El éxito del liberalismo
Hernán Bonilla resalta las importantes contribuciones de las Ilustración Escocesa al liberalismo clásico, que es contrario al racionalismo constructivista.
Por Hernán Bonilla
Para comprender el funcionamiento de las sociedades modernas se debe partir de un reconocimiento que choca con la “fatal arrogancia” del racionalismo constructivista: hay aspectos fundamentales, como las normas morales, que no son producto de nuestra razón ni pueden ser moldeadas al antojo de la ingeniería social.
En este punto estriba una diferencia fundamental que divide las aguas del pensamiento desde el fondo de los tiempos y que, si tiene razón Hayek (como creo que la tiene) desnuda un error de base en todas las ideas derivadas o cercanas al socialismo.
Este tema estaba claro para varios autores de la Ilustración Escocesa, como David Hume, Francis Hutcheson y Adam Smith. Estos autores tenía claro que la moral no es una conclusión de nuestra razón (Hume), que la historia es producto de la acción pero no del designio (Hutcheson), y de que una sociedad compleja depende de instituciones que permitan que cada persona siguiendo su propio interés contribuya al general (Smith).
El liberalismo clásico, que se nutre decisivamente de esta tradición, parte de la observación de la realidad y no de la absurda pretensión rousseausiana de que se puede hacer “tábula rasa” y edificar las normas por las que se rige una sociedad sin tomar en cuenta la tradición y la naturaleza humana. De allí el éxito fenomenal de la economía de mercado y el fracaso de todas las experiencias de planificación centralizada.
Un punto clave, que muchas veces se soslaya pero no para criticar al liberalismo sino a una caricatura desfigurada del mismo, es que Smith no afirmó que la búsqueda del interés individual conducía al mejor resultado social en cualquier circunstancia, sino precisamente bajo las normas básicas de una economía de mercado. En lenguaje contemporáneo podríamos ponerlo en los siguientes términos: existencia y definición clara del derecho de propiedad, un sistema libre de precios que sirva de guía para la toma de decisiones, y la internalización de que los beneficios y pérdidas son generadas por las decisiones propias.
Bajo ese sistema es que la búsqueda del interés personal conduce al mejor resultado para la sociedad en su conjunto, guiada por la célebre “mano invisible” con la que Smith quiso graficar como las normas de conducta por las que se rigen las personas en una economía de mercado y que las definiciones precedentes originan la riqueza de las naciones.
La economía de mercado es un proceso exitoso porque utiliza la información de cada persona que interviene de su particular situación personal, su preferencias y sus recursos, a diferencia de la “pretensión de conocimiento” que despliegan burócratas que diseñan planes con menor información y menores probabilidades de tener resultados positivos.
Es cierto que el mercado no resuelve todos los problemas, nadie en su sano juicio jamás afirmó tal cosa, pero sí está sobradamente demostrado que a mayor libertad económica, mayor prosperidad, mejor calidad de vida y menor pobreza. No es casualidad que aunque resten enormes desafíos a resolver, la humanidad ha pasado de tener el 94% de la población en la pobreza al 9,6% en la actualidad (Our World in Data). Ese resultado es gracias a los defensores de las ideas de la libertad y a pesar de sus detractores.
Este artículo fue publicado originalmente en El País (Uruguay) el 14 de octubre de 2016.