Una opinión: El problema económico del coronavirus
Manuel Hinds considera que frente a la amenaza sin precedente del COVID-19, lo más importante es mantener intacta la capacidad de producción del país.
Por Manuel Hinds
El gobierno ha comenzado a hablar de la necesidad de activar programas de apoyo económico para contrarrestar las consecuencias económicas de la pandemia. Hasta el momento, sin embargo, ha propuesto medidas que pueden funcionar en otro tipo de crisis económicas pero no en una pandemia —específicamente, realizando obras de infraestructura que den empleo y dinamicen la economía. Esas obras pueden ayudar en otras crisis, provocadas por otras causas, pero no en las causadas por una pandemia, que deprime la economía porque la gente no puede llegar a trabajar a sus empleos. Ese tipo de crisis no se soluciona con la construcción de infraestructura. Si no pueden llegar a sus trabajos normales, tampoco van a poder llegar a trabajar en las obras que planea el gobierno. Esta reflexión vuelve manifiesta la necesidad de hacer un análisis sencillo de la naturaleza del problema y de cómo se puede resolver. Luego se diseñan las políticas que lleven a esas soluciones.
Identificando la naturaleza del problema
El problema planteado por el coronavirus es muy particular: es una crisis severa que puede quebrar a muchas empresas y dejar a muchas personas sin empleo, pero que sabemos que va a terminar en unos meses. Imagine dos crisis que pueden afectar a una comunidad de pescadores. La primera es que su mercado desaparece porque en el país la gente se ha hecho toda vegetariana estricta. En ese caso, la estrategia para ayudarla puede consistir en un programa de reentrenamiento y otro de obras para darles empleo mientras se reajustan. Esto no es lo que está pasando.
Lo que está pasando es como si la comunidad recibe la noticia de que está expuesta a un tsunami. La demanda seguirá existiendo, el negocio seguirá siendo productivo, pero si los pescadores dejan los barcos de pesca en sus muelles, el tsunami los va a destruir, con lo que un problema gravísimo, pero de una tarde, se convierte en un igualmente gravísimo problema, pero de largo plazo: si ya no tienen barcos para pescar, ¿qué van a hacer los pescadores para vivir? En estas circunstancias, la vida de la comunidad depende de lograr sacar los barcos de la bahía, para que el tsunami no destruya su capacidad productiva.
Volviendo a nuestra realidad. Dado el colapso de los viajes y el contacto humano en el mundo, las aerolíneas, los hoteles, los restaurantes, los gimnasios, muchas fábricas, muchas empresas agrícolas y de servicios pueden quebrar en unas semanas. Sería absurdo dejar que quiebren porque al pasar la pandemia igual vamos a necesitar las aerolíneas al restituirse el tráfico mundial, y los hoteles y todas las otra empresas, y si se ha dejado que quiebren la recuperación será larguísima. Igual puede pasar en todos los sectores no sólo por falta temporal de demanda, sino por falta temporal de insumos que no pueden llegar de afuera, o porque los empleados no pueden llegar a trabajar y la empresa no puede sobrevivir pagando a empleados que no están produciendo. Sería absurdo dejar que se destruya la capacidad productiva del país por una oleada que puede ahogarlas en el momento pero que luego va a desaparecer.
El impacto en la población
Lo que pase en las empresas tendrá un impacto enorme en la población. La estrategia para controlar la contaminación está basada en aislar al país del resto del mundo en términos migratorios, y a los pobladores los unos de los otros. Esta última medida es la más efectiva que puede haber para cortar la reproducción exponencial de la enfermedad. Pero la gente no puede solo irse a su casa y no salir por uno o dos meses. Necesita sus ingresos o se muere de hambre. De esta forma, el problema de las personas es la imagen en el espejo del problema de las empresas. Si para reducir sus costos y no quebrar durante la pandemia las empresas tienen que despedir trabajadores, o tienen que hacer lo mismo porque quebraron, la crisis puede convertirse en una pesadilla económica como la que nunca hemos vivido.
En la economía formal, ya hay gente que está trabajando desde la casa. Pero estos son pocos. La mayor parte tiene que ir a sus empleos, incluyendo mucha gente que puede tener ya la enfermedad pero todavía sin síntomas. Es decir, incluyendo gente que transmite la enfermedad y maximiza su crecimiento exponencial. Esto plantea una cruel disyuntiva: para que la población sobreviva, tendría la gente que ir a trabajar, lo cual maximiza las probabilidades de que el virus se extienda rápidamente, que haya más casos de coronavirus, que se llenen más los hospitales, y que haya más muertos. Como se dice popularmente, el país se encuentra entre una roca y un lugar muy duro.
Saliendo de la disyuntiva fatal
El objetivo fundamental de la estrategia debe ser no cortar la conexión entre la población y las empresas, o entre la población y sus puestos de trabajo, cuando no puedan ir a trabajar debido al aislamiento que es esencial para derrotar al coronavirus. De esta forma, cuando pase la crisis, las empresas e instituciones que serán siempre necesarias, los barcos pesqueros, allí estarán para el momento de la recuperación.
Este debe ser el objetivo fundamental. Lleva implícita la protección a los trabajadores, el apoyo a las empresas y el mantenimiento de la cohesión social porque apoya al que apoye a todos.
Este objetivo necesita varios tipos acciones, que en este artículo esbozo sólo de una manera general para no distraer la atención de los temas más importantes. Para considerar estas acciones es indispensable tomar en cuenta la división entre las economías formal e informal que existe en el país.
En la economía formal
En la economía formal, el gobierno debe orientar su ayuda económica a mantener vivas las empresas que paguen el total, o una parte suficiente, de los salarios a todos los trabajadores que tengan que quedarse en la casa, por aislamiento personal o porque el gobierno ha ordenado el cierre de sus actividades.
Es importante notar que para lograr esto es necesario que sean transferencias directas de dinero con exenciones temporales de impuestos (asociadas con el número de empleados mantenidos en la inactividad) pero que no generan deuda. Préstamos no tienen el efecto deseado porque cargan a las empresas con mayores pesos financieros y disminuyen su capacidad de mantener el empleo. Los instrumentos para transferir fiscalmente estos recursos pueden discutirse después. Igualmente debe discutirse exhaustivamente la manera en la que este, y otros procesos discutidos aquí, serían auditados.
En la economía informal
La economía informal no paga impuestos, por lo que no se le puede ayudar con rebajas de impuestos. Sus miembros tampoco son localizables como para mandarles cheques como en EE.UU. y en otros países. Ana María Reymundo, de 88 años, presentada en El Diario de Hoy de ayer, es un caso típico. “No quieren que uno salga a trabajar, pero yo no tengo pensión. ¿Y cómo voy a hacer yo? Si no salgo a vender, no como”.
A estas personas hay que ayudarlas con redes que las ayuden directamente en comunidades en las que todos se conocen, que incluyan entre sus actividades la provisión de comida (con cocinas como durante la Gran Depresión) y la ayuda con otros gastos indispensables para vivir. El manejo de estos fondos debe dejarse a las comunidades mismas, que son las que pueden realizar la auditoría necesaria de una manera eficiente.
Otras actividades
En la planificación de un proceso complejo como el propuesto aquí siempre surgen otras propuestas que pueden ser necesarias también. Pero además se proponen muchas otras cosas que realmente no se orientan al logro del objetivo sino a atender intereses especiales. Esto se debe evitar. La estrategia no debe convertirse en un árbol de Navidad con algo para todos. Mientras más cosas se le metan, menos se van a lograr los objetivos. La manera de evitar esto es discutir el tema comenzando con analizar el problema, diagnosticarlo, y especificar los objetivos. Ya una vez hecho esto, cualquier propuesta tiene que justificarse porque es necesaria para lograr el objetivo, no porque se me acaba de ocurrir y porque sería buena.
Los costos
Los costos de cualquier programa que quiera cumplir con los objetivos arriba mencionados son muy altos, sin duda. Altísimos. Pero son mucho, infinitamente más altos los costos de no hacer nada, y así no lograr estos objetivos. La economía salvadoreña quedaría totalmente destruida y la recuperación sería innecesariamente larga —eso sin hablar de los problemas sociales y políticos que se vendrían si un porcentaje alto de la población se queda sin poder trabajar, o destruida por los efectos del virus—. Yo he sido siempre enemigo de gastar en cosas sin sentido y de endeudarse para ellas. Pero este sí es un caso de vida o muerte para la economía del país. No se puede permitir que por unos meses de epidemia quedemos con un país en caos.
La capacidad de pago
A pesar de todos los desperdicios que ha habido, el país todavía tiene capacidad de pago y hay que usarla para financiar este gran esfuerzo. Por supuesto, habrá muchos que pensarán que no hay que gastar más, y menos tomar prestado más para no afectar esa capacidad de pago. Pero en este punto es necesario recordar que los muertos tienen cero capacidad de pago. Dejar que perezcan las empresas y que la gente pierda sus empleos es dejar que la economía se muera. En este momento lo más importante es mantener lo más intacta posible la capacidad de producción del país y el mantenimiento del empleo de la gente, que, como sabemos, se recuperará después de unos meses.
Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de Hoy (El Salvador) el 18 de marzo de 2020.