El impacto de las remesas
Manuel Sánchez González señala que el auge de las remesas se debe a factores principalmente externos, aunque un elemento adicional podría provenir de la situación económica adversa de México.
A partir del brote de la pandemia por COVID-19, los ingresos en dólares por remesas en México han acentuado su tendencia ascendente observada desde hace más de una década.
En mayo de 2021, el monto de estas entradas fue el más elevado para cualquier mes desde que se tiene registro en 1995. Asimismo, durante los primeros cinco meses del año, el crecimiento anual de tales flujos resultó 21,7 por ciento, más de 11 y 13 puntos porcentuales respecto a los correspondientes aumentos anuales en 2020 y 2019.
Además, a pesar de la contracción económica mundial, durante 2020 las remesas continuaron expandiéndose, en contraste con la caída registrada durante la crisis financiera global de 2008-2009.
Las remesas reflejan la solidaridad de los trabajadores en el exterior para con sus familias en México. Los ingresos provienen primordialmente de EE.UU. y, en proporciones muy bajas, de Canadá y otras naciones.
Por ello, un determinante fundamental ha sido el nivel de empleo estadounidense, cuyas fluctuaciones han tendido a reflejarse en la dinámica de las remesas. Es natural que, durante las recesiones, el aumento del desempleo de esa economía reduzca la capacidad de los inmigrados para enviar recursos a nuestro país.
Un factor adicional ha sido el tipo de cambio del peso frente al dólar. Como las familias mexicanas reciben las remesas en moneda nacional y, por tanto, éstas se multiplican con la depreciación cambiaria, suele ocurrir que los montos aumenten en épocas de debilitamiento del peso.
Estos dos factores podrían contribuir a explicar el dinamismo reciente de las remesas. En efecto, según el Cemla, después de una caída en marzo y abril de 2020, a partir de mayo el empleo de trabajadores mexicanos en EE.UU. ha mostrado una trayectoria de recuperación hasta alcanzar, durante el primer trimestre de 2021, niveles similares a los observados antes de la pandemia.
Igualmente, durante marzo-octubre del año pasado, el peso estuvo muy presionado, con un tipo de cambio promedio de 22,47 pesos por dólar, un incremento de casi veinte por ciento respecto a la media del primer bimestre de ese año.
Empero, sin negar su potencial explicativo, estos dos elementos parecen insuficientes para dilucidar el contraste con lo ocurrido en la crisis financiera global, durante la cual la depreciación del peso fue, incluso, más aguda que la reciente.
Dos causas extra pueden ayudar a la explicación. La primera han sido los paquetes fiscales sin precedente en EE.UU., orientados a apoyar a los hogares y atenuar el cierre de las empresas y el descenso del empleo. Los inmigrantes mexicanos podrían estar beneficiándose de esas ayudas, de forma directa, recibiendo transferencias gubernamentales, o indirecta, gracias a la rápida recuperación de esa economía y la consiguiente mayor demanda laboral.
La segunda causa consiste en la fortaleza de la economía estadounidense antes de la pandemia. A diferencia de la debacle financiera anterior, los sectores donde se concentra el empleo de los migrantes mexicanos no exhibían vulnerabilidades previas, como fue el caso de la construcción, lo cual pudo haber tomado a los trabajadores en mejores condiciones para enviar dinero.
El gobierno de México ha celebrado el auge de las remesas como si fuera su éxito. Si bien los factores relatados son de índole principalmente externa, un elemento adicional podría provenir de la situación económica adversa del país, la cual ha sido, en gran medida, resultado de la ausencia de políticas adecuadas para manejar la crisis. En ese sentido, la administración podría estar contribuyendo a la atracción de las remesas.
Finalmente, algunos comentaristas han señalado que las mayores entradas de recursos de los migrantes representan un motor para la reanimación económica.
Es indudable que las remesas actúan como un auxilio para que las familias enfrenten limitaciones económicas y puedan mantener cierta estabilidad en el consumo de bienes y servicios básicos, incluyendo las necesidades alimenticias y de salud. Existe, también, evidencia de que estas entradas apoyan considerablemente la actividad de ciertas comunidades y entidades federativas, y representan un paliativo de la pobreza.
Sin embargo, las remesas difícilmente pueden constituirse en un motor de despegue económico agregado. Los estudios empíricos han corroborado que su contribución al crecimiento del PIB es marginal.
En lugar de alentar la emigración y celebrar las remesas como un logro propio, el gobierno debería propiciar el crecimiento económico sostenido y la amplia creación de empleo mediante un marco de políticas públicas que proteja la confianza y los derechos de los particulares.
Este artículo fue publicado originalmente en El Financiero (México) el 7 de julio de 2021.