El nuevo Consenso de Washington

Roberto Salinas León dice que ahora existe un nuevo Consenso de Washington: "gigantescos paquetes de estímulo fiscal, mayor regulación, estatización de empresas con problemas, hasta proteccionismo comercial".

Por Roberto Salinas-León

En épocas pasadas, el famoso “consenso de Washington” expresaba una serie de principios de política económica para encaminar a países de mercados emergentes hacia economías más estables: disciplina fiscal, apertura comercial, flexibilidad en el sistema regulatorio, estabilidad de precios, enajenación de empresas estatales, y otros.

Ahora, el nuevo consenso de Washington parece recomendar recetas contrarias, por lo menos para salir de la profunda crisis que atraviesa el sistema financiero y la economía estadounidense: gigantescos paquetes de estímulo fiscal, mayor regulación, estatización de empresas con problemas, hasta proteccionismo comercial.

En nuestros círculos políticos, hablar del consenso viejo es hablar del culpable de todos los males económicos —aun cuando la etiqueta, un tanto desafortunada, sólo agrupa una serie de principios de sentido común económico. El nuevo consenso sólo añade confusión.

Guillermo Ortiz, gobernador del Banco de México, y ahora también Presidente del Consejo del Banco de Pagos Internacionales (una designación, por cierto, que debe ser fuente de orgullo para nuestro país), decía hace poco que, de alguna forma, lo que se pretende hacer ahora (el nuevo consenso) es para atender los casos de “mañana”, lo que implica que regresar a la normalidad del viejo consenso tendría que quedar para “pasado mañana”.

Sin embargo, independientemente de etiquetas con designación geográfica, o de las medidas de emergencia financiera ahora, el hecho es que la estabilidad monetaria, el equilibrio fiscal y la apertura comercial significaron ubicar a la economía mexicana en condiciones infinitamente superiores para enfrentar la tormenta financiera que se vino encima a partir del verano del año pasado.

Si no queremos tasas de interés reales altas, en forma permanente, si deseamos bajar la inflación a lo que dicta el contrato monetario, si queremos mantener abierto el mercado internacional, habrá, a la postre, mañana o pasado mañana, que regresar a los principios de dejar trabajar, no gastar más de lo que se tiene, y contar con un peso que pueda comprar la misma canasta de bienes mañana (hasta pasado mañana) de lo que puede comprar hoy.

Asimismo, a esto habría que añadir la importancia del manejo de riesgos (es decir, planear para lo peor, aunque esperar lo mejor) y la necesidad de mantener la máxima flexibilidad posible en la economía. El estímulo monetario en la economía estadounidense durante la mayor parte de la nueva década generó incentivos para un sobre-apalancamiento irresponsable —que ahora nos alcanzó a todos. Los productos que se llegaron a vender generaron un falso sentido de seguridad, basados en grados de apreciación inmobiliaria en el futuro. La deuda de consumidores llegó a representar 133% de los ingresos disponibles de agentes económicos.

Ahora, hay que pagar los platos rotos. Los bancos centrales, como decía Paul Volcker, deben enfocarse en el largo plazo, para el corto plazo se arregle por sí mismo.

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