El mito de los "empleos verdes"
Jerry Taylor y Peter Van Doren explican por qué "La fatal arrogancia de que podemos inducir el crecimiento económico obligando a la gente a comprar una energía costosa y subsidiada es absurda tanto en la práctica como en la teoría".
Por Jerry Taylor y Peter Van Doren
Peter Van Doren es Editor, Revista Regulation del Cato Institute.
La retórica empleada por la administración de Obama nos está dando la sensación de que el principal camino hacia la recuperación y el crecimiento económico estará pavimentado de un enérgico compromiso federal con la energía renovable (a menudo llamada energía “verde”). Tal campaña dirigida por el Estado, nos dicen, va a crear millones de nuevos puestos de trabajo y va a consolidar el liderazgo económico mundial de EE.UU. en el siglo XXI. Si realmente creemos esto, estamos en problemas.
A primera vista, el argumento de que la energía renovable requiere de más mano de obra que la no renovable (aquella producida por combustibles fósiles y nucleares), es dudoso. Después de todo, una vez que las turbinas eólicas o los paneles fotovoltaicos se instalan, no hay necesidad de cavar la tierra para extraer combustible y, a menos que los molinos de viento o los paneles se descompongan con frecuencia, no hay necesidad de un gran número de trabajadores para mantener a los generadores en funcionamiento.
Este es el primer indicio de que algo anda mal en los omnipresentes estudios sobre los “empleos verdes”, enviados constantemente para apoyar los mandatos y subvenciones a la energía renovable. Una evaluación cuidadosa revela que los estudios ni siquiera se molestan en contar el número de puestos de trabajo generados por la industria de energía no renovable que se perderían en la transición. Por lo tanto, no hay evidencia de que un futuro de energía renovable creará más puestos de trabajo que el estatu quo.
Incluso si pudiéramos encontrar evidencia de que la energía renovable requiere de más mano de obra que su contraparte, la no-renovable, ese sería un argumento en contra de la energía “verde” porque uno no crea riqueza aumentando los insumos asociados con la producción. Si ese fuera el caso, uno podría sugerir que las futuras instalaciones de energía verde (y de energía no renovable también) se construyan sin ningún tipo de equipo mecanizado —¡sólo herramientas de mano permitidas!
Tampoco encontramos en estos informes alguna consideración acerca del impacto económico asociado con precios más altos de electricidad. La misma Administración de Información Energética del presidente Obama estima, por ejemplo, que para las nuevas instalaciones que funcionarán desde 2016, la biomasa tendrá un costo 34% más alto que la electricidad producida por las centrales eléctricas de ciclo combinado de gas natural; la energía geotérmica costará 39% más; la energía eólica producida por vientos en tierra costará 80% más; la energía eólica marina 2,3 veces más; la energía solar térmica 3,1 veces más; y la solar fotovoltaica hasta 4,8 veces más.
Más dinero gastado en la creación de empleos verdes significa menos dinero gastado en todo lo demás. ¿Cuántos empleos se perderían solamente en esa dinámica? Una vez más, estos informes no lo indican. La respuesta implícita parece ser “cero”. Esto nos parece poco probable. El economista Gabriel Calzada examinó los mandatos para la energía renovable en España y encontró que por cada empleo verde creado en el país se perdieron 2,2 puestos de trabajo.
A pesar de que las fuentes renovables cuestan más, algunos afirman que las energías renovables subsidiadas resultarán en precios más bajos de electricidad debido a una mayor oferta global – un fenómeno conocido en la literatura como la “supresión de precios”. Esto es posible, pero engañoso. El ahorro del que gozan los consumidores debido a la oferta adicional (precios más bajos multiplicados por la cantidad consumida) puede ser menor que el costo de los subsidios a la energía renovable, pero en este tipo de análisis se pasa por alto la reducción de los ingresos a la generación convencional de combustibles, desplazados por el nuevo suministro de energía renovable.
Esta transferencia de riqueza de los actuales productores de energía no renovable a los consumidores es la fuente de los precios reducidos en lugar de una mejora global de la eficiencia económica. Además, los mandatos y las subvenciones que sirven para sustituir la energía no renovable con la renovable no van a aumentar el suministro global de energía y por lo tanto no producirán una supresión de precios.
Hay tres otros problemas bastante sencillos en los informes que pretenden justificar la campaña de “empleos verdes” de la administración de Obama. En primer lugar, los nuevos empleados del gobierno, contratados para supervisar este cambio de energías, se cuentan como “nuevos empleos”. En segundo lugar, los puestos de trabajo existentes son recategorizados de empleos relacionados con energías no renovables a empleos relacionados con energías renovables si los empleadores cumplen con la definición burocrática de “lo que es verde”, y esos puestos de trabajo son erróneamente contabilizados como “nuevos empleos creados”. En tercer lugar, se supone que los nuevos puestos de trabajo creados en el sector manufacturero que produce el equipo necesario para las nuevas plantas de energía renovable corresponden a fabricantes de EE.UU., algo muy poco probable dado que la mayoría de los fabricantes en cuestión están en el extranjero. Por lo tanto, las cuentas de creación de empleos producto de las políticas para promover energía renovable son tan confiables como los balances contables de Enron.
La obsesión política con los empleos verdes es particularmente extraña, dado que aparece precisamente cuando la nación esta experimentando una real —no hipotética— revolución en la energía no renovable en la forma de la ‘fracturación hidráulica’, una tecnología que permite el acceso al gas natural en sustratos anteriormente difíciles de explotar. El economista Timothy Considine empleó el mismo modelo económico utilizado por el Departamento de Trabajo de Pensilvania (aparentemente, el tercer el tercer estado con mayor cantidad empleos verdes creados en la nación) para estimar el número de trabajos creados gracias a la política de energía renovable para estimar el número de puestos de trabajo creados en ese mismo estado gracias a la fracturación hidráulica.
El modelo sugiere que, en 2009, 44.000 nuevos puestos de trabajo fueron creados por la fracturación hidráulica en comparación con los 35.000 creados por los programas gubernamentales de energía renovable. En 2010 fueron creados 89.000 puestos relacionados con la fracturación y 40.000 relacionados con la energía verde. Y en 2011, probablemente otros 111.000 nuevos puestos de trabajo serán creados gracias a la fracturación en comparación con los 41.000 de energía verde. En resumen, si la economía se va a atar a sí misma al sector energético nacional para mantener el crecimiento en el siglo XXI, debería engancharse al gas natural y no al viento o al sol.
La fatal arrogancia de que podemos inducir el crecimiento económico obligando a la gente a comprar una energía costosa y subsidiada es absurda tanto en la práctica como en la teoría. Cuando antes nos demos cuenta de esto, mejor.
Este artículo fue publicado originalmente en Forbes.com (EE.UU.) el 12 de abril de 2011.