El informe Draghi
Lorenzo Bernaldo Quirós considera que el plan de competitividad para la Unión Europea presentado la semana pasada por Mario Draghi consiste de una nueva política industrial.
Por Lorenzo Bernaldo de Quirós
El lunes pasado, Mario Draghi, presentó su informe sobre la competitividad de la Unión Europea. Su mensaje central es la necesidad de poner en marcha una nueva política industrial sin la cual se abrirá una distancia insuperable con los Estados Unidos y China. Para ello propone una inversión adicional de 800.000 mil millones de euros anuales, equivalente al 5 por 100 del PIB de la UE y superior a la realizada por el Plan Marshall entre 1948 y 1951. Sin competitividad, Europa no podrá ocupar un papel de liderazgo en las nuevas tecnologías ni financiar su modelo social ni ser un actor independiente en la escena global. Estará condenada a una lenta agonía.
Este diagnóstico no es novedoso. La brecha entre el PIB de los Estados Unidos y el de la UE se ha ampliado del 15 al 30 por 100 entre 2002 y 2023; la productividad de la economía continental ha pasado de suponer el 95 por 100 de la estadounidense al 80 por 100. Por su parte, en los sectores ubicados en la frontera tecnológica, Europa está claramente rezagada respecto a América y China. Sólo hay 4 compañías europeas entre las 50 primeras del mundo en ese ámbito. Por otro lado, las empresas continentales tienen crecientes problemas para competir ante la deriva proteccionista de esos dos gigantes, agravada por el intento chino de controlar las cadenas de distribución globales y su control sobre los minerales raros, tendencias con serias posibilidades de agudizarse en el horizonte del medio plazo.
Draghi centra la apuesta por la competitividad en tres sectores: la innovación, la descarbonización y la seguridad energética. Europa debe mejorar la financiación de sus industrias punteras, adaptarse a la transición energética sin penalizar el crecimiento y reducir su dependencia estratégica modificando su política comercial y sus cadenas de aprovisionamiento. En el ámbito de la energía critica los precios demasiado altos, ligados a los elevados impuestos sobre la electricidad y a un mercado único imperfecto. Las tecnologías limpias sufren una carga regulatoria que afecta a casi todas las áreas de la industria europea y no garantizan seguridad y suficiencia de suministro.
Draghi quiere impulsar la creación de “campeones europeos” para innovar y competir. Para ello propone un cambio radical a la hora de evaluar fusiones y adquisiciones, para que las normas de competencia no se conviertan en un “obstáculo”; la Unión de los Mercados de Capitales para lograr una mejor financiación a las compañías; un mayor uso de préstamos conjuntos en el sector de defensa y una revisión de la política comercial de la Unión para apoyar su independencia económica, un sutil eufemismo para referirse a la introducción de medidas proteccionistas cuyo alcance no se precisa.
Si el diagnóstico de los problemas europeos es en esencia correcto, el núcleo del Plan Draghi supone una brutal inyección de gasto público en pro de la competitividad cuya financiación, 800.000 millones de euros, se traducirá bien en una mayor aportación de los Estados miembro a las arcas comunitarias, lo que obligaría a subir impuestos en ellos, bien en la creación de tributo/s europeos bien en la emisión de deuda al estilo de la empleada para financiar los Fondos Nex Generation. No parece muy razonable incrementar la fiscalidad ya alta en casi todos los países continentales y es dudoso que buena parte de ellos acepten esa idea o estén dispuestos a sumarse a un sindicato de deuda.
Pero lo más preocupante, con serlo, no es eso, sino la asignar al gasto-endeudamiento público y al dirigismo político la responsabilidad y la capacidad de restaurar el dinamismo de la economía del Viejo Continente. No hay ni una sólo referencia en el Informe Draghi a los factores estructurales que son determinantes del declive económico del Continente: el creciente intervencionismo existente en muchos de los estados miembros de la UE y el practicado por la propia Comisión; la existencia de un Estado del Bienestar de un tamaño y un coste excesivo; la presencia de una fiscalidad que penaliza el trabajo, el ahorro, la inversión y la asunción de riesgos; los elevados niveles de gasto y de endeudamiento.
Por otra parte, Draghi, jugando a la política industrial, parece despreciar la mayor fuerza impulsora de la innovación y de la productividad: la competencia tanto interna como la procedente del exterior. Si, como afirma el ex Presidente del BCE, el sector privado europeo no tiene recursos para hacer frente a los desafíos económicos de esta hora, hay que preguntarse porqué y la respuesta es bastante sencilla: porque el marco de instituciones económicas imperante en muchos estados y el creado por la Comisión en los últimos años dificulta de manera extraordinaria esa tarea. Europa se ha convertido en un continente donde el estatismo prima sobre la libertad económica.
Draghi acabó la presentación de su informe con estas palabras: “El crecimiento es importante porque está vinculado a nuestros valores fundamentales. Y si Europa ya no puede ofrecer este crecimiento a sus ciudadanos, perderá su razón de ser”. Y es cierto, pero eso no se consigue endeudándose y haciendo abstracción de los problemas estructurales, causas determinantes de la decadencia económica del Viejo Continente.
Este artículo fue publicado originalmente en El Mundo (España) el 15 de septiembre de 2024.