El poder de los ricos

Por Walter E. Williams

Los muy ricos no se merecen todo el alboroto que gira alrededor de ellos en estas elecciones presidenciales. Según las más recientes estadísticas del Departamento del Tesoro, el 1 por ciento tope en ingresos son quienes ganan más de 300 mil dólares al año. Un ingreso de 300 mil o 400 mil dólares al año es impresionante, pero no necesariamente los coloca entre los ricos de verdad, con fabulosos yates y aviones Gulfstream. Los verdaderamente ricos son gente como Bill Gates (con una fortuna de 46 mil millones de dólares), Warren Buffett (43 mil millones) y Paul Allen (21 mil millones). En total, hay unos 275 estadounidenses con fortunas personales de más de mil millones de dólares. Tener un par de millones no le consigue gran respeto entre los verdaderamente ricos.

Quienes pertenecemos al 99% restante podemos ignorar a los muy ricos. Nuestra atención la merecen otros temas, en lugar que los políticos distraigan nuestra atención diciendo que los muy ricos no están pagando la parte que les corresponde en impuestos o que les han bajado los impuestos. La razón por la cual podemos ignorar a los ricos es que ellos tienen muy poco poder sobre nuestras vidas.

Inclusive si Gates, Buffett, Allen y los otros 272 súper millonarios se pusieran de acuerdo, ¿a qué nos podrían obligar? ¿Acaso podrían arrebatarnos nuestras propiedades para proteger animales en peligro de extinción? ¿Podrían obligarnos a usar el cinturón de seguridad cuando manejamos nuestro automóvil? ¿Podrían someter a nuestros hijos a infames escuelas del gobierno? ¿Podrían obligarnos a pertenecer a un muy poco atractivo sistema de pensiones gubernamentales? Todos los multimillonarios tienen escaso poder sobre nosotros, comparado con el inmenso poder que tienen los políticos y los burócratas. Estos sí nos obligan constantemente a hacer cosas en contra de nuestra voluntad.

Claro que los muy ricos sí pueden lograr cierto poder sobre nosotros, pero primero tienen que gastar fabulosas sumas de dinero convenciendo a los políticos a que metan la mano en nuestros bolsillos. Los ejecutivos ricos de las grandes corporaciones pueden utilizar dinero e influencias para que los políticos manipulen el mercado a su favor, como por ejemplo imponiendo cuotas y aranceles a la azúcar importada de América Central y del Caribe, de manera que los azucareros de EEUU puedan cobrar precios altos y aumentar su fortuna.

Podemos tener la tentación de culpar a los ricos, pero no estoy de acuerdo. Por ejemplo, Donald Trump casi logró que las autoridades municipales sacaran a Vera Coking de su casa para que él pudiese ampliar su casino en Atlantic City. Y si no hubiera sido por el Institute for Justice, una fundación libertaria sin fines de lucro, lo hubiera logrado. Si Donald Trump hubiera tratado él mismo de sacar a Vera Coking de su casa, lo hubieran arrestado. Evitó ese riesgo convenciendo a los políticos y burócratas a que lo hicieran por él.

Y hay algo que yo todavía no logro entender. A los izquierdistas –sean políticos, profesores universitarios, activistas de derechos humanos o líderes sindicales– les encanta denigrar de los ricos. Pero, al mismo tiempo, muchos de sus adorados héroes son multimillonarios como John Kerry.

Si Kerry es electo presidente de Estados Unidos será el presidente más rico de la historia y su vicepresidente un abogado litigante súper millonario. Los izquierdistas también idolatran a los multimillonarios de Hollywood y a los demás miembros de la industria del entretenimiento. Yo quisiera saber en qué se basa la izquierda para aborrecer a ciertos millonarios mientras adoran a otros.

En cuanto a mí, yo no tengo nada contra los ricos. Me he pasado la vida tratando de ser uno de ellos.

Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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