El error de la priorización: ¿por qué estamos vacunando según el status de salud?

Josh Bloom y Jeffrey A. Singer dicen que la guía mover adelante de la cola para recibir la vacuna contra el COVID-19 de los Centros para el Control de Enfermedades de EE.UU. invitan a que muchos exageren o se inventen condiciones pre-existentes.

Por Josh Bloom y Jeffrey A. Singer

No es una exageración comparar la distribución de la vacuna del COVID-19 con una película de los Policías Keystone. Cuando las personas pasan horas frenéticamente tratando de encontrar un sitio Web para registrarse para vacunarse mientras que viales de la vacuna sin usar son descartados al final del día, no hay que ser Sherlock Holmes para detectar que algo está mal con el sistema. Parte del problema se encuentra en los esfuerzos para priorizar las vacunas según el status de salud de los individuos.

Aunque puede que de manera intuitiva —y tal vez ética— tenga sentido médico inmunizar a personas que es más probable que se vuelvan gravemente afectadas, la logística casi imposible de hacerlo casi con certeza provocará más daño que el que prevendrá. Uno no necesita mirar más allá de la publicación “Personas con ciertas condiciones médicas” de los Centros para el Control de Enfermedades de EE.UU. (CDC) para entender una razón por la cual dicho protocolo es una mala idea. 

Hablando en términos médicos, algunas de las clasificaciones de la CDC son desconcertantes. Por ejemplo, las personas que fuman están clasificadas junto con aquellas otras 11 condiciones por estar “en mayor riesgo de una enfermedad severa derivada del virus que causa el COVID-19”. Aún así el asma severo, la fibrosis quística y la presión alta son relegadas a “segundo lugar” —“condiciones que puede que tengan mayor riesgo de enfermedad severa derivada del virus que causa el COVID-19”. Sin importar los datos que los CDC utilizaron para establecer esa jerarquía, decidir colocar a los fumadores por delante de los asmáticos severos o personas con presión alta no supera la prueba del sentido común. 

Si el lado médico de este plan de priorización es malo, la logística para implementarlo es todavía peor. Sumarle esta capa a un sistema desde ya deficiente sin duda socavara más el objetivo de vacunar la mayor cantidad posible de personas. 

¿Cómo podría el status de salud ser considerado en un sistema tan manirroto que las personas pasan horas en línea tratando de conseguir una cita para vacunarse y luego se enteran de que las citas puede que estén disponibles en tres meses si es que hay una oferta de vacunas mientras que en otros lugares hay dosis restantes que están siendo botadas a la basura?

Incluso con una oferta adecuada, será imposible aplicar los criterios de los CDC. ¿Acaso los trabajadores que están vacunando a miles de personas podrán realmente chequear para ver si un hombre de 55 años que quiere la vacuna de hecho tiene algunas de las condiciones enumeradas por los CDC? Las personas que desean la vacuna desesperadamente llenan los formularios de evaluación usando el “sistema de honor”.

Además, muchos criterios son subjetivos. ¿Qué tan alta es la presión alta? ¿Alguien con un índice de masa corporal (IMC) de 31 (el riesgo más alto) es distinguible de alguien con un IMC de 29 (riesgo menor)? ¿Habrá alguien presente para medir la altura y el peso y calcular el número? Por supuesto que no. 

¿Cómo puede alguien demostrar que realmente pertenecen a un grupo que recibirá una mayor prioridad? ¿Será suficiente una carta de un doctor? ¿Quién leerá e interpretará esa carta?

La aplicación de la guía de los CDC provoca que la gente se salte la cola. La gente exagerará (o simplemente se inventará) la severidad de su asma, enfermedad cardiaca, obesidad o enfermedad crónica pulmonar, y no habrá forma de cuestionar estas afirmaciones. Es imposible. 

Requerir documentación para que la gente reciba la vacuna antes de que su grupo de edad califique solo puede servir para amplificar la disparidad en vacunación entre aquellos que ya están recibiendo menos atención médica. Las personas que son pobres, que viven en comunidades con menos servicios, que son discapacitadas o que ya tienen cuidados médicos de baja calidad es menos probable que siquiera sepan acerca de las condiciones que los pondrán en un riesgo mayor, mucho menos probable que sean capaces de llamar a su médico de cabecera para recibir una documentación de su condición. Las personas en este grupo es más probable que tengan estas condiciones.

En un mundo perfecto donde una oferta abundante de la vacuna esté disponible y algún tipo —cualquiera— de política coherente esté vigente, sería sensible proveer vacunas a aquellos que tienen necesidades médicas específicas que justificarían ponerlos adelante de la cola. Pero no tenemos nada así. 

Agravando la situación está la ineficiencia e inflexibilidad inherente en cualquier sistema centralmente planificado de distribución. La planificación central sufre de una falta de conocimiento local junto con una incapacidad de ajustarse rápidamente a los cambios en la oferta y la demanda. Afortunadamente, nuestro sistema federal permite 51 distintos planes posibles en lugar de solo uno. Esto reduce el potencial daño de un plan único y permite que los distintos estados aprendan de las experiencias de otros. La experiencia debería a estas alturas habernos enseñado que lo más sencillo es mejor. 

Ahora mismo, lo mejor que podemos hacer es utilizar determinantes simples como la edad, el trabajo/carrera y la residencia en una institución de servicios de asistencia o en una residencia de ancianos para mover a la gente adelante de la cola. Cualquier requisito adicional solo empeorará un sistema que ya es deficiente.

Este artículo fue publicado originalmente en New York Daily News (EE.UU.) el 21 de enero de 2021.