El fracaso del Tercer Mundo

por Carlos Ball

Carlos Ball es Periodista venezolano, director de la agencia de prensa AIPE (www.aipenet.com) y académico asociado del Cato Institute.

Luego del colapso del comunismo soviético, los socialistas de todos los partidos voltearon su mirada al Japón como nuevo paradigma de lo que se podría denominar "capitalismo dirigido" o "mercantilismo moderno", un tercer camino entre el llamado "capitalismo salvaje" y la utopía comunitaria que tanta miseria causó en nuestro siglo.

Por Carlos A. Ball

Luego del colapso del comunismo soviético, los socialistas de todos los partidos voltearon su mirada al Japón como nuevo paradigma de lo que se podría denominar "capitalismo dirigido" o "mercantilismo moderno", un tercer camino entre el llamado "capitalismo salvaje" y la utopía comunitaria que tanta miseria causó en nuestro siglo.

Cuando los estatistas miraban al Japón encontraban muchas cosas a su gusto: un superministerio planificador y repartidor de privilegios llamado MITI (Ministerio de Comercio Internacional e Industria), una elite burocrática encargada de supervisar la utilización de los recursos, el oligopolio de los poderosos miembros del keiretsu que controlan los sectores financieros, inmobiliario y la industria manufacturera —cuyo éxito en gran parte depende de estrechas relaciones con los políticos y funcionarios—, además de una fuerza laboral dispuesta a trabajar duro a cambio de una virtual inamovilidad, es decir, empleo por el resto de la vida activa a cambio de lealtad al patrón.

Con bastante éxito a mediano plazo, ese modelo fue aplicado por algunos de los Tigres asiáticos y en parte también por varios de los Jaguares latinoamericanos que procedieron a privatizar monopolios estatales convirtiéndolos en monopolios privados, protegidos de cualquier competencia por leyes especiales y funcionarios amigos en posiciones claves.

Brink Lindsey y Aaron Lukas del Cato Institute acaban de publicar una interesante investigación del caso japonés titulado "De visita a los ‘revisionistas’: el surgimiento y caída del modelo económico japonés", donde nos recuerdan que hace 10 años periodistas, economistas y hasta novelistas elogiaban las ventajas de un sistema que lejos de basarse en pura competencia era concertado y administrado por una elite de altos funcionarios y grandes empresarios. El principal objetivo de los gerentes no era maximizar las utilidades de su compañía, anteponiéndole a ello lo que percibían como el interés nacional. Suena muy bonito, pero entonces se traba el termómetro. El problema es que si el objetivo deja de ser la mejor utilización de escasos recursos y se mezcla la economía con la política, formándose una poderosa alianza que le cierra las puertas a gente con ideas nuevas y diferentes, el resultado es el que estamos observando en Japón y en esas economías de Asia y América Latina donde ha predominado el compadrazgo mercantilista.

En su novela de 1992 "Sol naciente", Michael Crichton escribió: "tarde o temprano Estados Unidos tiene que enfrentar el hecho que Japón se ha convertido en la nación industrial líder del mundo. Los japoneses viven más. Tienen el más alto nivel de empleo, la más alta tasa de alfabetización, la menor brecha entre ricos y pobres. Sus manufacturas son de la más alta calidad... Y los japoneses han inventado una nueva manera de comerciar".

El cuento no terminó así. Muchos de los mismos que no tenían sino elogios para el modelo japonés hoy reconocen que las economías dirigidas por burócratas conducen ineludiblemente a la corrupción y que cuando los gobiernos desalientan el consumo con altos impuestos a las ventas también se desanima el esfuerzo personal porque entonces la gente no puede disfrutar plenamente el fruto de su trabajo.

Otra noción que se ha desprestigiado es el antiguo afán mercantilista de incrementar las exportaciones por encima de las importaciones a como dé lugar. Los industriales japoneses han acumulado un superávit de balanza comercial de 700.000 millones de dólares, olvidando que lo que realmente nos beneficia es lo que recibimos del extranjero y no lo que tenemos que exportar para recibir ese beneficio. Claramente, las políticas proteccionistas japonesas han perjudicado al pueblo, mientras que con políticas más abiertas al comercio internacional el nivel de vida en Estados Unidos ha seguido aumentando año a año.

Lindsey y Lukas concluyen su trabajo de la siguiente manera: "Todos esos errores provienen de una fuente común: la inhabilidad de comprender y apreciar el poder de los mercados libres. Sufriendo del mal que el Premio Nobel Friedrich Hayek denominó ‘arrogancia fatal’, al creer que unos pocos planificadores gubernamentales iban a ser más listos que millones de personas que toman sus propias decisiones en escoger industrias ‘estratégicas’, asignar recursos desafiando las señales del mercado y apuntalando artificialmente los valores inmobiliarios y de la Bolsa. Al igual que otros anteriormente, se las daban de realistas sofisticados, pero tal fe en los milagros de la burocracia era más bien signo de ingenuidad. Sólo se requirieron unos pocos años para que la burbuja explotara".

Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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