El dogma Gore-Clinton
Por Pedro Schwartz
El dogma de que el mundo marcha hacia un recalentamiento que pone en peligro la continuidad de nuestra civilización se ha convertido en el argumento capital de todos aquellos intervencionistas que no pueden soportar la idea de que el sistema de libre economía funciona bien y contribuye a mejorar la situación de todos, incluso los más pobres. Por fin han encontrado un argumento para defender la idea de que el mercado, si se le deja solo, acaba destruyendo la sociedad e incluso el mundo. El vehículo más poderoso en esta campaña de alarma es la película producida por Al Gore, “Una verdad inconveniente”, galardonada con un Oscar. También Leonardo di Caprio está paseando por todo el globo una película con el mismo mensaje producida por él. Ahora se une al clamor a favor de la regulación del control de las emisiones de CO2 el ex-presidente Clinton, quien ha centrado la reunión de su asociación de filántropos, la “Iniciativa global Clinton”, en la lucha contra el recalentamiento de la atmósfera terrestre.
Clinton, en una reciente entrevista, tras dar por sentado que el clima terrestre está cambiando a peor debido al descontrol de nuestro uso de combustibles, ha afirmado que las medidas para combatir el recalentamiento global no tienen por qué reducir el crecimiento económico de los países que las apliquen ni afectar la cuenta de resultados de las empresas que ahorrarán energía. El argumento tiene interés porque es posible que una contaminación atmosférica al estilo de la que soportan algunas ciudades chinas resulte a la postre un freno para el progreso económico del país. También puede ser conveniente que las empresas examinen con atención si el ahorro energético no puede a la postre aumentar los beneficios que obtienen de su actividad. Sin embargo, en el caso del tipo de medidas más amplias, la pregunta crucial es si estamos seguros de que hay recalentamiento y, caso de haberlo, si se debe a la acción del hombre.
Las estadísticas de temperatura publicadas por el Instituto Goddard para Estudios Espaciales, de la NASA, son uno de los principales apoyos científicos de las tesis de Gore. Pues bien, el mes de agosto pasado el ingeniero Stephen MacIntyre recalculó la serie histórica de temperaturas de ese Instituto y descubrió que la cifra de temperatura más alta del siglo XX en Norteamérica fue 1934 y no 1998. También hizo ver que de los diez años más calientes desde 1880, cuatro se situaron en el decenio de 1930 y sólo tres en la década pasada. También es interesante saber que, tras ese nuevo cálculo, los años de 2000 a 2004 fueron todos algo menos cálidos que el de 1900. Las cifras recalculadas por MacIntyre indican una subida de 0,44 grados centígrados en los últimos diez años, si bien centrada al final del siglo pasado y no en los primeros años del siglo XXI. No hay que deducir de la reordenación de años máximos realizada por MacIntyre que las temperaturas de la década de los años treinta fueran de infierno, comparadas con las de final de siglo, pues el cambio se basa en un recálculo de las temperaturas hasta el centésimo lugar decimal significativo. La conclusión correcta es que las de los diversos años del siglo pasado marcharon parejas. Por lo tanto, quizá no haya tanto recalentamiento global como vienen diciendo Gore, di Caprio, Clinton y Zapatero.
Las medidas propuestas por los intervencionistas para reducir la emisión de anhídrido carbónico podrían además resultar contraproducentes. Me gustaría estar seguro que la producción de combustibles biológicos para sustituir los fósiles no acabará emitiendo más cantidades de CO2 a la atmósfera, lo que al menos en los primeros diez o veinte años iniciales es probable que ocurra. La extensión de la superficie de cultivo en el mundo, impulsada por medidas políticas y los consiguientes altos precios de los cereales y otras plantas capaces de ser transformadas en energía, podría suponer un aumento de la velocidad de deforestación contraria a las buenas intenciones de los defensores de la Naturaleza.
Por si estas llamadas de atención mías puedan resultar poco convincentes, quiero recoger de la columna de Christopher Booker en el “Daily Telegraph” del 19 de agosto pasado, un cálculo por el profesor William Nordhouse de la Universidad de Yale, del coste de los recortes de emisión de gases del tipo de los propuestos por Al Gore. El valor presente del beneficio obtenido por esas medidas lo calcula Nordhouse como cercano a 12 billones (españoles) de dólares. Por contra, el coste de tales medidas, traído también a valores presentes, podría llegar a ser de casi tres veces esa suma.
Mi conclusión de todas estas reflexiones es que sigo dudando. ¿Estamos tan seguros de que el recalentamiento global no es sino una repetición de momentos de un ciclo climático de miles de siglos? Las predicciones de elevación de temperaturas y sus efectos se basan en modelos meteorológicos basados en audaces supuestos. ¿Estamos seguros de que la catástrofe global se cierne sobre nosotros como dicen los jeremías de la intervención? Como ha dicho el presidente de la República Checa, Vaclav Klaus, quizá la víctima de la acción del hombre al utilizar más y más energía para seguir prosperando acabe siendo, no el clima, sino nuestras libertades.
Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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