El espectro político

Iván Alonso reseña el libro The Political Spectrum de Thomas Hazlett, quien sostiene que definir los derechos de propiedad en el espectro electromagnético es algo sencillo que permitiría que las innovaciones en el sector de las telecomunicaciones avancen más rápido.

Por Iván Alonso

Para entender cómo se ha utilizado el espectro electromagnético en EE.UU. –dice Thomas Hazlett en su libro The Political Spectrum– no hace falta entender la física de las ondas radiales, sino la manera cómo ciertos intereses privados se aliaron con los reguladores para distribuir favores a los elegidos y cerrarle el paso al espíritu empresarial. Hazlett, economista principal de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC en inglés) entre 1991 y 1992, es un ferviente partidario de la creación de derechos de propiedad en el espectro para que el mercado, y no los reguladores, decida cuál es el mejor uso que se le puede dar.

La regulación del espectro electromagnético parte de una falacia: que es un recurso escaso y, por lo tanto, debe ser administrado por alguna dependencia estatal que cuide del interés público. Pero la tierra, por poner un ejemplo, es también un recurso escaso, y no por eso se nos ocurre que sea propiedad pública. Al contrario: es justamente cuando un recurso es escaso que la propiedad privada hace más sentido, para que entre los distintos usos alternativos se elijan los que más valor crean para la sociedad.

Tampoco es tan limitado el espectro como parece. A lo largo de un siglo, ha crecido en dos dimensiones, que los economistas llaman el margen extensivo y el margen intensivo. Se ha hecho posible transmitir señales en frecuencias cada vez más altas, que es como ampliar la frontera agrícola con obras de irrigación (el margen extensivo); y se ha logrado transmitir cada vez más señales en un mismo ancho de banda, que es como aumentar el rendimiento de la tierra (el margen intensivo). La tecnología ha sido importante, pero el derecho y la economía aun más. Un propietario en todo el sentido de la palabra, que puede vender y subdividir su ancho de banda o modificar el uso que se le da, tiene más incentivos para innovar.

La innovación ha sido una víctima de la regulación, según Hazlett. La primera llamada de un teléfono celular se hizo en 1973, cuando Marty Cooper, un ingeniero de Motorola, llamó desde una esquina de Nueva York a su colega Joel Engel, de AT&T, para demostrarle quién había ganado la carrera tecnológica. Pero tuvieron que pasar más de diez años para que la FCC diera las primeras licencias para poner el celular al alcance del público.

Nadie sabía en ese momento cómo iba a responder el mercado. La consultora McKinsey pronosticó que a fines del siglo XX habría 900.000 celulares. Una tremenda quinceada, en retrospectiva: el número real fue cien veces mayor. Pero pudo haber sido de otra manera, y muchas de las frecuencias asignadas al celular se habrían quedado inutilizadas hasta que la FCC autorizara un cambio de uso. Las licencias deben, pues, ser flexibles. Es un error limitarlas a los usos autorizados por el regulador. Es un error, también, ponerles metas de inversión y de cobertura porque la tecnología y el mercado pueden eventualmente requerir otra cosa.

Definir derechos de propiedad en el espectro electromagnético es simple. Usted recibe el derecho a emitir una señal desde tal ubicación, en la banda de tantos a tantos megahercios de frecuencia y con tantos kilovatios de potencia. La potencia determina el alcance y limita las interferencias con otras señales. Si usted cree que es más complicado por razones “técnicas”, lea el libro de Hazlett.

Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 15 de febrero de 2019.