El Muro de Berlín: su creación, su caída, y su legado

Doug Bandow conmemora la caída del muro de Berlín hace 30 años relatando su creación, los antecedentes de su caída y su legado.

Por Doug Bandow

Los candidatos a la presidencia del Partido Demócrata son partidarios del socialismo. Los adultos jóvenes consideran al colectivismo como una alternativa seria al capitalismo. Casi cualquiera por debajo de 40 años tiene escasa memoria del Muro de Berlín, el cual probablemente es el símbolo más dramático de la tiranía más asesina que ha afligido al mundo. Luego de décadas de opresión, cientos de millones de personas finalmente fueron libres, algo que hoy tomamos por sentado.  

El Comunismo Soviético o la Revolución Bolchevique fue un accidente, una consecuencia trágica del colapso social resultante de la Primera Guerra Mundial. En ausencia de ese conflicto, Vladimir Ilyich Lenin probablemente hubiese pasado su vida en el exilio suizo expresando doctrinas radicales y jugando al ajedrez. Sus colegas habrían sufrido en la oscuridad en las prisiones imperiales o en el exilio. El Tsar Nicolás de Rusia hubiese reinado hasta el fin de sus días conforme su país prosperaba económicamente y se reformaba políticamente. La Alemania Guillermina, con una franquicia más amplia que aquella de Gran Bretaña, también hubiese visto un cambio gradual en el poder hacia un gobierno constitucional y liberal conforme el conservadurismo Junker perdía influencia. 

De esta manera, los europeos colectivamente saltaron hacia el abismo del conflicto catastrófico, derivando en un continente dominado por el fascismo, el nazismo, y el comunismo. La Unión Soviética concentró su brutalidad en sus propios personas hasta que Adolf Hitler tomó control de Alemania. El Fuhrer desató la convulsión conocida como la Segunda Guerra Mundial, un conflicto que Hitler empezó pero que no pudo concluir. En 1945, se suicidó en el bunker de la arruinada cancillería de Alemania. Y la Unión Soviética, liderada por Joseph Stalin, ocupó Berlín.

Una Alemania dividida

Alemania fue dividida entre EE.UU., Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética. Las primeras tres combinaron sus zonas en lo que se convirtió en la República Federal de Alemania en 1949. La zona soviética se convirtió en lo que era conocido extra-oficialmente en Occidente como “sogennant”o de la llamada República Democrática de Alemania (GDR, por sus siglas en inglés). Los cuatro poderes victoriosos ocuparon la capital de Alemania, así como también lo que quedaba de Berlín Occidental como un oasis de libertad en el medio de Alemania Oriental. En 1948, Moscú bloqueó las rutas por tierra hacia Berlín, esperando forzar la salida de los aliados; EE.UU. se negó a arriesgarse a enfrascarse en una guerra al forzar el paso y en cambio respondió con el famoso levantamiento aéreo. El siguiente año, Stalin eliminó el bloqueó, aunque las relaciones permanecieron tensas.

Los soviéticos dejaron “su” zona sin activos productivos y crearon una dictadura a imagen suya. El totalitarismo empobreció a los alemanes espiritualmente y económicamente. El resultado fue un éxodo de personas, especialmente de jóvenes y de los profesionales más preparados. Para ayudar a detener la marea humana, Walter Ulbricht de Alemania Oriental, con el respaldo de Stalin, convirtió la imagen de Winston Churchill de la “Cortina de Hierro” en una realidad en 1952, fortificando la frontera con Occidente. Sin embargo, la GDR dejó abierta la frontera interna de Berlín. Una razón era el hecho de que las líneas de ferrocarriles atravesaban la capital. El régimen de Ulbricht empezó a desarrollar una red de ferrocarriles que evitaba a Berlín, la cual fue completada en 1961.

Las personas y el tráfico se movían libremente entre las dos Berlín, lo cual hacia que la defección fuera fácil. Peor aún, notaba el embajador soviético ante la GDR Mikahil Pervukhin, la presencia en Berlín de una frontera abierta y esencialmente no controlada entre los mundos socialista y capitalista provocaba inadvertidamente que la población haga comparaciones entre ambas partes de la ciudad, lo cual desafortunadamente no siempre favorece al Berlín Democrático [del Este].

De hecho, la comparación nunca salió a favor de los comunistas. Republikflucht, o “fuga de la república”, era un crimen, pero en gran medida difícil de controlar. Para 1961, alrededor de 1.000 alemanes orientales estaban escapando diariamente. Entre 1949 y 1961, alrededor de 3,5 millones de personas, o un quinto de la población de la GDR, se habían ido. Los jóvenes productivos estaban desproporciondamente representados entre aquellos que se dirigían hacia Occidente. El pocentaje de personas en edad de trabajar en la población de la GDR cayó de 71 por ciento a 61 por ciento para 1960.

Si esas tendencias continuaban, la GDR dejaría de existir.

Durante algunos años, Ulbricht presionó a los soviéticos para obtener permiso de sellar Berlín también. El Secretario General de la Unión Soviética Nikita Krushchev dijo que no, aparentemente por miedo al simbolismo negativo de encerrar detrás de un muro a los trabajadores en nombre de quienes la revolución supuestamente se había ganado. Sin embargo, cambió su opinión para mediados de 1961, tal vez porque percibió como débil al presidente John F. Kennedy, quien había dicho que no se opondría a la construcción de dicha barrera.

En cualquier caso, durante la noche del 12 de agosto de 1961, el personal de seguridad de Alemania Oriental empezó a construir lo que llegó a ser conocido como el Muro de Berlín. Inicialmente, las calles fueron destruidas y las rejas de alambres fueron colocadas, las cuales pronto serían reemplazadas con un muro de ladrillos, y mucho más. La barrera se volvió incluso más alta, más completa y más mortal. Eventualmente, habían dos muros con una zona de muerte entre los dos. El Muro de Berlín comprendía millas de muros de concreto, rejas de alambres, alambre electrificado, perros entrenados, y zanjas anti-vehículos. El límite era suplementado con torres de vigilia, bunkers, y minas. Los guardias fronterizos tenían la orden de disparar aquellos que trataran de escapar, la notoria orden “Schiessbefehl”. El paraíso del pueblo mataría a su pueblo para evitar que huya.

Un muro de la muerte

El muro no detuvo la fuga de personas. En cambio, forzó a las personas a ser más creativas. Los alemanes orientales escalaban el muro, pasaban debajo del mismo vía túneles subterráneos, o lo sobrevolaban. Saltaban desde las ventanas de edificios cercanos a la frontera —los cuales luego fueron destruidos. Los residentes de la GDR utilizaban globos, construyeron submarinos, y crearon compartimentos secretos de vehículos. Alrededor de 100.000 personas trataron de escapar, solo 5.000 lo lograron. Muchos de los que fracasaron en su corrida hacia la libertad pagaron un precio alto. Decenas de miles de alemanes orientales fueron encarcelados por el delito de “Republikflucht”. Alrededor de 200 fueron asesinados —nadie sabe cuántos precisamente— desafiando al Muro de Berlín. Si incluimos a aquellos asesinados tratando de cruzar la frontera en otros puntos, el total de víctimas probablemente excede las 1.000 personas.

El primer berlinés que murió en un intento de escape fue Ida Siekmann de 58 años, quien el 22 de agosto de 1961, saltó de una ventana en su edificio hacia una calle en Berlín Occidental (el área luego fue limpiada y convertida en una “zona de muerte”). Dos días después de que el primer berlinés fuera asesinado por las autoridades de la GDR: Guenter Liftin de 24 años fue disparado mientras que intentaba nadar a través del río Spree.

El verdadero horror de un sistema que encarcelaba a todo un pueblo fue dramáticamente ilustrado casi un año después, el 17 de agosto de 1962, cuando los agentes fronterizos de Alemania Oriental dispararon contra un albañil de 18 años, Peter Fechter, conforme buscaba sobrepasar el muro. Dejaron al Fechter consciente desangrándose a plena vista de los residentes de Berlín Occidental. Este fue el berlinés número 27 en morir buscando la libertad.

La matanza continuó año tras año, incluso conforme el Imperio Soviético empezó a desmoronarse. El gobierno de la GDR, a estas alturas bajo Erich Honecker de la línea dura del partido, continuaba matando a las personas que simplemente querían vivir en libertad. El 6 de febrero de 1989, Chris Gueffrov de 20 años se convirtió en el último alemán oriental que fue asesiando mientras huía. Trabajaba en un restaurante pero estaba a punto de ser enviado a las fuerzas armadas. Él y su amigo Christian Gaudian erróneamente pensaron que la orden de disparar había sido eliminada. Mientras que trepaba la última reja a lo largo de un canal, le dispararon y lo mataron. Gueffrov hubiese tenido 51 años hoy.

Gaudian fue herido, arrestado y sentenciado a tres años de cárcel. Pero fue liberado bajo fianza en septiembre de 1989 y enviado a Berlín occidental el siguiente mes. Los cuatro guardias fronterizos que le dispararon a Gueffrov y Gaudian recibieron premios, pero ellos, junto con otros funcionarios del Partido Comunista, luego fueron enjuiciados en la Alemania reunificada (eventualmente pasando poco o nada de tiempo en la cárcel).

Un berlinés más moriría. Un ingeniero eléctrico, Winfried Freudenberg de 32 años, utilizó un globo hecho en casa para escapar. Este se estrelló el 8 de marzo, matándolo. Para ese entonces el comunismo se estaba desintegrando en Polonia y Hungría. Cuando esta última empezó a derribar su reja fronteriza con Austria en mayo, la Cortina de Hierro tuvo un inmenso hueco. Los Alemanes Orientales empezaron a escapar masivamente.

Las demostraciones se desataron en la GDR, resaltadas por personas determinadas a quedarse y transformar su país. Honecker supuestamente quería disparar y pidió la intervención de los soviéticos. Mikhail Gorbachev se negó, y los colegas de Honecker lo retiraron en octubre. El 4 de noviembre, un millón de personas marcharon en Berlín Oriental demandando el fin del comunismo.

El 9 de noviembre de 1989, se barrió simbólicamente con décadas de opresión. Habían habido otros momentos de esperanza. Las manifestaciones en Alemania Occidental en 1953, la Revolución Húngara en 1956 y la Primavera de Praga en 1968. Pero todas fueron aplastados con diversos grados de brutalidad sangrienta.

Sin embargo, 1989 fue diferente. Y fue el resultado de un error. La GDR decidió permitir a los alemanes orientales aplicar a visas para viajar. El vocero del Politburó Guenter Schabowski se perdió gran parte de la reunión clave pero se le encargó anunciar la nueva política a la prensa internacional. Él señaló que las personas ahora podían viajar, “inmediatamente, sin demoras”. Masas de personas se reunieron en los puntos de cruce conforme los guardias fronterizos de la GDR no lograban obtener ordenes de arriba acerca de qué hacer. En ausencia de ordenes, abrieron la frontera luego de 10.316 días brutales, a veces letales.

La euforia de esa noche —con los berlineses orientales y occidentales dirigiéndose hacia Occidente y Este— no fue el fin de la GDR. Pero esas emociones poderosas anunciaron el fin del régimen. Nada, incluyendo los intentos desesperados de los funcionarios de Alemania Oriental de preservar su estado y las objeciones furtivas de los funcionarios de Alemania Occidental a la reunificación de Alemania, pudo detener la demanda popular de reunificar al país.

Sin embargo, la libertad no fue restaurada totalmente hasta que el resto de los estados europeos orientales defenestraron a sus regímenes comunistas, incluyendo Rumania, cuyo líder, Nicolae Ceausescu, era un loco incluso según los estándares comunistas. Él y su esposa fugaron en un helicóptero conforme los manifestantes que ellos habían reunido para dar una arenga empezaron a gritarle. Su piloto observó: “Se ven como si estuvieran desmallados. Estaban blancos del terror”. 

En la noche de navidad, los soldados no podían esperar para empezar a disparar para ejecutar la sentencia de muerte de un juicio militar de excepción. Más importante todavía, la Unión Soviética eventualmente se disolvió. Mikhail Gorbachev renunció el día de navidad en 1991; la bandera soviética fue izada por última vez en la media noche de ese día. El 26 de diciembre de ese año ya no existía más la Unión Soviética.

Después de la Unión Soviética

Es imposible exagerar la importancia de ese momento. Había un solo mal en la Alemania Nazi, con la pretendida exterminación de todo un pueblo, un grupo perseguido desde hace mucho y utilizado como chivo expiatorio. Sin embargo, el conteo de cuerpos del comunismo supera con creces aquel del fascismo generalmente y del Nazismo específicamente. El libro negro del Comunismo estimó que el total de víctimas se encuentra por encima de los 100 millones. Las cifras R.J. Rummel en su libro Death by Government son similares, aunque los analistas varían en sus cifras para países específicos. La represión brutal, cuando no el genocidio, continúa en los regímenes comunistas sobrevivientes como China, Cuba, Laos, Corea del Norte y Vietnam.

Muchas veces el número ni siquiera tenía sentido lógico. Rummel describía la Unión Soviética de Stalin:

“Las cuotas de asesinatos y arrestos no funcionaban bien. Donde encontrar a los ‘enemigos del pueblo’ que debían disparar era un problema particularmente grave para la NKVD (Comisaría local del Partido), la cual había sido diligente en descubrir ‘complots’. Tenían que recurrir a disparar a aquellos arrestados por los crímenes civiles de menor importancia, a aquellos arrestados anteriormente y liberados, e incluso a las madres y esposas de quienes aparecían en las oficinas de la NKVD para obtener información acerca de sus seres queridos que habían sido arrestados”.

Seguramente este sistema era un Imperio del Mal, como lo describió Ronald Reagan. El 9 de noviembre, el Muro de Berlín se abrió para nunca más cerrarse. Las autocracias comunistas europeas desaparecieron, aunque encontraron que la transición hacia el capitalismo democrático era más difícil de lo que muchos analistas predecían y de lo que todos esperábamos. Quizás lo más trágico ha sido la involución de Rusia hacia el autoritarismo. No obstante, el colapso del comunismo fue un triunfo magnífico del espíritu humano. El compromiso con la libertad derrotó la ambición de poder.

Hubo muchos héroes en la lucha por la libertad. Algunos son famosos, tales como Alexander Solzhenitsyn, el novelista soviético que relató los horrores del gulag, y Lech Walesa, el eléctrico polaco que llegó al tope del muro de un astillero en Gdansk para desafiar a los gobernadores del país. Antes de ellos llegó Imre Nagy y Pal Maleter, quienes lideraron a los revolucionarios húngaros y fueron ejecutados por los soviéticos y sus lacayos locales. Particularmente importante fue Mikahil Gorbachev, un comunista de reforma que de manera crítica mantuvo a las tropas soviéticas en sus cuarteles a lo largo de 1989.

Y, por supuesto, Ronald Reagan. Él creía que el comunismo podía ser derrotado. El 12 de junio de 1987, se paró en frente de la Puerta de Brandenburgo y emitió su célebre reto:

“Secretario General Gorbachev, si busca la paz, si busca la prosperidad para la Unión Soviética y Europa Oriental, si busca la liberalización: ¡Venga a esta puerta! Sr. Gorbachev, ¡abra esta puerta! Sr. Gorbachev, ¡derribe este muro!”

Más importante, sin embargo, fueron los individuos comunes y corrientes a lo largo del continente que hicieron la revolución. Ellos resistieron ante los burócratas comunistas. Mantuvieron el sueño vivo. Ellos se manifestaron a favor del cambio. Sufrieron en la cárcel y algunas veces fueron asesinados. Últimamente, ellos acabaron con el comunismo en un país tras otro.

Han pasado tres décadas —el muro ha estado caído ya más tiempo del que estuvo levantado— pero deberíamos continuar celebrando la caída del Muro de Berlín y el fin de la maldad monstruosa detrás de este. El espíritu de la libertad sobrevive hoy. Hay otras revoluciones de libertad que deberían y deben ser realizadas en el futuro. 

Este artículo fue publicado originalmente en The American Conservative (EE.UU.) el 5 de noviembre de 2019.