El papá de los Chicago Boys cumple 100 años
Iván Alonso destaca la relación profunda y extensa del economista Arnold Harberger con América Latina a través de su trabajo y sus influyentes ex-alumnos.
Por Iván Alonso
Un hombre con figura de oso, pero de oso bueno, se acerca a su alumno para contarle que ha sacado la nota más alta posible en su curso de finanzas públicas. ‘Hang in there!’, le dice: “¡sigue así!”. ¿Qué más puede esperar un simple mortal?
Arnold Harberger es uno de los dioses del Olimpo de la economía. Ayer sus colegas y amigos celebramos sus 100 años en una fiesta por Zoom en la que hablaron el premio Nobel James Heckman, luminarias como Deirdre McCloskey y distinguidos discípulos como Carlos Alfredo Rodríguez y Daniel Artana de Argentina, Sebastián Edwards y Rolf Lüders de Chile, Paco Gil y Agustín Carstens de México.
Esta lista de exalumnos no es casual. Su relación con América Latina ha sido extensa y profunda. No es estrictamente el creador del programa de cooperación que llevó a decenas de estudiantes de la Universidad Católica de Chile a hacer posgrados en la Universidad de Chicago, pero sí el que con más entusiasmo, cariño y dedicación los acogió y el que más hizo por atraer a otros estudiantes latinoamericanos, inclusive después de mudarse al clima más soleado de California e instalarse en lo que algunos llamaban la “Universidad de Chicago en Los Ángeles” (UCLA).
Un economista multifacético y eminentemente práctico, cuya obra abarca las causas y consecuencias de la inflación y la devaluación, los efectos económicos de los impuestos y, sobre todo, el análisis costo-beneficio de los proyectos de inversión pública. La prevención del dispendio ha sido la luz que lo ha guiado. La utilidad de un proyecto está en los servicios que presta, no en la inversión que moviliza ni en el empleo que crea. El empleo y la inversión no son beneficios; son costos porque tienen usos alternativos. Solamente los proyectos cuyos beneficios son mayores que sus costos contribuyen al bienestar de la sociedad. Nadie personifica mejor esta enseñanza que su entrañable alumno Ernesto Fontaine, ya fallecido, que durante 40 años dirigió un curso de evaluación social de proyectos para la administración pública chilena, que ha evitado echar al agua decenas de miles de millones de dólares.
Harberger se define a sí mismo como un “misionero de la buena economía”; esto es, de la ciencia económica correctamente entendida y aplicada a la solución de problemas. La clave, siempre, es respetar las fuerzas del mercado: “fuerzas como el viento y la marea; uno las ignora a su propio riesgo”.
Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 26 de julio de 2024.