estadounidense en favor de esos avances. Es obvio que, tal como declaró al Wall Street Journal hace dos años, “honestamente no me importa México”. Una guerra comercial es una posibilidad. Está logrando también unir América Latina en contra de EE.UU., como ya lo están declarando Evo Morales y Rafael Correa. No solamente China, sino la Organización Mundial del Comercio (de la cual Trump amenazó con retirarse), deberían preocuparse.

No hay mucho que los países en desarrollo puedan hacer al respecto. La mejor respuesta es no responder con medidas cortoplacistas y proteccionistas igual de equivocadas.

Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 28 de enero de 2017.