El poder de lo invisible

Manuel Hinds sostiene que la gran debilidad de los latinoamericanos es que han identificado erróneamente las fuentes de la riqueza, creyendo que esta se da por cosas visibles, como el oro, los diamantes, y la plata.

Por Manuel Hinds

En un artículo anterior noté cómo América Latina, por enésima vez desde su independencia, se encuentra en una situación funesta: 11 de los 18 países o han caído ya en una tiranía populista o están en peligro grave de caer en una en el futuro cercano. Esto no es nuevo. Por doscientos años, desde su independencia, los países de la región han saltado de caudillo en caudillo, dilapidando su capacidad de crecer.

La trampa que ponen a los pueblos estos caudillos es bien simple. Acusan al presidente de turno y sus partidarios de ser los culpables de la pobreza del país por robarse el dinero de la gente, y por perpetuarse en el poder. El caudillo, cuando es aspirante, promete que él no va a robar, que les va a quitar el dinero a los ricos para repartirlo y hacer ricos a todos, y que no se va a quedar en el poder. Sube al poder, roba más que los anteriores, no tiene ningún plan para desarrollar al país ni le importa, el país sigue empobrecido o peor, se empieza a reelegir después de haber metido presos a sus posibles competidores, y, después de varios años, con el país quebrado, se lo baja otro candidato a caudillo, y se repite la historia.

Tiene que haber una debilidad muy grande en el pueblo latinoamericano que lo ha hecho caer en la misma trampa por doscientos años. En la raíz de esta debilidad está una mala identificación de lo que da la riqueza a las naciones. Persiste en la región la idea de que esta riqueza está dada por cosas visibles, como el oro, los diamantes, y la plata, que son susceptibles de ser robadas. En realidad, esas cosas almacenan riquezas, pero la riqueza no surge de ellas sino de cosas invisibles, capacidades en realidad, que son las que dan el poder para adquirirlas y las hacen valiosas. Estas cosas son el conocimiento, la capacidad de organizar actividades complejas, y la concreción de esa capacidad en instituciones que sostienen la democracia y el imperio del derecho. Las naciones que tienen estas capacidades y las concretan en producción son las que desarrollan poder económico, militar y político, que a su vez crean la demanda para que las cosas que ellos requieren adquieran valor.

Así, por ejemplo, el petróleo existió por toda la historia, pero sólo se convirtió en fuente de riqueza hasta que se inventó el motor de combustión interna. Igual pasó con el uranio y la invención de la energía nuclear, y con el hierro, y con el cobre, con el oro, y con la plata, y con todos los recursos naturales…con todas las cosas. La verdadera fuente de riquezas, la original, es la unión de esas capacidades invisibles, ninguna de las cuales se puede robar. Trate de robarle las Universidades de Oxford o Cambridge a Inglaterra o Apple a EE.UU. o el poder creativo de las tradiciones de Roma y del Renacimiento a Italia.

Pero, creyendo que la fuente de las riquezas es material y robable, en Latinoamérica la gente cree que si alguien tiene riquezas es porque la ha robado de los pobres, y no cree que la riqueza es expandible con el conocimiento, la capacidad de organización y la institucionalización. Cree que los países desarrollados son ricos porque han robado el desarrollo de los países subdesarrollados, no por su capacidad de crear nueva riqueza.

Este error tiene efectos terriblemente perversos en el desarrollo de los pueblos. Al ignorar las verdaderas fuentes de riqueza, no buscan adquirirlas y se hunden en el estancamiento. Además, adquieren la idea de que la riqueza se adquiere sin hacer nada, excepto quitársela a alguien más. Quieren ser los que tienen el petróleo, no los que, por tener las capacidades invisibles, tienen la plata para comprarlo. Y esto los vuelve vulnerables a la idea de que si son pobres es porque les han robado su riqueza, y les creen a los caudillos que les dicen que les van a quitar la riqueza a los ricos y se las van a dar a ellos.

En el fondo, uno no puede dejar de ver en esta tragedia la acción de la envidia de los que, incluyendo a los caudillos, sus serviles y los que los apoyan desde el pueblo, carecen totalmente de las capacidades que realmente crean riqueza. Se ve en los caudillos que quieren sacarse el resentimiento de no haber estudiado, y en los que se ven en ellos, que quieren demostrar que no estudiaron porque son mejores que los que lo hicieron. Para ellos, el triunfo de la ignorancia es un triunfo personal sobre los que han odiado por años mientras que su fracaso sería la destrucción de su ego.

Ese resentimiento ha llegado a crear una cultura de la ignorancia en la que, mientras más ignorantes sean y parezcan la sociedad y los caudillos, mejor. La ignorancia y la vulgaridad se han vuelto motivo de orgullo. Y, de una manera insidiosa, esto se traduce en la negligencia de la educación en la región, que tiene una representación en términos de logros académicos y de integración a la economía del conocimiento muy por debajo de lo que se podría esperar de sus 663 millones de habitantes.

El triunfo de esta cultura de desprecio al conocimiento en Latinoamérica se nota también en el contraste que se ha creado entre los modestos triunfos que los inmigrantes latinos han logrado en los países desarrollados y los enormes éxitos alcanzados por los inmigrantes de otras regiones pobres que dan valor a la educación. Hay miles de ejemplos de inmigrantes asiáticos de primera generación que ahora son famosos académicos, profesionales y empresarios de alta tecnología —algo que los latinos no han logrado, con muy pocas excepciones.

La esencia de esta tragedia es que, a través de esta cultura de la ignorancia, el pasado de pobreza predomina sobre el futuro de abundancia que la región podría obtener si desarrollara esas capacidades invisibles que son las verdaderas fuentes de la riqueza de las naciones. Y esto lleva a la repetición infinita de la misma estafa por parte de los caudillos que ya son una marca de la historia de la región.

Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de Hoy (El Salvador) el 15 de febrero de 2022.