El “lenguaje inclusivo” de la corrección política
Hana Fischer señala cómo el lenguaje políticamente correcto suele servir para que ciertos grupos políticos concentren cada vez más poder en nombre de supuestamente mejorar la situación de los más postergados en la sociedad.
Por Hana Fischer
Benevolencia hacia los pobres es el leitmotiv de los izquierdistas. Al oírlos, parecería que ellos tienen el monopolio de la empatía y que los demás son insensibles y egoístas, que sólo se preocupan por sus intereses personales.
Un ejemplo paradigmático es Hugo Chávez. En 1999 accedió al poder democráticamente en Venezuela, tras haber convencido a un número suficiente de votantes de que beneficiaría a los postergados de la sociedad. Durante la campaña electoral de 1998, apeló a un discurso mediante el cual dividía a los venezolanos en dos bandos irreconciliables: el pueblo por un lado y la “oligarquía decadente” por el otro.
Otro ejemplo es el matrimonio Kirchner en Argentina, que con prácticas similares obtuvieron el apoyo ciudadano necesario para triunfar en sus respectivas contiendas electorales. Cuando Cristina en 2007 buscaba conquistar la presidencia, prometió implantar un “Modelo de Acumulación y de Inclusión Social, (que) es la contracara de la Economía y Modelo de Transferencia de Recursos y Riquezas que operó durante el Modelo Neoliberal de los años 90”. Asimismo, “articular los esfuerzos de todos los argentinos para lograr mejorar su calidad de vida”.
También el Frente Amplio en Uruguay utilizó esa estrategia, logrando que Tabaré Vázquez, José Mujica y nuevamente Vázquez alcanzaran el poder desde 2005 y lo retuvieran hasta hoy. En 2004 durante el cierre de la campaña electoral, Tabaré aseguró que bajo su mando se construiría un "Uruguay justo, humano y solidario, el Uruguay social y productivo, con libertad y dignidad, la esperanza ya venció al miedo".
Todos los mencionados gobernaron a sus países. En Venezuela tras la muerte de Chávez en 2013, su reinado fue heredado por Nicolás Maduro. Este último usurpó el poder: constitucionalmente no podía ser candidato y fue derrotado en las urnas por Henrique Capriles.
Esos políticos conquistaron al electorado mediante una arenga del ethos, asegurando que podían remediar la situación de los carenciados rápidamente.
Aristóteles dice que “se persuade por medio del ethos cuando se pronuncia el discurso de tal manera que haga al orador digno de ser creído, porque a las personas buenas les creemos más y con mayor rapidez en todos los asuntos, pero principalmente en aquellos en los que no hay evidencia sino una opinión dudosa”.
Además, la fuerza persuasiva se apoya en la realidad del orador. Es indudable que el hecho de que Chávez, Vázquez y Mujica provinieran de sectores bajos, provocó que sus palabras fueran más creíbles.
Por su parte Roland Barthes en Antigua Retórica (1970) agrega, que el locutor construye mediante su discurso la imagen que quiere proyectar. Expresa que su ethos está formado por “aquellos rasgos de carácter que el orador debe mostrar al auditorio, independientemente de su sinceridad, para causar una impresión favorable”.
Ahora, confrontemos el discurso exitoso para captar votos de Chávez, los Kirchner, Vázquez y Mujica con los resultados obtenidos bajo sus gobiernos. Sus políticas, ¿mejoraron sustancialmente la situación de los pobres? ¿Convirtieron a sus países en tierra de oportunidades donde es posible progresar decentemente?
Empecemos por analizar a Chávez: aniquiló al sector privado e implantó un modelo clientelista y asistencialista a través de sus “Misiones”. O sea que en diversos grados, toda la población depende de la voluntad de las autoridades para su sustento.
La situación imperante en Venezuela es: innumerables víctimas del hampa, familias separadas, escasez de medicinas, de alimentos, fallas de electricidad, de agua, de aseo urbano, desnutrición, inflación colosal desabastecimiento, emigración masiva, cierre de medios de comunicación, persecución a la disidencia y fraude electoral.
Simultáneamente, los “boliburgueses” han amasado una impúdica riqueza. Ellos constituyen una casta cercana al régimen, que a la sombra del “capitalismo de amigos” se han hecho multimillonarios. Entre ellos destaca la hija preferida de Chávez, María Gabriela. Según Forbes, es la persona más rica de Venezuela. Su fortuna asciende a USD 3,6 millardos. La de Diosdado Cabello es de casi USD 285 billones.
En Argentina durante el período kirchnerista se aplicó la misma “receta”, obteniendo idénticos resultados. Al finalizar el mandato de Cristina en 2016, el 36% de la población estaba sumergida en la pobreza. En los años previos, sus mayores esfuerzos estuvieron enfocados en ocultarlo. La estrategia era que el Indec adulterada las cifras y de ese modo “desparecían”, por arte de magia, 9 millones de personas carenciadas.
Paralelamente, al amparo del “modelo” kirchnerista, surgieron fortunas colosales, empezando por la de la propia familia ex presidencial. En 12 años su riqueza aumentó 843,25%. Cuando en 2003 Néstor asumió como mandatario de Argentina, declaró que su familia poseía un patrimonio de USD 7 millones; cuando Cristina dejó la presidencia había ascendido a USD 100 millones. Ha sido la gobernante argentina que más se enriqueció durante su mandato.
En Uruguay, se puso en vigor un esquema similar de asistencialismo, amiguismo y clientelismo. Al asumir Vázquez por primera vez en 2005, creó inmediatamente al Ministerio de Desarrollo Social (Mides). Ha sido la principal herramienta desde donde se impulsan esas perniciosas prácticas, dado que se reparte dinero (de los contribuyentes) a cambio de nada.
En vez de construir los cimientos para que la gente pueda prosperar en base al propio esfuerzo, se las hace dependientes de la ayuda estatal con el fin de enquistarse en el poder. Esto fue dicho sin tapujos por el ex Director de Planeamiento y Presupuesto, Enrique Rubio. El susodicho afirmó que si el Frente Amplio lograba convertir sus planes de asistencia social en votos, tenía asegurada la victoria electoral.
El efecto más visible de las políticas de Vázquez y Mujica ha sido un incremento colosal (12%) del número de funcionarios públicos —empezando por los del Mides— y simultáneamente, un deterioro impresionante de la cohesión social, la educación popular y la seguridad pública.
Casavalle es la muestra más palpable del deterioro de las condiciones de vida de los pobres con los gobiernos de Vázquez y Mujica. Esa zona, otrora habitada por gente humilde, pacífica y trabajadora, ahora es el feudo de la banda de narcotraficantes "Los Chingas", que el año pasado expulsó de sus hogares a 110 personas.
Un testigo describe así la situación:
“Golpean en cualquier vivienda y a punta de pistola le dicen a la familia que allí vive que se vaya, que deje todo como está y abandone la casa. Y si denuncian le matan a los hijos. Y los matan nomás. Esa vivienda es luego vendida, o usada como aguantadero, o le hacen boquetes en las paredes y las convierten en loft donde los capos viven en medio del lujo”.
Tal como dice Ricardo Peirano, “Casavalle muestra lo peor del país: educación fracasada, plan de vivienda fracasado, políticas sociales fracasadas, políticas sanitarias fracasadas, recolección de basura fracasada, auge de narcotráfico y de la fragmentación social”.
Y, al igual que el chavismo y el kircherismo, los gobernantes frenteamplistas practican un “capitalismo de amigos” —a modesta escala— que beneficia a su sector partidario, intereses privados propios, amistades y correligionarios.
Ninguno de los gobernantes mencionados ha sentado las bases para que sea posible ascender socialmente mediante el propio esfuerzo. Lo que delataría, no les interesa realmente que los pobres dejen de serlo.
Los que sí se han beneficiado son ellos y sus allegados, tanto económicamente como perpetuándose en el poder.
Este artículo fue publicado originalmente en Panam Post (EE.UU.) el 27 de diciembre de 2018.