El populismo reinante

Víctor Pavón dice que no basta con defender los derechos políticos y la estabilidad macroeconómica, sino que adicionalmente se deben garantizar las inversiones, la propiedad privada y el libre mercado.

Por Víctor Pavón

Los gobiernos, en todo tiempo y lugar, tienen mil maneras de provocar más problemas que soluciones a la población. Las malas legislaciones, regulaciones, presupuestos deficitarios, licitaciones amañadas, robo y  corrupción impiden a las personas y a sus familias mejorar sus condiciones de vida. 

Sin embargo, en la historia se ha comprobado  y en particular luego del advenimiento en la era moderna de la Revolución Industrial en Inglaterra, hacia el año 1740 en adelante, que el poder político puede convertirse en un facilitador del progreso o al menos en uno que estorbe menos.

Para dicho propósito los gobernantes tienen que aceptar que las medidas de protección a la libertad y la propiedad privada con una sana administración de justicia son la causa del cambio transformador, del mismo progreso. Se requiere desterrar el populismo como una idea y práctica política que considera la solución de los problemas como una dádiva llevada a cabo mediante la redistribución de la riqueza, sin tomar en cuenta  cómo elevar la producción y la productividad.  

Al populismo poco o nada les interesa todo aquello que implique producir más y mejor. Le importa repartir dinero a las masas apelando a la propaganda de que los enemigos del “pueblo” son los que más tienen.  

El populismo genera una perversa conducta. Hace depender a la gente de los políticos que de ese modo sacan jugosos  réditos cuyo resultado es la riqueza mal habida. Ocurre que siempre habrá necesidad de más dinero para cumplir con los simpatizantes. Si falta dinero es cuestión de fabricarlo de algún lado, lo que incentiva el intervencionismo estatal con políticas fiscales y monetarias que terminan en inmorales endeudamientos públicos, más impuestos e inflación

Mientras tanto, la economía se estanca, se eleva el desempleo y la inseguridad campea en las calles. Y ahora, ¿de dónde saldrá el dinero a repartir? Son cada vez menos los que todavía producen. Los que se esfuerzan con sus talentos, inversiones y trabajos son asfixiados por la burocracia inútil, corrupta y con tributos sin contra prestación alguna. 

El dinero que se va redistribuyendo para supuestamente “luchar contra la pobreza” se vuelve incontrolable, no tiene forma de ponerle límites en las partidas presupuestarias. Cada vez son más los que empiezan a formar filas para contar con la “ayuda” que viene de “arriba”. 

En nuestro país, no es suficiente defender los derechos políticos y la estabilidad macroeconómica. Los políticos populistas que dicen gobernar para los pobres –como a muchos les encanta decir– necesariamente deben garantizar la inversión, la propiedad privada y el libre mercado.