El precio de la libertad: ¿Por qué los políticos subestiman a la gente?
Víctor Pavón explica que en todas partes los gobernantes buscan maximizar sus propios intereses y no precisamente los de la ciudadanía.
Por Víctor Pavón
¿Por qué luego de jurar sobre la Biblia y la Constitución, los políticos con la mano en el corazón, habiendo prometido al electorado que cumplirán con ellos, luego les roban sin remordimiento, se auto adjudican privilegios y altos ingresos, aumentan los déficits y la deuda reconociendo incluso que lo pagarán la misma gente que los votó?
Las razones de esta tendencia se encuentran en que, en todas partes, los gobernantes buscan maximizar sus propios intereses y no precisamente los de la ciudadanía como usualmente e ilusamente algunos siguen creyendo; con el agravante que, de ese modo, subestiman a la población considerándose como los únicos que saben lo que se debe hacer.
Subestimar nunca ha sido buen consejero, ni en las relaciones personales, así como tampoco lo es en la guerra y en la misma política. Subestimar es considerar a los demás por debajo de lo que realmente son. Aun aquellos que reniegan de lo que es la política y lo que implica, resulta que la misma mediante los respectivos cuerpos colegiados tienen consecuencias sobre la vida, la libertad y la propiedad de cada individuo.
Si se sigue considerando que el ejercicio de la política se lleva a cabo únicamente cada cinco años al momento de hacer uso del voto, entonces no debería extrañarnos que los políticos subestimen cada vez más a la población y ésta repudie a la democracia constitucional como que no le da respuesta alguna. Este es un error. La causa de la decepción es otra.
La política no se limita al espacio de interés de los partidos políticos. Es un espacio para que el ciudadano común de la calle entienda de lo importante que resulta su participación para construir una ciudadanía más educada, crítica y vigilante de lo que hacen sus dirigentes que están ocupando un cargo en el Estado.
Lo pesadilla en una sociedad se instala con una ciudadanía desinteresada y alejada de lo que dicen y hacen sus políticos, aun cuando lo que digan y hagan tenga las mejores intenciones. Cuando esto ocurre, los dirigentes encuentran el espacio suficiente para seguir avanzando sobre la libertad y la propiedad de los individuos. Esto además de peligroso es un error no imputable precisamente a los políticos, sino a la ciudadanía que considera no les afectará tanto lo que aquellos deciden por ellos. Y la realidad es bien diferente.
En estos momentos, el propósito reeleccionario presidencial puede avanzar hasta llegar a la Corte Suprema, situación que debería ser considerada por la ciudadanía como la última barrera institucional que, por cierto, no resulta garantista como debiera, debido a que el máximo órgano jurisdiccional y la propia administración de justicia se encuentran dependiente de los intereses que los políticos defienden para sí.
La principal valla republicana en contra de cualquier forma de autoritarismo es otra y está en la Constitución basada en la filosofía de la libertad; pero la misma se convierte en una mera declaración sin hombres y mujeres críticos, vigilantes y participativos que se expresen en las calles y en lugares que sea necesario por un país en el que los políticos, del sector que provengan, no les sigan subestimando haciéndolos de menos.
Cuánta razón tenía Thomas Jefferson cuando pronunció su memorable frase: "El precio de la libertad es la eterna vigilancia".