El método detrás del caos
Manuel Hinds explica cómo se está llevando a cabo un ataque a las instituciones democráticas salvadoreñas mientras se mantiene al país en una cuarentena indefinida.
Por Manuel Hinds
Los historiadores de esta época verán muy claras dos tendencias en los eventos que la caracterizan: una, el deslizamiento del país a una catástrofe económica, social y política sin precedentes, y la otra, la destrucción sistemática de las instituciones democráticas. Cuando la primera parece ser resultado de la incapacidad del presidente y el gobierno, la segunda muestra un método detrás del caos. Mucha gente se pregunta si hay una relación entre ambas, y si la hay, ¿cuál es?
Hacia el abismo
El camino al abismo está marcado por la terquedad del gobierno de extender la cuarentena lo más que se pueda. Como lo sabe todo el mundo, la cuarentena no cura el virus. El peligro de infección sigue igual en cualquier fecha que se abra, de modo que en seis semanas estaremos en la misma situación que ahora en términos del virus, pero en una muchísimo peor en todo lo demás. Peor aún, está emergiendo evidencia, entre ella la presentada por la UNICEF, de que las cuarentenas causan más problemas de salud que los que supuestamente resuelven.
Por otro lado, el costo de la cuarentena es enorme en términos de hambre, muertes y sufrimientos de enfermos por otras causas que no pueden acceder a los centros de salud, de aumento en la pobreza, y de costos fiscales que tendrán que ser pagados por la sociedad. El gobierno, que no podrá seguir tomando dinero prestado hasta el infinito, parece haberse decidido a apropiarse de las pensiones de los ciudadanos para seguir gastando desaforadamente por un mes o dos más. Pero es evidente que el gobierno reventará financieramente en el futuro cercano. En ese momento, con el hambre que ya existe en las calles, con las empresas quebradas, con los contratos de exportación vencidos, con la producción transferida a otros países, el país estará arruinado y habrá un riesgo muy grande de una rotura del orden social.
Esta secuencia es tan clara que cualquiera puede ver cómo se está desenvolviendo. Y, sin embargo, el presidente sigue empujando en la misma dirección: manteniendo una cuarentena que no sirve de nada porque, diferente a otros países, no ha servido para preparar mejor el sistema de salud. En el proceso, está enfilándose hacia la quiebra financiera, que nos pondrá en las circunstancias de Haití, dependientes de la caridad pública.
¿Por qué sigue el presidente tercamente por este camino? ¿Quién puede ganar de esto? Pareciera que minar la sociedad tan gravemente no puede ayudar al gobernante en ninguna circunstancia. Pero esto no es cierto. Puede ayudar a un tirano a consolidarse en el poder si logra debilitar a la oposición más de lo que el proceso lo habrá debilitado a él mismo. Esto es especialmente cierto si en el colapso de la sociedad logra destruir del todo a la oposición.
Y la verdad des que el presidente ha estado haciendo exactamente lo que un aspirante a tirano haría para destruir del todo las fuerzas que le pueden montar una oposición. Él está tratando de desarticular la capacidad de organización de los seres humanos que son opositores potenciales, y las instituciones que establecen los pesos y los contrapesos en un régimen democrático, que protegen los derechos del pueblo.
La desarticulación de la oposición
Para el aspirante a tirano es esencial destruir la capacidad del sector privado de financiar cualquier oposición. El presidente lo está haciendo, cerrando empresas, forzándolas a pagar salarios sin tener ingresos, rompiéndoles la estructura de propiedad para tener acceso a su control, por el gobierno o por otras personas naturales afines al régimen. El presidente también está rompiendo la unidad del sector privado, desconociendo a los legítimos representantes de éste y usando personas y organizaciones paralelas afines al régimen que den la impresión de que la representación de la empresa privada no está en los que se oponen a la tiranía. Está haciendo lo mismo con los sindicatos y en los partidos políticos, capturando a los que entre ellos siempre marchan a favor de quien va a ganar. Todas estas cosas las ha estado haciendo el presidente muy metódicamente, apegado al manual de la tiranía, aunque parezca que está actuando caóticamente.
El presidente ha logrado una dimensión adicional de desarticulación que es difícil de lograr en circunstancias normales: la desarticulación geográfica, posibilitada por la cuarentena, que no permite que grupos opositores ni siquiera se puedan mover cuando el partido oficial se mueve sin problemas.
El desmontaje de los pesos y contrapesos constitucionales
Al mismo tiempo que trata de destruir a los opositores reales y potenciales, el presidente está luchando por deslegitimar el régimen democrático y sus instituciones, atacando sistemáticamente a los individuos que controlan dichas instituciones, y violándolas y burlándose de ellas para quitarles autoridad. Al mismo tiempo, está estableciendo un aparato personal de represión, a través de pedir que los cuerpos de seguridad le juren lealtad al presidente, no al país o al pueblo, de acostumbrar a la gente a que el ejército con armas largas sea usado contra la ciudadanía, y de establecer los fusiles como fuente del poder del gobierno, desplazando así el imperio de la ley.
La creación del nuevo Estado
El presidente ya ha anunciado varias veces que él pretende que todo esto desemboque en el establecimiento de un nuevo Estado, y varios de sus partidarios han dicho que hay que darle mas tiempo a él en el poder. La manera en la que el presidente ha gobernado indica que él busca cambiar la Constitución con el propósito de concentrar todo el poder en sí mismo, y, siguiendo los ejemplos de otros que han hecho lo mismo, para dominar la Asamblea con diputados de un partido único y para cambiar todos los jueces, incluyendo los de la Corte Suprema de Justicia para que sean plegables a él.
La unión del caos y el método
Pero, puede uno preguntarse, ¿cómo va a salir el tirano de ese colapso que está causando? Sin duda, el tirano calcula que ya establecido podrá encontrar socios internacionales, potencias que estén dispuestas a ayudar al país a levantarse (no mucho para que no nazcan nuevos poderes capaces de enfrentarlo) a cambio de favores geopolíticos. Ese es el momento de ponerse a la venta internacionalmente. Si adoptar un nuevo comprador implica traicionar a aliados anteriores, como han hecho tantos, incluyendo a los Castro, Chávez y Ortega, mala suerte para esos aliados anteriores.
Esto contesta la pregunta, ¿Quién se puede beneficiar de la desgracia total de un país? La esencia de la respuesta está en que la destrucción del país no destruye a los que lo han destruido. Todo lo contrario. Cuba, Nicaragua y Venezuela han sido muy satisfactorios para sus tiranos, aunque sean países miserablemente pobres. A los tiranos y sus aliados no les importa la pobreza del pueblo porque han emergido muy ricos de la destrucción del país. En realidad, mantener a los súbditos pobres es necesario para poder mantener fácilmente la tiranía. Los pobres no pueden oponerse a nada porque tienen que luchar para comer diariamente.
Hay gente que puede creer, o pretende creer, que es pura coincidencia que el proceso que está llevando al país a la crisis más grande de su historia está alineado con ese otro proceso paralelo que lleva a la destrucción de la oposición y las instituciones democráticas. Y creen, o pretenden creer, que esos dos procesos no van directamente orientados a instalar una tiranía. Pero eso no debería de sorprendernos. También hubo seres que, como yo comentaba en una columna reciente, siguieron al flautista de Hamelin a su propia destrucción, embelesados por una canción.
Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de Hoy (El Salvador) el 3 de junio de 2020.