El mito de Fausto

Manuel Hinds considera que la vida del Dr. Fausto de Thomas Mann simboliza la suerte de la Alemania del siglo XX.

Por Manuel Hinds

Durante la Segunda Guerra Mundial, viviendo en EE.UU., el gran novelista alemán Thomas Mann escribió una novela llamada Dr. Fausto, que sigue la trama básica de La trágica historia del doctor Fausto de Christopher Marlowe (1592) y de Fausto de Goethe (1829)—el mítico pacto con el diablo que termina en tragedia para el signatario. Es una novela llena de simbologías. El personaje principal es un músico que en su juventud vende su alma al diablo por inventar una gran innovación musical, y que termina muriendo de una sífilis insertada en él con su pleno conocimiento, en lo que se insinúa que es la parte del diablo en el trato.

Con la vida del Doctor Fausto, Mann simboliza la suerte de Alemania, que pactó con el diablo: a cambio de una promesa de poderes materiales e intelectuales, de una ilusión de superioridad, Alemania sacrificó su libertad y su vida hasta terminar en su propia destrucción. Pero el hecho que el Doctor Fausto sabía que la prostituta que lo seducía tenía la enfermedad que lo iba a llevar a la locura y la muerte deja claro en la novela que dichos pactos son conscientemente autodestructivos, como lo fue en Alemania. El Doctor Fausto sabía que lo que estaba haciendo le haría un daño fatal a él mismo, y aun así lo hizo por lograr su ambición.

Como todos los mitos que han sobrevivido a los siglos, el de Fausto contiene mucha sabiduría. En el fondo, es una historia de un trágico error, cometido por el deseo de obtener algo a un costo horrible sin pasar por lo que es necesario para lograrlo. Es pues, la historia de una estafa mal concebida por el que, queriendo estafar a la vida, termina estafándose a sí mismo. El diablo es sólo un accesorio en la historia.

El mito es también un error de perspectiva, porque el precio pagado por el Dr. Fausto al final del pacto—la locura de la sífilis, la muerte y la condenación eterna— es infinitamente más alto que el que tendría que haber pagado si hubiera hecho lo necesario para lograr su objetivo—el esfuerzo para crear una innovación musical—o si hubiera decidido no crearla, y vivir con otros objetivos. Al momento del pacto, el costo se veía bajo sólo porque estaba lejos.

El mito ha sido normalmente aplicado a personajes que buscan una posición central en una sociedad, sea a través del poder político, económico o social. El ángulo de Mann en su novela es distinto. Aplica el mito a los millones de faustitos que conformaban Alemania en su tiempo. Con esto convirtió el tema del mito de sicológico a sociológico y político, y se puede aplicar a nuestra realidad en donde millones de pequeños faustitos han hecho su pacto y se encaminan hacia las consecuencias que, poco a poco, irán adquiriendo su verdadero tamaño al irse acercando.

El objeto del pacto fue sustituir los derechos individuales como base del orden social con lo que mucha gente piensa que es la voluntad de un solo hombre pero que en la realidad local, en el metro cuadrado de cada quien, es la de un cabo o sargento en el que se ha encarnado lo que antes era la ley. La idea era que con esa sustitución las localidades iban a ser más seguras y los negocios iban a progresar más.

Así, el pago del diablo en los pactos tiene varios componentes, desde el de los más pobres, que querían seguridad, y el de los que estando bien, querían mejor suerte en sus negocios. Los dos tipos de motivos son trágicos en un sentido distinto de la palabra, porque los primeros estaban asediados por la muerte y la destrucción de las maras, mientras que los segundos lo que querían era una mejora, siempre bien recibida, a cualquier costo futuro. Para ellos el pacto es trágico en el sentido de Esaú, que perdió su herencia por un plato de lentejas. Pero todos firmaron.

Trágicamente, aunque han comenzado a recibir el pago ofrecido, los primeros están comenzando a pagar también el costo en términos de una pérdida total de sus derechos ciudadanos y su identidad como personas. Ellos, sus hijos, sus nietos, ya no son personas sino eternos sospechosos, acusados sin pasar por ningún tribunal, por vivir en lugares pobres, o tener trabajos humildes. Peor aún, todos están en camino de convertirse en esa expresión que ahora usan los que también han perdido lo mismo, pero creen que no por su estatus social y económico, para referirse a las víctimas de la represión: “daños colaterales”. En el caso de Alemania, los daños colaterales eran al principio los infiernos de llamas que ellos lanzaban sobre Londres. Estaban lejos. Pero al final fueron Dresden, Hamburgo, Berlín y otras ciudades niveladas a la altura del suelo por los bombardeos aliados. Como en la novela de Mann, los pequeños faustos pagaron la deuda adquirida y se convirtieron ellos mismos en daños colaterales.

El mecanismo de pago, el efecto de la sífilis, ya se puede vislumbrar en El Salvador, un país en el que la debilidad del tejido social dejaba al individuo a la merced de grupos—las maras o pandillas—que tenían un poder irresistible sobre los ciudadanos, y muy poca defensa de parte del estado. El problema era que un grupo controlaba el poder de generar violencia, y la ley no tenía suficiente fuerza para sujetarlo. La sífilis se ha inyectado porque el gobierno, en vez de aumentar el poder de la ley, ha sustituido a las maras con grupos de individuos, que, diferente a lo que ellos dicen, no son la ley sino individuos que, sin ley, tienen la misma tentación que las maras de usar su capacidad de violencia para llenar su egolatría y sus necesidades económicas. Sólo es cuestión de tiempo para que los mismos resultados comiencen a producirse. En una sociedad así, el otro grupo de firmantes va a notar cambios también. Las maras no se metían en donde viven ellos de tal manera que sus abusos eran cuentos oídos en la calle. Pero la policía y el ejército sí pueden meterse en donde quieran, como se ha demostrado en Venezuela y en Nicaragua. En realidad, en esos países se ha puesto claro que éstos grupos desarrollan un deseo tan grande de estar en esos lugares que se apropian de sus casas y de sus clubes y de sus escuelas…y de sus negocios. La sífilis es una enfermedad de largo plazo, que va generando la muerte día a día.

Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de Hoy (El Salvador) el 15 de diciembre de 2022.