El liberalismo clásico no es el resultado de un diseño
Carlos Federico Smith asevera que "Es correcta la afirmación de que el liberalismo no resulta de un diseño, sino de un orden espontáneo que surge de la adaptación de los individuos a las más diversas circunstancias conocidas para todos ellos en conjunto, pero no como un todo para persona alguna en particular".
Schwartz señala que “el funcionamiento espontáneo de las sociedades libres” es difícil de comprender y agrega que “muchos intelectuales, en su soberbia, confían ciegamente en el poder de la razón de planificar los mercados y guiarlos hacia objetivos concretos” y que “el público, no por soberbia, sino por instinto básico y dificultad intrínseca, tampoco acepta fácilmente las consecuencias de una sociedad abierta basada en el libre mercado” (Pedro Schwartz, “La precaria naturaleza de la democracia liberal”, en Nuevos ensayos liberales, Madrid: Unión Editorial S. A., 1998, p. 263).
Estas afirmaciones son buena introducción para analizar la crítica de que “el liberalismo no es resultado de un diseño”, la cual es cierta, y que nos conduce a un tema central de la concepción liberal: el orden social de mercado no es objeto del diseño deliberado de los hombres, sino resultado de la acción de los individuos en la sociedad. Nadie ha expresado esta idea tan claramente como lo hizo Ferguson, al escribir que la mayoría de las instituciones sociales son “el resultado de la acción humana, pero no del diseño intencionado de los hombres” (Adam Ferguson, An Essay on the History of Civil Society, Londres: T. Cadell, 1782 (1767), p. 90).
Conviene señalar que en el desarrollo del pensamiento liberal durante la primer mitad del siglo XIX surgieron dos escuelas de pensamiento, una que se denomina “liberalismo continental”, caracterizado por “el punto de vista constructivista o racionalista que demandaba una reconstrucción deliberada de toda la sociedad de acuerdo con los principios de la razón” (Friedrich A. Hayek, “Liberalism” en Enciclopedia del Novicento, 1973 y reproducido en F. A. Hayek, New Studies in Philosophy, Politics, Economics and the History of Ideas. London: Routledge & Kegan Paul, 1978, p. 120).
Es la tradición de pensadores como Voltaire, Rousseau, Condorcet, Descartes y otros asociados con la Revolución Francesa, quienes luego se convirtieron en antecesores del socialismo moderno. Una segunda versión de liberalismo es la tradición liberal británica clásica o Whig, fundamentada en “una interpretación evolucionaria de todos los fenómenos de la cultura y de la mente y en un discernimiento acerca de los límites de los poderes de la razón humana” (Friedrich A. Hayek, “Principles of a Liberal Social Order”, en Chiaki Nishiyama y Kurt R. Leube, eds., The Essence of Hayek, Stanford, California: The Hoover Institution Press, 1984, p. 364).
Este liberalismo clásico incorpora, entre muchos otros pensadores y que cito como ejemplos, a Pericles, escolásticos como Domingo de Soto, Francisco Suárez y Luis de Molina, a miembros de lo que se conoce como la Ilustración Escocesa, como Adam Ferguson, Frances Hutcheson, Adam Smith, Lord Kames, David Hume, Gilbert Stuart, Dugald Stewart, Thomas Reid, John Millar, además de John Locke, Bernard Mandeville, Edmund Burke, Thomas Macaulay, Montesquieu, Lord Acton, Benjamin Constant, Alexis de Toqueville, Immanuel Kant, Whilhelm von Humboldt, Thomas Paine, James Madison, John Marshall, Daniel Webster, Karl Popper y economistas austriacos modernos como Ludwig von Mises y Friedrich A. Hayek.
El liberalismo clásico contrasta con el racionalismo constructivista (como el de la tradición liberal continental), pero eso no significa que el “irracionalismo” del primero le dispense del uso de la razón para analizar las ideas. El irracionalismo no es contrario al uso de la razón, sino que es una idea que considera que la razón humana no es ilimitada o capaz de diseñar instituciones sociales de alta significación en la vida social. En la tradición liberal clásica se considera que el liberalismo no es producto de la creación teórica de persona o grupo de ellas que hacen alguna abstracción de la realidad compleja para diseñar un orden social específico, sino que el orden liberal espontáneamente “surgió del deseo de extender y generalizar los efectos beneficiosos que inesperadamente habían seguido a las limitaciones impuestas a los poderes del gobierno, debido a una simple desconfianza en los gobernantes” (Friedrich A. Hayek, Ibídem, p. 365). Liberalismo que, además, evolucionó conforme pasó el tiempo.
Esta apreciación acerca de la limitación de la razón en última instancia descansa en la falibilidad humana, que, tal vez inicialmente, fue señalada por Jenófanes, un siglo antes de Sócrates, al escribir que “No ha habido ni habrá hombre alguno que posea un conocimiento cierto de los dioses o de todas las cosas de las que hablo. Pues aunque, por azar, alguien dijera la verdad definitiva, él mismo no lo sabría. Pues todo es una trama de conjeturas” (Diels-Kranz, Fragmente delVorsokratiker, B35, citado en Karl R Popper. Conjeturas y Refutaciones: El Desarrollo del Conocimiento Científico, Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica, S. A., 1967, p. 193).
El pensador liberal Hamowy escribió, refiriéndose a la Ilustración Escocesa, que “tal vez la contribución sociológica más importante hecha por ese grupo de escritores… es la noción de órdenes sociales generados espontáneamente” (Ronald Hamowy, The Scottish Enlightenment and the Theory of Spontaneous Order, Carbondale, Ill.; Southern Illinois University Press, 1987, p. 3). Adam Smith “utilizó en diversos grados la noción de que podrían surgir sistemas más amplios de órdenes de forma espontánea o sin que hubiera una intención de que existieran, sino más que todo como producto resultante de las acciones o decisiones de gente cuyos intereses individuales tenían que ver tan sólo con asuntos locales” (James R. Otteson, Adam Smith’s Marketplace of Life, Cambridge, United Kingdom: Cambridge University Press, 2002, p. 320).
Smith en La riqueza de las naciones no sólo describió ampliamente el orden social ampliado que surge espontáneamente de la interacción de los individuos en los mercados, por una red de intercambio de bienes y servicios en gran escala, sino que en La teoría de los sentimientos morales, analizó otra importante institución que no fue objeto de un diseño deliberado, cual es un sistema de moralidad en donde se comparten una serie de reglas y juicios morales. Smith señaló algo similar con el lenguaje como sistema u orden espontáneo no diseñado por persona alguna. Smith expuso su teoría de que el lenguaje es una de esas instituciones importantes surgidas de forma espontánea sin haber sido deliberadamente diseñada por persona alguna en su ensayo Considerations Concerning the First Formation of Languages and the Different Genius of Original and Compounded Languages aparecido en 1761 en la revista The Philological Miscellany de Edimburgo, Escocia.
Las ideas de falibilidad humana y de limitación de su conocimiento se conjugan para explicar por qué muchas de las instituciones sociales más importantes no surgen del diseño humano, sino como resultado de la acción de los seres humanos en busca de sus intereses propios. Como se indicó antes, ello no es fácilmente comprensible, por lo cual expondré algunos de los fundamentos de los órdenes espontáneos con la pretensión de contribuir a aclarar las ideas al respecto.
La característica más importante de un orden espontáneo, según Hayek, consiste en que, con base en la regularidad de la conducta de sus miembros, “podemos lograr un orden de un conjunto de hechos mucho más complejo que lo que podríamos lograr mediante el arreglo deliberado” (Friedrich A. Hayek, “Principles of a Liberal Social Order”, en Chiaki Nishiyama y Kurt R. Leube, eds., Op. Cit., p. 366). Su carácter abstracto permite que el orden del mercado se sustente, no en la existencia de propósitos comunes sino en la reciprocidad; es decir, una reconciliación de diferentes intereses. Esta es una gran ventaja comparado con órdenes concebidos deliberadamente, pues permite que los diferentes intereses individuales formen parte de ese sistema, mientras que aquél objeto del diseño requiere la imposición o definición de un único propósito común, establecido por un grupo pequeño de personas que tienen intereses en común o por alguna autoridad superior.
El sistema de mercado, basado en el intercambio y la reciprocidad, es buen ejemplo de un sistema u orden espontáneo, pues resulta no de la decisión de una autoridad central sino de la conducta de los individuos, en donde se toma en cuenta los intereses diversos de quienes participan en él.
En un sistema liberal no hay una imposición de un orden único de fines concretos, ni tampoco que la visión particular de alguien sea el que determine cuáles son los objetivos que debe satisfacer la sociedad como un todo. Al contrario, en ese orden espontáneo las personas tienen una mejor oportunidad de utilizar su conocimiento particular para sus propios fines individuales, en donde están sujetos a reglas generales, independientes de propósitos concretos, que les permiten interactuar con otros individuos que poseen propósitos distintos. En ese orden espontáneo todos nos beneficiamos de un conocimiento del cual no disponemos como propio, de manera que es posible superar la ignorancia e incertidumbre consubstanciales a la naturaleza humana, al permitir una buena utilización de un conocimiento ampliamente disperso en la sociedad.
La única obligación que contraen los individuos en un orden liberal es no infringir en los dominios protegidos de las otras personas, definidos según reglas generales y abstractas, cuyo fin no es determinar una jerarquía específica de valores, sino un orden en donde los individuos están dispuestos a participar de forma que sean libres de usar su propio conocimiento para sus propios fines.
Al mismo tiempo, ese liberalismo busca limitar el poder coercitivo del gobierno a tan sólo la aplicación de esas reglas generales de justa conducta; o sea, que el gobierno está estrictamente limitado a la aplicación de las reglas uniformes de legalidad.
Nadie ha diseñado ese orden espontáneo, sino que el orden se autogenera en un universo caracterizado por el azar, surge con el paso del tiempo, en que los individuos se van “adaptando a las circunstancias que directamente sólo afectan a algunos de ellos, circunstancias que en su totalidad no necesitan ser conocidas por todos, pero que se puede extender a circunstancias tan complejas que ninguna mente las puede entender en su totalidad… la manifestación particular de ese orden dependerá de muchas más circunstancias de las que pueden ser conocidas por nosotros…” (Friedrich A. Hayek, Law, Legislation and Liberty, Vol. I: Rules and Order, Op. Cit., p. 41). Los órdenes complejos suelen ser órdenes espontáneos, pues son los únicos capaces de resolver el problema que tienen los órdenes complejos de transmitir y procesar una información que se encuentra ampliamente dispersa.
Esta coordinación espontánea propia de los órdenes no diseñados deliberadamente y un proceso evolutivo promueven la complejidad necesaria de los sistemas para la adaptación eficiente del ser humano a circunstancias cambiantes. Es a través del tiempo como se da un proceso de eliminación espontánea de órdenes menos efectivos en cuanto a conciliar los intereses disímiles de sus miembros y que, a la vez, permita el logro de una adaptabilidad necesaria y hasta indispensable. Escribe Hayek que “las instituciones se desarrollaron de una manera particular porque la coordinación de las acciones de las partes en la que se había confiado, probó ser más efectiva que las instituciones alternativas con las cuales había competido y que había desplazado” (Friedrich A. Hayek, “The Results of Human Action but not of Human Design”, en Studies in Philosophy, Politics and Economics, Chicago: The University of Chicago Press, 1967, p. 101).
Es correcta la afirmación de que el liberalismo no resulta de un diseño, sino de un orden espontáneo que surge de la adaptación de los individuos a las más diversas circunstancias conocidas para todos ellos en conjunto, pero no como un todo para persona alguna en particular. Cuando se perturba este equilibrio mediante la acción gubernamental, se altera el conocimiento de que disponen los miembros en ese orden espontáneo, lo cual afecta la posibilidad de que las personas puedan hacer el mejor uso posible de ese conocimiento para el logro de sus propósitos particulares. Dicho orden espontáneo puede ser mejorado mediante una revisión de las reglas generales, razón de porqué los liberales “sin complejos ni recelos, aceptan la libre evolución, aún ignorando a veces hasta dónde puede llevarles el correspondiente proceso” (Friedrich A. Hayek, Los fundamentos de la libertad, Madrid: Unión Editorial S. A., 1975, p. 420).