El impacto económico de la crisis del Covid-19 en la región latinoaméricana.

Natalia Motyl indica que la región se encuentra transitando una de las crisis más profundas de su historia, lo cual derivará en un aumento importante de la desigualdad y la pobreza.

Por Natalia Motyl

La pandemia tuvo consecuencias contra-recíprocas para toda la región latinoaméricana: caída del consumo de servicios, ya que son actividades de mayor riesgo de contagio; menores ingresos externos por caída de la demanda mundial de las commodities; la caída de las remesas y los precios de los productos básicos; aumento del ahorro presente para mantener liquidez futura por parte de las familias lo que contrajo la demanda agregada; y, mayor incertidumbre a nivel global durante los primeros meses del año lo que dificultó evaluar el retorno de los proyectos de inversión.

Además, el flujo de capitales de países emergentes, como los de nuestra región, marcaron una salida de US$82.900 millones en marzo. Ésta salida fue mucho más alta de los US$19.400 millones del año pasado cuando se disparó la tensión por la guerra comercial entre EE.UU. y China o de la crisis de las subprime en 2008 cuando las salida de capitales se ubicaban entre los US$15.000 y US$20.000 millones. Ésto quiere decir que todos los países de la región ahora se enfrentan a un mercado de capitales bastante magro lo que les ata las manos, a la mayoría, a financiar políticas expansivas para contener la pandemia.

Por otra parte, si observamos el índice Vix, que nos permite analizar la volatilidad financiera, éste, en marzo se elevó hasta alcanzar niveles históricos (82,7 millones vs los 80,9 millones de la crisis del 2008). También se registró una fuerte depreciación de las monedas locales, el riesgo soberano se elevó fuertemente en todos los países de la región y las principales bolsas anotaron fuertes caídas.

Por más de que, las medidas monetarias llevadas adelante por los principales bancos centrales revirtieron parte de la incertidumbre y volatilidad generada por la pandemia –permitiendo así cierta baja de los índices de percepción de riesgo y entrada de capitales–, lo cierto es que todavía los mercados a nivel global descuentan que existe un riesgo de que vuelva a aparecer un rebrote a futuro en los principales países, que podría afectar la rentabilidad futura de sus ganancias. Por lo tanto, todavía ésta recuperación en el sistema financiero no la veremos reflejada en la economía real en el corto plazo, que se encuentra condicionada por muchos factores.

Además, hay que agregar que las medidas de confinamiento y distanciamiento social para frenar y contener la propagación del virus que llevaron adelante la mayoría de los gobiernos de la región, afectaron principalmente la actividad y el empleo, sobretodo de aquellos sectores considerados como “no esenciales”. 

Es necesario aclarar que, a pesar de que la pandemia es una amenaza para el mercado laboral, el empleo en la región latinoaméricana ya venía deteriorándose hace algún tiempo. La región venía experimentando entre el 2014 y el 2019 el menor crecimiento económico desde la década de 1950. Éste menor crecimiento económico se tradujo en una débil creación de puestos de trabajo y los que se crean tienden a ser de peor calidad. 

Según la Organización Internacional de Trabajo, la tasa de empleo durante los últimos años se mantuvo sin cambios en un 58%. Mientras que, la tasa de desempleo promedió un máximo histórico de los últimos 15 años en un 8% en 2019. Si analizamos la calidad del trabajo podemos ver que existe un deterioro en los últimos años. Precisamente en 2019 el empleo total aumentó en 1,7%, el trabajo por cuenta propia lo hizo con mayor intensidad, con un crecimiento del 2,2%, en tanto los puestos asalariados crecieron solo 1,7% y el servicio doméstico 1,2%.

Asimismo, la tasa de informalidad se incrementó en los últimos años del 49,5% de 2014 al 50,6% en 2018 y, finalmente, al 51% en 2019; igual que en 2012, lo que constituye un retroceso de 7 años del empleo formal que se gestó en el último año. Recordemos que, éstos trabajadores se caracterizan por falta de cobertura de la seguridad y protección social, ingresos inestables e inestabilidad laboral. Por ende, éste segmento que se encuentra en una situación de extrema vulnerabilidad es el que más afectado está en ésta crisis y, lamentablemente, consituye la mitad de la población ocupada en latinoamérica. 

Más precisamente, ya se calcula que la población desocupada, desde que comenzó la crisis del COVID-19, se incrementaría en 18 millones éste año, con una tasa de desempleo de 13% para éste año, 5,0 puntos porcentuales por arriba del año pasado, en el mejor de los escenarios.

Además de afectar las tasas de ocupación, se espera un fuerte retroceso en los ingresos, las remuneraciones y la calidad de las ocupaciones. Ésto generará un aumento de la desigualdad y la pobreza.

Según la Cepal, la pobreza se incrementaría en 45,4 millones en 2020, con lo que el total de personas en situación de pobreza pasaría de 185,5 millones en 2019 a 230,9 millones en 2020, constituyendo el 37% de la población latinoamericana. Por países, vemos que Bolivia va a registrar el mayor incremento de pobres (37,5% de pobreza); luego le sigue Colombia (34,1%), Ecuador (32,7%) Brasil (26,9%) y Perú (25,8%), Uruguay (5,3%) y Chile (15,5%) apuntan los porcentajes de pobreza más bajos.

Desafortunadamente, por más de que podamos ver cierta recuperación en los indicadores financieros, el panorama no es alentador y, la región se encuentra transitando una de sus crisis económicas más profundas de la historia.