El entusiasmo por el 'nearshoring'
Manuel Sánchez González argumenta que el progreso económico de México no puede depender del “nearshoring”, cuyos beneficios son inciertos y no están garantizados.
En los meses recientes, ha crecido el entusiasmo sobre las ventajas que podría representar para México el llamado “nearshoring”, el cual, en términos generales, consiste en la reconfiguración de las cadenas de suministro hacia proveedores de insumos cercanos a los centros principales de producción y consumo.
Al ubicarse al lado de la economía más grande del mundo, se infiere que este proceso beneficiaría a México. El optimismo se ha reflejado en la proliferación de pronósticos de analistas, según los cuales el país podría incrementar sustancialmente sus exportaciones, a partir de una relocalización masiva de plantas productivas de sitios lejanos, en especial de China, a nuestro territorio. El proyectado auge se ha descrito como una oportunidad “única” e, inclusive, se le ha llegado a comparar, en su impacto, al generado por el TLCAN.
Varias consideraciones invitan a atemperar la euforia. Por mucho tiempo, dentro de la globalización, la cercanía ha sido un factor considerado por las empresas para recortar costos de transporte, controlar mejor la producción y otras motivaciones.
Lo que hace diferente al fenómeno actual es que, en grado importante, se trata de un movimiento proteccionista, promovido por los gobiernos de las naciones desarrolladas y, en especial, por el de EE.UU. Tiene su origen en las restricciones al comercio y la inversión entre ese país y China, cuyo empuje tomó la forma de una guerra comercial promovida por el expresidente Trump en 2018 y se ha ampliado con otras acciones durante la presente administración estadounidense.
Las disrupciones en las cadenas de suministro derivadas de la pandemia del Covid-19, así como de la invasión rusa en Ucrania, han proporcionado razones adicionales a los gobiernos para aplicar medidas que persiguen la autosuficiencia propia o regional en el abasto de insumos considerados “esenciales”, cuyo alcance, en la práctica, ha resultado indefinido.
Un ejemplo de lo anterior ha sido la Ley de Chips y Ciencia, promulgada en agosto pasado en EE.UU., que provee un fuerte apoyo económico para la investigación y la fabricación de semiconductores en ese país.
En un discurso en abril de este año, la secretaria del Tesoro estadounidense, Janet Yellen, prefirió caracterizar la recomposición deseada como “friendshoring”, es decir, una basada en el intercambio entre países “amigos”.
El impulso oficial hacia la fragmentación comercial enfrenta limitaciones. Sin duda, la más importante consiste en que la desviación respecto a la especialización y las ventajas comparativas de las naciones implica mayores costos de producción y una menor actividad económica en el mundo. Este proteccionismo afecta, en especial, a las economías que lo aplican, como quedó claro en la ralentización de la producción manufacturera en EE.UU. derivada de la mencionada guerra comercial.
Además de depender de una noción volátil de amistad internacional, el “friendshoring” presenta el riesgo de promover el comercio entre las economías con niveles de ingreso similares. El resultado incluiría una mayor pérdida de eficiencia y la paralización del abatimiento de la pobreza en los países en desarrollo.
De igual forma, no queda claro que el movimiento del “nearshoring” logre lo que pretende, es decir, la mayor resiliencia de las cadenas de suministro. La concentración regional y el aislamiento geopolítico podrían acrecentar la vulnerabilidad de los suministros ante perturbaciones climáticas o de otra naturaleza. Estas y otras limitaciones podrían hacer que la tendencia fomentada no prospere de manera significativa.
Pero incluso si avanza sustancialmente, el “nearshoring” no necesariamente generaría los beneficios pregonados para México. Si las restricciones a la globalización son profundas, ello restringiría el crecimiento económico estadounidense y, por ende, el de nuestro país. Además, el “friendshoring” podría devenir en una diversificación excluyente de China que favorezca a países con un nivel educativo y tecnológico superior al de México, como es el caso de otras economías asiáticas.
Más importante, el enfoque actual de la política económica mexicana es adversa a la creación y la operación de los negocios, mediante prohibiciones y regulaciones cambiantes que generan incertidumbre y desincentivan la inversión. Dos síntomas de esta orientación son la extensa controversia en materia energética con EE.UU. y Canadá en el marco del T-MEC y la falta de infraestructura de servicios de electricidad y agua para instalaciones en el norte del país.
El progreso económico de México no puede depender del “nearshoring” cuyos beneficios son inciertos y no están garantizados. El exceso celebratorio basado en la buena suerte geográfica sólo invita a la complacencia y puede ser el preludio de una considerable decepción.
Este artículo fue publicado originalmente en El Financiero (México) el 7 de diciembre de 2022.