El lado oscuro de la crisis económica global
Charles Philbrook comenta que las medidas tomadas alrededor del mundo para combatir la crisis no la están resolviendo sino posponiendo la solución a los problemas que la crisis expuso.
La crisis va llegando a su fin. Eso, al menos, es lo que se desprende de los últimos pronósticos de crecimiento realizados por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, y de cuanta declaración a los medios brinda uno y otro funcionario, de uno y otro país, en una y otra cita cumbre. Pero, ¿por qué creerles a quienes la negaron cuando aquélla aún no se manifestaba, la minimizaron cuando estalló, y la ahogaron en un océano de liquidez monetaria y gasto fiscal cuando amenazaba ya con tumbarse a economías regionales enteras?
En darle pronta “solución” a esta crisis el mundo ya ha gastado todo lo que gastó en las dos grandes guerras, el New Deal y el Plan Marshall juntos, descontando el factor inflación. Solucionar un problema y posponerlo, sin embargo, son dos cosas distintas. Quien soluciona algo resuelve aquello que impide que se ejecute la acción; quien pospone, empero, pasa para mañana lo que no quiere hacer hoy. Y qué mejor ejemplo de lo que pareja observación implica que darle un vistazo aéreo al sector inmobiliario estadounidense, epicentro del terremoto financiero del 2007. El mercado de valores respaldados por hipotecas —títulos de deuda que permiten que la banca comercial libere recursos y así pueda seguir otorgando préstamos hipotecarios—, en lo que va del año, ha simplemente desaparecido, lo que ha llevado a que la Reserva Federal, el banco central, se vea obligado a crear dinero del aire con el cual comprar el 100% de esta emisión, unos $700 mil millones. No se puede hablar de solución a una crisis mientras en una economía de “mercado” desaparecen los mercados.
El estado de salud de la economía global no sólo no mejora sino que se agrava. En los últimos meses son más y más aquellos países en los que el PBI presenta una divergencia entre el real y el nominal, de tal manera que mientras el primero aumenta, el segundo se desploma, y esto, desde 1971, el fin del sistema monetario de Bretton Woods, es inusual. Un PBI real que crece indica un mayor volumen de producción, y uno nominal que cae, una menor facturación corporativa, es decir, se produce más, pero se vende a cada vez menores precios, lo que lleva a que las utilidades corporativas disminuyan, y, por lo tanto, a que la recaudación tributaria caiga, en países tan distintos como Perú, Chinay EE.UU. A lo dicho en relación a esta inusual y dañina divergencia, súmenle la contracción crediticia y monetaria (M3) que ha empezado a darse en ambos lados del Atlántico, en Europa y en EE.UU., y que habla de saturación sistémica de deuda y de imposibilidad por parte de las autoridades monetarias de reinflar la economía (léase burbuja) global.
Pero China, creen desinformadamente algunos analistas, va en rescate de la economía global. Ignoran que, con todo el potencial de crecimiento que este gran país tiene, por el momento, y según pautas del Consejo Estatal, lejos de aumentar su producción va a verse forzada a reducirla en ocho sectores industriales claves, que años atrás ya presentaban serios problemas de exceso de capacidad instalada —excesos que requieren una pronta “solución” que no puede seguir siendo postergada (aceros, cemento, aluminio y construcción naviera, entre otros).
En el largo plazo, el crecimiento económico acumulativo de la humanidad, no cabe duda alguna, es impresionante. Vaya este único ejemplo: la esperanza de vida de un español del Siglo de Oro (1500-1700) era apenas unos treinta años, pero hoy, y gracias a una mejor alimentación (resultado de una mayor producción) y una buena salud (resultado de innovaciones tecnológicas y descubrimientos en el campo científico), sus descendientes pueden aspirar a vivir ochenta años y más. Las distorsiones y señales falsas que produce la intervención estatal en la economía derivan en que la actividad económica se reduzca considerablemente ¡Ha surgido la crisis! Y dedos acusadores señalan unas veces al inversionista, otras al empresario, como los grandes responsables.
Estos son momentos en los que se olvida que nuestra historia, la de la humanidad, a partir del siglo XIX, es una historia de éxito, de progreso, de avance en todo campo de la acción humana. Una historia en la que, en lo político, la democracia liberal le reserva un papel fundamental al Estado: proteger, garantizar los derechos individuales, en especial, los derechos de propiedad. Sólo y recién entonces, en lo económico, y con esta motivación de por medio, esos dos grandes motores del desarrollo, el inventor y el productor, entran en acción, inventando y produciendo más allá de sus necesidades inmediatas.