El pragmatismo de Aung San Suu Kyi

Víctor H. Becerra y Miguel A. Cervantes relatan cómo Aung San Suu Kyi pasó de combatir la cultura autoritaria de Birmania (Myanmar) a ser transformada por esta una vez que llegó al poder.

Por Victor H. Becerra y Miguel A. Cervantes

Hablar de Aung San Suu Kyi tal vez parezca irrelevante a algunos, aunque el interés hacia esta mujer cobra importancia por destacarse en las luchas sociales de su país, Birmania (oficialmente conocido como República de la Unión de Myanmar), como defensora de la democracia. Su padre, Aung San, fue un general que luchó contra el dominio británico, hasta la independencia en 1948. En continuidad, ella fue una mujer destacada por su carácter, la cual durante muchos años presentó una dura resistencia a la dictadura militar de aquel país (que gobernó de 1961 a 2011), que ganó el Premio Nobel de la Paz en 1991, y que ejerció una continua y ejemplar presión para cambiar la cultura autoritaria de Birmania, logrando reformas en la política.

Suu Kyi fue reconocida como una gran figura política al pronunciar profundos discursos filosóficos, los cuales inspiraron al pueblo birmano a buscar cambios en la estructura gubernamental, tales como “La única prisión real es el miedo” y “La verdadera libertad es apartarse del miedo”.

Con el pasar de los años la resistencia a la dictadura que ella encabezó, comenzó a ganar espacios públicos, hasta ganar puestos de representación política. Suu Kyi ya en los más altos puestos políticos, en 2015 (aunque ejercía una gran interlocución política desde 2011) y como poder de facto, cambió su tradicional actitud combativa, por una gestión de indecisión: pareciera que fue absorbida por el entorno. Así, el status quo se impuso, dando lugar al pragmatismo más vulgar.

En su participación en el Foro Económico Mundial de Suiza, en 2011, dijo que en Birmania había buenas leyes, pero que no eran aplicadas. Lo cual mostró una enorme superficialidad, a pesar de sus bellos discursos filosóficos. Suu Kyi así daba las primeras señales de no querer cambiar la estructura legal e institucional de su país. Empezaba a dar muestras de inclinarse hacia la vieja cultura del régimen que combatió.

En la Presidencia, Suu Kyi cayó en la apatía, sin mostrar voluntad de usar su liderazgo para empujar y administrar los necesarios cambios institucionales del sistema económico, ni interés en atraer inversiones extranjeras masivamente. La nueva presidenta no mostró voluntad de cambiar el código de inversiones extranjeras. En buena medida, todo ello se debió a lo que creyó era necesario: no enemistarse con los empresarios y terratenientes heredados de la dictadura militar, por una parte, y por la otra, no enemistarse tampoco con la mayoría étnica birmana ni con el ejército, como condición de sobrevivencia electoral y política. Con ambas declinaciones, Suu Kyi preparó el regreso del autoritarismo a Birmania.

Hoy, Birmania se encuentra en el lugar 151 de 162 países en el ranking de libertad económica del Fraser Institute. Y se ha mantenido en los peores 10 lugares en este ranking en la última década. La llegada de Aung San Suu Kyi al poder, no ha significado libre mercado ni reformas profundas en esa dirección.

Asi, en la encuesta minera del Fraser Institute 2016, Birmania se encuentra clasificada en el lugar 91 de 104 países mineros, y de hecho el país ha bajado en el ranking desde la primera vez que fue clasificado, en el 2014. Lo cual es un gran desperdicio de oportunidades de crecimiento, ya que Birmania es rica en rubíes y otras gemas. En la encuesta petrolera del mismo Fraser Institute, Birmania se encuentra en la posición 60 de 80 países. Todo esto nos indica que con la llegada de Aung San Suu Kyi, no ha existido una transición hacia una mayor apertura de mercado.

A Suu Kyi le resultó más práctico retomar las prácticas rígidas y verticales que usaba el antiguo régimen, para manejar la gran complejidad del país. De ese modo, en lugar de usar su liderazgo para lograr reformas y establecer el rumbo con una visión de libre mercado, que inspirara a los birmanos a superar limitaciones y embarcarse hacia un futuro más promisorio. Ya en el poder, no ha hecho nada por auxiliar a los grupos musulmanes, de la minoría rohinyás, que han sido marginados por años y sufren una masacre étnica por parte de la mayoría birmana, de religión budista.

Parece que el espíritu transformador de Aung San Suu Kyi languidece, sus motivaciones por cambiar la vida social de sus habitantes y hacerlos prosperar simplemente se agotaron, terminaron en el momento en el que alcanzó el poder, desnaturalizando la causa opositora.

Suu Kyi creyó que la lucha terminaba ahí, con su llegada de facto al poder y con la democracia, y no comprendió que la lucha se traslada a las trincheras institucionales para desde ahí, cambiar la cultura autoritaria heredada del régimen militar.

Olvidó que la democracia se construye en el devenir diario y es un compromiso a largo plazo que no se interrumpe al llegar al poder. Paradójicamente la lideresa política, ahora pertenece a la misma élite de los generales, lo cual quizá no se vería mal, siempre y cuando continuara combatiendo los problemas que aquejan a su pueblo,y si defendiera las libertades que la convirtieron en un ícono mundial de los derechos humanos. En contraste, hoy permite impasible la masacre contra los rohinyas y se han procesado durante su gobierno más periodistas y blogueros que en todo el gobierno anterior. 

Lo malo es que ahora es lejana a la población, quien depositó su confianza en ella, y frente a su nación se despojó del espíritu de arrojo que inspiró a su pueblo, dificultando y hasta posponiendo alcanzar el anhelado cambio en la estructura social.

Hoy, el único objetivo de Suu Kyi es ganar las elecciones presidenciales de 2020, para cumplir un sueño largamente acariciado: ser oficialmente presidenta y concretar un “destino” familiar. Para lograrlo, necesita consecuentar y hasta proteger al ejército, a los empresarios del antiguo régimen y satisfacer los deseos de revancha de la mayoría birmana.

El fenómeno que hoy presenta la lideresa birmana no es exclusivo de los países orientales: parece un problema generalizado entre líderes, sobre todo en las transiciones políticas desde el autoritarismo; el común denominador es que son absorbidos por el entorno donde se desenvuelven.

Esto es algo digno de análisis para los estudiosos del comportamiento humano: líderes que al llegar al poder son transformados por la cultura dominante, al  enfrentarse a una disyuntiva en la toma de decisiones, la cual los paraliza, se encuentran en una encrucijada y titubean: no saben si retomar la vieja cultura o llevar a la sociedad por nuevos rumbos. Eso ha pasado en muchos regímenes autoritarios que eligen cambiar hacia un modelo democrático, sin hacer reformas de libre mercado. Por eso es importante hacer reformas de libre  mercado, ya el libre mercado crea nuevas instituciones y nuevas prácticas, oxigena a la sociedad, desarrolla nuevos actores, fortalece la democracia.