El poder y el dinero
Axel Kaiser explica que "El dinero es un medio de intercambio de bienes y servicios que siempre requiere de una voluntad concurrente para operar. Si usted hace algo por dinero lo hace voluntariamente, si lo hace con una pistola en la cabeza lo hace en contra de su voluntad. Lo primero no es poder, lo segundo si".
Por Axel Kaiser
“Puedes tener todo el dinero del mundo Raymond, pero yo tengo a todos los hombres con armas”. La cita es de Frank Underwood, el personaje principal de la famosa serie House of Cards. En ella, Underwood le habla al multimillonario amigo del presidente de EE.UU. Raymond Tusk, explicándole una distinción que resulta fundamental en teoría política y que la contingencia actual ha llevado al centro del debate: la de dinero y poder.
Los realizadores de la serie, asesorados por varios expertos, lograron destilar notablemente la diferencia entre ambos: el poder es la capacidad de imponer, por la fuerza, la voluntad propia a otro. El dinero es un medio de intercambio de bienes y servicios que siempre requiere de una voluntad concurrente para operar. Si usted hace algo por dinero lo hace voluntariamente, si lo hace con una pistola en la cabeza lo hace en contra de su voluntad. Lo primero no es poder, lo segundo si. En una sociedad moderna la única fuente de poder es el Estado, pues es este el que concentra todos los medios coactivos en unas pocas manos. Como explicó Max Weber, el carácter distintivo del Estado es que es una comunidad humana —no un ente abstracto— que aplica la violencia física sobre quienes viven en un determinado territorio. Y lo hace de manera que es “considerada” legítima. La legitimidad es la diferencia central que existe entre una banda de criminales que llega a arrebatarle a usted sus ingresos por la fuerza y un funcionario de gobierno respaldado por policías y militares que viene a cobrarle impuestos. En el primer caso usted considera ilegítima la agresión, en el segundo el mismo acto de agresión lo considera legítimo. Weber dice por lo mismo que “el Estado es la única fuente del derecho a la violencia” y que es “una relación de dominación de hombres sobre hombres, que se sostiene por medio de la violencia legítima”.
Ahora bien, lo opuesto al poder así definido es la libertad entendida como ausencia de coacción. La expansión del Estado, salvo cuando su función es la protección de la libertad misma, es, por lo tanto, siempre y necesariamente contraria a la libertad de las personas. Pues su actuar se basa en la violencia física o la amenaza de ella y en consecuencia impone una voluntad ajena a los individuos. Por eso el liberalismo clásico, desde sus orígenes, se preocupó por limitar el poder concentrado en el Estado. John Locke, justificando la Revolución Gloriosa de 1688 que terminó el asalto absolutista en Inglaterra, definió la libertad como “ser libre de restricciones y de la violencia de los demás” de modo de “no ser sometido a la voluntad arbitraria de otro, pudiendo seguir libremente la propia voluntad”.
La lógica del Estado, como hemos visto, es la inversa. De ahí que el dinero, como lúcidamente advierte Underwood a Tusk, empresario que busca influir a través del presidente para obtener una legislación que lo beneficie, solo pueda conseguir poder a través del Estado. Nadie, por rico que sea, tiene medios coactivos a su disposición y por tanto no tiene poder en un sentido estricto. Mucho más poder sobre su vida tiene el funcionario de menor jerarquía del Servicio de Impuestos Internos o del Registro Civil que debe timbrarle un papel para que usted pueda funcionar que Bill Gates o cualquier millonario local. Esto porque los funcionarios tienen a los hombres armados a su disposición, el rico no. Si usted no hace lo que el Estado quiere lo meten preso, lo castigan le rematan sus cosas, etc. Pero usted no tiene por qué hacer lo que el rico quiere.
Es precisamente porque los ricos —y los diversos grupos de interés sectoriales y sindicales— no pueden imponer a otros su voluntad usando la violencia, que buscan acercarse al poder político, pues son los gobernantes quienes controlan a los hombres con armas y nos dominan y son por lo mismo la fuente por excelencia de privilegios arbitrarios. Pero también buscan acercarse por temor a que ese poder los liquide. Nada puede ser más peligroso —en el corto plazo— para un empresario que estar de malas con los gobernantes o la clase política. Todo tipo de permisos, papeles y licencias sin los cuales no hay inversión que se pueda realizar, tienen que ser aprobados por funcionarios leales a partidos políticos. Además, los gobernantes siempre pueden disimuladamente utilizar los diversos servicios estatales para hostigar a quien deseen y en el peor de los casos incluso pueden confiscar la propiedad de sus enemigos. Esa es la diferencia entre tener poder y tener dinero.
Ludwig von Mises destinó bastante esfuerzo a explicar este punto que House of Cards magistralmente capturó. El rico, dijo Mises, solo puede ser rico en un orden libre si sirve a los consumidores y en el minuto que deja de hacerlo pierde su pedestal. Como eso es difícil, buscan protección y privilegios del Estado, algo que Adam Smith denunciaría ya en su obra La riqueza de las naciones. En ella, Smith observó que un Estado limitado y una amplia libertad era lo único que podía prevenir que empresarios mercantilistas obtuvieran el poder del que carecían a través de arreglos con la clase gobernante. No es raro que desde tiempos inmemoriales la mayoría de los grandes intereses económicos hayan apoyado estados grandes e interventores.
Ahora bien, es cierto que los ricos pueden usar su dinero para influir esparciendo sus visiones e ideas, pero eso no solo es totalmente legítimo en una sociedad libre sino que la misma sociedad libre se encarga de neutralizar en parte esa influencia al permitir que distintas visiones compitan y las personas elijan libremente. Intentar restringir esa nebulosa influencia mediante el poder estatal, en cambio, destruiría los cimientos de la sociedad civil liquidando uno de los frenos más efectivos a la dominación que ejercen los gobernantes. Como resultado, el sistema sería todavía más corrupto. Y es que el poder, esto es, la posibilidad de imponer a otros una voluntad ajena, jamás es neutral y suele, como observó Lord Acton, servir a quien lo ejerce.
Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio (Chile) el 19 de mayo de 2015.