El futuro del voto latino en Estados Unidos
Daniel Raisbeck sostiene que cuando los latinos escuchan argumentos contundentes a favor del libre mercado, su reacción suele ser muy positiva y conforme a su visión ideal de Estados Unidos como la tierra de las oportunidades.
Por Daniel Raisbeck
Nota: Este texto fue publicado originalmente en marzo de 2021 en la Foundation for Economic Education pero lo reproducimos hoy porque creemos que su contenido es relevante para analizar los resultados de la elección presidencial en Estados Unidos de 2024.
En el 2020, los hispanos apoyaron a Donald Trump en unos estados y a Joe Biden en otros. Por ende, es válido preguntarse: ¿existe un voto latino genérico?
Una respuesta poco ortodoxa –y no por ello equivocada– es la del escritor Alex Pérez, un cubano-estadounidense de Miami. Pérez argumenta que su ciudad es excepcional ya que las encuestas, el análisis político tradicional y los debates ideológicos no logran percibir lo que realmente atrae a sus votantes: no una “política ‘seria”, sino más bien una estética que logre reflejar el ambiente tropical y festivo de la urbe. Este surge de una mezcla entre la cultura latina caribeña y “el clásico ideal estadounidense de ‘trabajar intensamente para festejar intensamente’”.
Según Pérez, el ex-presidente tuvo éxito en el sur de la Florida gracias a “una estética Trumpista”, la cual proyectaba “una diversión estrepitosa y carnavalesca. La energía prevalente no era la de la política, sino la de una fiesta al estilo tailgate”, evento común antes de un partido de fútbol estadounidense, cuando los fanáticos celebran cerca del estadio para consumir comida a la parrilla y cantidades sustanciales de cerveza desde las puertas traseras de sus vehículos.
La campaña de Trump giró alrededor de una canción del conjunto salsero cubano Los Tres de la Habana, cuyo vídeo presentaba a varias familias latinas viviendo “la buena vida” gracias a una pujante economía –presuntamente antes del COVID-19– bajo el entonces presidente "Donal Tron". Por otro lado, la sombría campaña de su sucesor Biden consolidó el status de los Demócratas como el partido de los regañones del departamento de recursos humanos. Esta cosmovisión, escribe Pérez, la encarna el uso del término “Latinx” para referirse a los hispanos, quienes suelen no tener idea del significado de dicha palabra.
Pérez calcula que el uso de la salsa le añadió varios puntos porcentuales al voto de Trump en la Florida; el periodista español Emilio Doménech inclusive aseguró que la victoria del expresidente en el estado se debió a la canción. Dicha teoría no convence a Daniel Garza, director ejecutivo de la organización LIBRE Initiative. Según Garza, sugerir que un video musical puede determinar el resultado de una elección equivale insultar la inteligencia de los latinos, “un bloque de votantes cada vez más sofisticado a la hora de tomar decisiones electorales basados en el contenido de las políticas públicas”.
Tanto al sur de la Florida como en el Valle del Río Grande al sur de Texas, los latinos giraron de manera similar hacia Trump, quien ganó 23 puntos porcentuales en el condado de Miami-Dade y logró que el condado de Zapata, Texas favoreciera a un candidato presidencial republicano por primera vez desde el siglo XIX. La diferencia, explica Garza, es que el Partido Republicano invirtió grandes sumas de dinero para movilizar a los latinos en la Florida, donde cuenta con una maquinaria política formidable. Ese no es el caso en la zona fronteriza entre Texas y México, donde los latinos se movilizaron de manera espontánea y se informaron mutuamente acerca de los asuntos esenciales: la segunda enmienda, la política energética, la oportunidad económica, la libertad educativa y la importancia de contar con jueces constitucionalistas en la Corte Suprema, magistrados que protejan la libertad de expresión y de culto.
Como los demás estadounidenses, dice Garza, los latinos desconfían de los medios de comunicación y los partidos políticos, mientras que sus vecinos, los feligreses de sus iglesias y los demás padres de familia en el colegio local gozan de una credibilidad mucho mayor. Garza, oriundo del Valle del Río Grande, percibió que estas comunidades, unidas por la experiencia de construir la economía con sus propias manos, empezaron a resistirse a quienes buscaban imponer una “cultura de la cancelación”, desmantelar la familia nuclear y dejar sin recursos a la policía. Tal como en la Florida, esto perjudicó a los candidatos que simpatizaron con el movimiento de protestas Black Lives Matter (BLM). Como le dijo un demócrata de Miami a la revista Politico: “apoyamos fuertemente a BLM y vimos cómo los hispanos se opusieron. Luego adoptamos una posición tibia, pero nos acribillaron en las urnas”.
En Texas, muchos latinos también rechazaron las políticas que amenazaban los empleos bien remunerados en el sector de la energía, en el cual muchos de ellos trabajan. Según Garza, los latinos “entendieron que un país con energía es un país con un futuro”. La importancia de dichos empleos en Texas demuestra cómo el voto latino “es tan variado como en el resto del país”. A los hispanos en Carolina del Norte, por ejemplo, les interesa más preservar un sistema privado de seguros de salud. En la Florida, una postura fuerte contra el socialismo latinoamericano fue crucial. En términos generales –y contrario a lo que sugiere la narrativa mediática– la inmigración no estuvo entre los siete asuntos más importantes para los latinos a nivel nacional según la organización Pew Research Center.
En el estado de Georgia, varias organizaciones izquierdistas invirtieron grandes sumas de dinero para movilizar al voto latino antes de la elección especial al Senado en enero. Aunque estos grupos mantuvieron un nivel constante de participación en las urnas, los demócratas no les debieron su victoria a los latinos, asegura Suzanne Gamboa de NBC News.
Aunque el voto latino en Georgia no favoreció a los republicanos, Garza considera que hay una división general entre el norte y el sur del país. El apoyo hispano hacia Trump en varios estados del “Cinturón del sol” –un giro que Garza le atribuye a la fe, al patriotismo y a las oportunidades económicas– no se reprodujo en estados del norte como Nueva York o Illinois, donde la tendencia del voto latino se mantuvo relativamente intacta. No obstante, esto fue una decepción para los demócratas.
Como comenta Joshua Green de Bloomberg, el partido apenas logró mantener la participación de los latinos en los estados decisivos del norte que le aseguraron a Biden la presidencia. En parte, el problema fue que sus máximos estrategas, quienes residen en la ciudad de Nueva York, se equivocaron con frecuencia acerca de cómo atraer la simpatía de los hispanos, hasta que decidieron descentralizar la producción de anuncios de campaña y subcontratar a ciertas personas en las distintas comunidades. Esto coincide con una de las percepciones de Garza: hace algún tiempo, los líderes de izquierda dejaron atrás a los latinos mientras avanzaban hacia las ideas extremistas que produjeron la cultura de la cancelación. Hoy, “buscan imponer sus prioridades a la comunidad latina, y nosotros los estamos rechazando”.
Ciertamente, la cultura ha adquirido más y más importancia. Según Pérez, el problema de los demócratas es que, “frecuentemente, se sienten avergonzados de los elementos más toscos de la cultura estadounidense”, mientras que “el americanismo latino y jovial” combina la lengua española con “el ambiente divertido y tradicionalmente estadounidense de una carrera de Nascar”. Los hispanos, agrega, “no se consideran Latinx, ni siquiera latinos, sino estadounidenses” con la tradición del país al que emigraron ellos o sus padres. Si esto es correcto, apostar por políticas de identidad, donde todo gira alrededor de las injusticias contra las minorías, puede resultar costoso.
Aunque la inhabilidad de generar una “ola azul” en las votaciones al congreso conmocionó a muchos demócratas, Garza considera que el partido gravita más hacia los “socialistas democráticos” como Alexandria Ocasio Cortés (AOC), la polémica representante de Nueva York, que hacia políticos moderados como Henry Cuellar. Este demócrata conservador derrotó a Jessica Cisneros, una candidata que contaba con el apoyo de AOC, en la última elección primaria del distrito 28 de Texas, pero está aislado dentro de su propio partido.
¿Significa esto que los republicanos pueden aumentar su apoyo entre los latinos si rechazan la corrección política y promueven eliminar los obstáculos que restringen las oportunidades? Garza acepta que la superficie no se puede ignorar, ya que el mensajero puede ser tan importante como el mensaje: “aún es necesario un político con carisma, que sea capaz de vender bien las políticas de la libertad”.
Pero puede ser muy fina la distinción entre buscar una figura carismática à lo Ronald Reagan y descender hacia niveles latinoamericanos de caudillismo. En marzo del 2016, David Luhnow del Wall Street Journal comparó a Trump a varios caudillos históricos, líderes que usan sus talentos para el espectáculo con el fin de “enfrentar a un establecimiento político osificado, crear un fuerte vínculo con sus seguidores y atacar a sus contrincantes sin moderación, inclusive promoviendo la violencia”.
Dicha advertencia resulta fatídica tras el ataque contra el Capitolio en Washington D.C., el pasado 6 de enero. Por otro lado, la política que depende de la escenografía puede ser sumamente peligrosa; después de todo, los máximos maestros de la estética política fueron los socialistas totalitarios del siglo XX. Sin embargo, una cosa son los fracasos de Trump, y otra la necesidad de contrarrestar los mensajes a favor de la corrección política y de la dependencia en el Estado que la izquierda constantemente dirige hacia la comunidad latina.
Según la experiencia de Garza, cuando los latinos escuchan argumentos contundentes a favor del libre mercado, su reacción suele ser muy positiva y conforme a su visión ideal de Estados Unidos como la tierra de las oportunidades.
Tal vez los libertarios aprendan que pueden ganar terreno si venden un mensaje de libertad con algo de alegría. Ciertamente, los Trumpistas no deben tener un monopolio sobre la jocosidad como arma política.
Este artículo fue publicado originalmente en Foundation for Economic Education (Estados Unidos) el 5 de marzo de 2021.