El laberinto del canciller uruguayo Ernesto Talvi

Hana Fischer comenta las ondulantes posturas en cuanto a políticas públicas del canciller uruguayo Ernesto Talvi.

Por Hana Fischer

Las personas somos complejas. Es algo que “teóricamente” se sabe pero en los hechos, se actúa como si no fuera así. Hay una tendencia muy humana, quizás porque es más cómodo, el etiquetar a las personas. Es decir, guiarnos por su característica más sobresaliente para luego definirlo en función de ella, como si fuera su perfil completo. Un camino que inexorablemente nos conduce a llevarnos sorpresas. Desde ese punto de vista los chinos son más sabios que los occidentales porque dicen: “Conocerás el auténtico carácter de una persona cuando pongas el último clavo de su ataúd”.

Un hombre común puede disimular los rasgos negativos de su personalidad frente a los extraños. No ocurre lo mismo con aquellos que eligen una vida de exposición pública como por ejemplo los políticos. En esos casos, se multiplican las ocasiones para que afloren las peores facetas de su temperamento. Es lo que ha ocurrido con Ernesto Talvi, el actual canciller uruguayo. Talvi es una figura muy conocida dentro de ciertos ambientes académicos, tanto nacionales como internacionales. Se le suele etiquetar como “liberal clásico”, calificación que no compartimos. Hemos seguido su trayectoria y pensamiento desde hace mucho tiempo. Por ese medio, hemos detectado varios indicios que nos convencieron que su línea de pensamiento va por otros carriles, a menos que el término “liberal” lo tomemos en su acepción anglosajona: socialdemocrático. Esa creencia se afirma si tenemos en cuenta a cuáles figuras admira y tiene como guía: al expresidente estadounidense Barack Obama y al uruguayo José Batlle y Ordoñez, promotor desde principios del siglo XX del estatismo hiperbólico que nos asfixia.

Talvi es economista. Fundó el Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social (CERES). Desde su rol como director académico, convirtió a CERES en una prestigiosa institución, tanto dentro como fuera de fronteras. Sus “desayunos de trabajo” –donde Talvi exponía sobre la coyuntura económica de Uruguay– eran uno de los acontecimientos más esperados por aquellos interesados en el progreso del país. Tenía por objetivo promover el debate a nivel local y en foros internacionales, para impulsar reformas que mejorasen la calidad de vida de la gente. En otras palabras, la intención de Talvi era influenciar a los agentes responsables de diseñar a las políticas públicas. Desde esa posición, Talvi se forjó la imagen de alguien serio, criterioso y prudente.

No obstante, desanimado porque las autoridades no seguían sus recomendaciones, decidió asumir un papel más activo. En consecuencia, abandonó su profesión de académico, formó el grupo político “Ciudadanos” y participó de la contienda electoral de 2019 como aspirante a la presidencia de la república por el partido Colorado. Desde entonces, la imagen que Talvi tan trabajosamente construyó, comenzó a exhibir fisuras. La exposición continua ante los focos públicos, dejaron al descubierto un Talvi desconocido y en cierta manera desconcertante.

La primera sorpresa para muchos fue cuando se autodefinió como “liberal progresista” y aseguró que no había contradicción en ello. Justificó su postura así: “¿En qué regímenes se lograron las grandes conquistas por la igualdad de derechos, por el voto, por la expresión, por la participación, por ser respetado en la diversidad? ¿En las dictaduras? ¿En los totalitarismos? No, en las democracias liberales. Las democracias liberales son las únicas que han sido progresistas. Yo soy progresista porque soy liberal”. En esa parte no le falta razón y es positivo que le devuelva al término “progresista” –hoy asociado a la izquierda– su genuino sentido.

Pero al mismo tiempo defiende posturas estatistas. Por ejemplo, que el Estado construya una red de 136 liceos públicos “modelo”, ubicados en los cinturones de pobreza de todas las ciudades del país. Su propuesta se basa en la exitosa experiencia del Liceo Impulso –privado, laico y gratuito– que fundó junto con otras personas. Esos 136 liceos estarían bajo la órbita pública pero imitarán el modelo pedagógico del aludido centro de gestión privada. Talvi no parece darse cuenta de que el éxito del Impulso se debe, precisamente, a que germinó en el suelo de la voluntaria colaboración y financiación de agentes privados. Surgió de una iniciativa espontánea, por fuera de los órganos burocráticos del Estado.

Pero, imbuido de un nefasto racionalismo de tipo cartesiano, desea el poder para imponer su propia concepción de una “educación modelo”, que sería impartida a todos los alumnos por igual. Concepción muy alejada de la liberal, que sostiene que el progreso de la humanidad se debe a la experimentación, al ensayo y el error, en forma descentralizada. Las buenas prácticas son copiadas y las malas desechadas. Pero al ser en pequeña escala, el daño potencial para la sociedad es acotado. En cambio, desde el Estado se imponen determinadas prácticas en forma global, razón por la cual, los resultados suelen ser catastróficos. Además, la soberbia de las “mentes maestras” impide corregir los defectos a medida que van apareciendo.

En consecuencia, no es la autodefinición de Talvi como “liberal progresista” lo que desconcierta, sino las políticas públicas estatistas que defiende. En esa misma línea “progresista”, se opuso a la desmonopolización de la petrolera estatal como pretendía el presidente Luis Lacalle Pou. Asimismo, es bueno recordar que como candidato presidencial, aseguraba que en muchos temas se sentía cercano a la izquierda.

Por otra parte, tiene berrinches de niño chico malcriado. Patético fue cuando se puso como loco porque en la campaña electoral, en el debate obligatorio entre los dos punteros –Lacalle Pou y el izquierdista Daniel Martínez– él no fue invitado a participar.

Talvi integra actualmente la coalición gobernante desde el cargo de canciller. Pero pecando de hybris (soberbia, desmesura) –como dirían los antiguos griegos– parecería creerse más de lo que realmente es, desde el punto de vista político. No olvidemos que su partido sacó tan solo el 12,9% de los votos, que se dividen entre su sector y Batllistas.

Pero por otra parte como canciller –en medio de la pandemia del coronavirus– su labor repatriando a los uruguayos varados en el exterior y creando “corredores sanitarios” para que los extranjeros en territorio uruguayo pudieran retornar a sus respectivos países –el caso del crucero Greg Mortimer fue emblemático– despertó elogios por doquier. En ese momento, dio la impresión que había dejado atrás sus pataletas anteriores y se estaba comportando a la altura de su fama anterior.

Sin embargo, volvió a desorientar al realizar declaraciones sobre Venezuela. En esa ocasión, Talvi expresó que como canciller no iba a calificarla como “dictadura” y que además, iba a apoyar los “diálogos” para una elecciones libres y limpias.

¿Entonces? ¿Cuál es la diferencia con su antecesor izquierdista, Rodolfo Nin Novoa?

La reacción de Lacalle Pou fue inmediata. Desautorizando a Talvi, recalcó que en Venezuela hay dictadura y que está dispuesto a decirlo públicamente.

A partir de entonces, la conducta de Talvi ha sido bochornosa, propia de alguien inmaduro. Se enfadó y espació sus idas a la cancillería y a las reuniones del Consejo de Ministros porque considera que no se le otorga la jerarquía que a su entender le corresponde. Luego intempestivamente dijo que iba a dejar su cargo porque quería tener mayor protagonismo tanto dentro de su partido como en la coalición.

En el correr de unas pocas horas anunció:

“Que se iba, pero todavía no”. “Que se iba a corto plazo, pero no sabía cuándo”. “Que no seguirá como ministro pero tampoco como senador… o quizá sí”. “Que no se reunió con Lacalle Pou para renunciar sino para acordar un nuevo rol”.

Finalizó sus declaraciones con un inesperado “No puedo hablar de algo que no sé si va a ocurrir”.

Este artículo fue publicado originalmente en el Panam Post (EE.UU.) el 21 de junio de 2020.

Es claro que Talvi está perdido en el laberinto de sí mismo. Ojalá encuentre pronto la salida porque de lo contrario, perderá la buena imagen que supo tener.