El progreso social de China

Manuel Sánchez González dice que el experimento de China con la colectivización de la tierra condujo a una hambruna que mató a decenas de millones de personas pero que ese fracaso, no obstante, condujo a un ambiente de relativamente mayor libertad económica.

Por Manuel Sánchez González

La extraordinaria reducción de la pobreza registrada durante las décadas recientes en China ha sido resultado primordialmente de las reformas económicas

A lo largo de la gran parte del siglo XX, esa nación padeció un prolongado estancamiento productivo que mantuvo a la mayoría de su población en la penuria. 

El sistema socialista controlaba la economía mediante la planificación central y la propiedad de los medios de producción. La injerencia gubernamental sobre la vida económica y social era avasallante y alcanzó su máximo nivel bajo la presidencia de Mao Zedong, durante los años cincuenta y sesenta. 

Con el programa Gran Salto Adelante, ese gobernante buscó transformar al país de una economía agraria a una industrial. Como la mayor parte de la población era rural, el plan combinaba la colectivización de la tierra, basada en un sistema de comunas cuya generación agrícola subsidiaba el consumo de las ciudades, con metas manufactureras. 

Un objetivo seleccionado fue alcanzar el liderazgo en la producción acerera, sobrepasando al Reino Unido. En cada comuna se establecía la obligación de crear hornos domésticos de acero.

Los recursos de producción eran tan limitados que muchas familias se veían obligadas a recurrir a acciones desesperadas, como quemar puertas o ventanas de sus casas a fin de atizar los hornos o fundir los utensilios de cocina para cumplir con las cuotas del metal.

El experimento de colectivización fue un desastre que condujo a una hambruna, causando la muerte de decenas de millones de personas. No obstante, el fracaso de la estrategia de mando probó ser la semilla de un cambio hacia un ambiente de gradual libertad económica

Tras su llegada al poder en 1978, el presidente Deng Xiaoping aplicó una serie de cambios empezando por el campo. Bajo el Sistema de Responsabilidad Familiar, se privatizó parcialmente la tierra, mediante la asignación de derechos de explotación de predios, igualitariamente distribuidos entre los hogares.

Cada familia tenía un monto de producción agrícola que el gobierno apoyaba con fertilizantes e insumos subsidiados y lo compraba a un precio elevado. La selección del cultivo era libre. Además, las familias podían producir más y vender los excedentes a otras personas o al gobierno. 

Posteriormente, se liberó la actividad económica en las ciudades, permitiéndose la generación de negocios. Se crearon zonas especiales en la costa, otorgando facilidades fiscales, se liberalizaron los precios, y se abrió la economía a la inversión extranjera y al comercio exterior.

Se admitió de forma regulada a migrantes rurales para trabajar o hacer negocios en las ciudades, a condición de que se pudieran sostener. Empero, la migración ha rebasado los registros permitidos. 

Si bien el crecimiento económico alcanzó tasas significativas sólo a partir de mediados de los años ochenta, impulsado por la orientación de China al exterior, la disminución de la pobreza inició y se derivó preponderantemente de las reformas en el campo.

En particular, la pobreza se redujo al ritmo más elevado durante la primera parte de esa década, cuando la producción agrícola se incrementó de forma extraordinaria, como respuesta a los incentivos que tuvieron los campesinos de percibir las ganancias de su trabajo. 

Otro episodio de disminución notable de la pobreza ocurrió a la mitad de los años noventa, cuando aumentaron los precios agrícolas internacionales.

El resultado social de las reformas ha sido espectacular. La proporción de indigentes, según la Línea de Pobreza Internacional de 1,9 dólares de consumo diario, pasó de 88 por ciento en 1981 a 2 por ciento en 2015. En ese lapso, más de 800 millones de personas superaron la miseria. 

Una característica de la mejora en el nivel vida de China es que ha dependido de los cambios económicos y no de programas de alivio a la pobreza. Si bien en años recientes se han introducido algunas medidas para atenuar la pobreza, especialmente la de los migrantes rurales, éstas no han representado la clave del éxito en la transformación social de esa nación.

No existe un modelo de desarrollo económico único que sirva de receta a todos los países. El sistema político y la idiosincrasia de China hacen particularmente riesgoso tratar de trasplantar sus políticas a otras latitudes. 

No obstante, una lección válida para cualquier economía es la necesidad de reconocer el poder de los incentivos. La experiencia de China recuerda que no es el tutelaje gubernamental sino el empoderamiento y la iniciativa de los individuos lo que, en última instancia, les permite mejorar su condición.

Este artículo fue publicado originalmente en El Financiero (México) el 27 de septiembre de 2017.