El fracaso de la guerra contra las drogas

Por Radley Balko

En Washington DC un cuadrapléjico de 27 años fue sentenciado a 10 días de cárcel por posesión de marihuana, donde murió bajo circunstancias sospechosas. En Florida, un paciente con esclerosis múltiple atado a una silla de ruedas cumple una sentencia de 25 años por usar un doctor no registrado en el estado para obtener medicamentos contra el dolor. Y en Palestina, Texas, fiscales arrestaron a 72 personas—todos ellos negros—y los acusaron de distribuir cocaína. La escena tiene un parecido sorprendente a una redada por drogas, en la cual la mayoría eran negros, sucedido en el pueblo cercano de Tulia, 5 años atrás.

Estos ejemplos no son raros, son típicos. La guerra contra las drogas sigue su curso, sin inmutarse por la eficacia, justicia o lo absurdo que pueda ser. El tema de la prohibición de las drogas no fue tratado durante las elecciones del 2004. No se lo mencionó en los debates, las convenciones o en las innumerables noticias que cubrían las campañas.

En cierto sentido, eso fue una bendición. Usualmente las discusiones en campañas acerca de la prohibición de las drogas se han enfocado en qué candidato y cuándo ha usado tal o cuál droga, y cuál estaba más apenado por haberla utilizado.

Es admirable que nos hayamos movido más allá de las disculpas, pero también es cierto que bajo las leyes que los políticos de hoy apoyan, un niño que experimenta con drogas ilícitas de la misma forma que muchos de ellos alguna vez hicieron, puede que no tengan la oportunidad de terminar la escuela o ir a la universidad; mucho menos ser candidato a un cargo político.

El número de políticos que se han atrevido a cuestionar cualquier aspecto de la guerra contra las drogas, podría caber cómodamente en la parte de atrás de una edición de bolsillo de la Carta de Derechos. Esto tiene que cambiar. EE.UU. debería de reexaminar su política contra las drogas.

Hoy en día, los gobiernos estatales y federal gastan entre $40 y $60 mil millones por año para combatir en la guerra contra las drogas, unas diez veces el monto gastado en 1980—y miles de millones más para mantener en prisión a los infractores de las leyes contra las drogas. Los EE.UU. tiene ahora más de 318,000 personas tras las rejas por delitos relacionados con las drogas—más que el total de la población penitenciaria del Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y España combinadas.

Nuestra población penitenciaria se ha incrementado en un 400 por ciento desde 1980, mientras que la población general se ha incrementado solo en un 20 por ciento. EE.UU. también tiene la tasa de encarcelación más alta en el mundo—732 de cada 100,000 ciudadanos están tras las rejas.

La guerra contra las drogas ha forjado el paradigma de cero tolerancia, leyes de confiscaciones de bienes, sentencias mínimas obligatorias e innumerables excepciones a la defensa criminal y a la protección de las libertades civiles. Algunos sociólogos le echan la culpa por mucho de los apuros en los barrios conflictivos. Otros señalan que ha corrompido a la policía, tal como la prohibición del alcohol li hizo en la década de los veinte.

En el caso de la marihuana medicinal y la receta de analgésicos, la guerra contra las drogas ha tratado a pacientes con dolencias crónicas o terminales como drogadictos, y a los doctores que los tratan como traficantes de drogas. Varias de los efectos de la guerra contra las drogas, como las pesquisas violentas, patrullas fronterizas, fuegos cruzados y guerras en los mercados negros y esfuerzos internacionales de interdicción, han cobrado innumerables vidas inocentes.

Con todo ese sacrificio, ¿Por lo menos estamos ganando?

Incluso bajo el estándar de éxito del gobierno, la respuesta es un indiscutible “no”. El tráfico ilícito de drogas está estimado en $50 mil millones hoy en día ($400 mil millones en todo el mundo), de $1 mil millones hace 25 años. Encuestas anuales a estudiantes de último año de colegio muestra que la heroína y la marihuana están disponible hoy en día tanto como lo estaban en 1975. Las muertes causadas por sobredosis de drogas se han duplicado en los últimos 20 años.

De acuerdo con la Oficina Nacional de Política de Control de Drogas (ONDCP por sus siglas en inglés), el precio de un gramo de heroína ha caído en un 38 por ciento desde 1981, mientras que la pureza de ese gramo se ha incrementado 6 veces. El precio de la cocaína ha caído en un 50 por ciento, mientras que su pureza se ha incrementado en un 70 por ciento. Recientemente, la ONDCP inició una campaña de relaciones públicas contra las variantes más puras de marihuana que están viniendo desde Canadá.

A pesar de todo el dinero gastado y las personas encarceladas, a pesar del daño realizado a nuestras ciudades y la integridad de nuestro sistema de justicia criminal, a pesar de las restricciones que hemos permitido contra nuestras libertades civiles; a pesar de las perdidas de vidas inocentes y el innecesario sufrimiento impuesto en gente enferma y a sus doctores—a pesar de todo esto, el tráfico de drogas no solo está proliferando, está creciendo. Las drogas ilícitas son más baratas, más abundantes y de mayor pureza que nunca antes.

Al igual que la prohibición del alcohol, la prohibición de las drogas ha fracasado bajo cualquier parámetro concebible. ¿ No es tiempo ya de que EE.UU. revise a su política contra las drogas?

Traducido por Nicolás López para Cato Institute.