El dilema argentino
25 de marzo de 2002
El dilema argentino
por Fernando Alessandri y Gabriel Salvia
Fernando Alessandri es Director para América Latina de la International Policy Network y colaborador de www.elcato.org.
Gabriel Salvia es Director Ejecutivo de la Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
Argentina ha caído víctima de las políticas populistas que la han gobernado por más de sesenta años, desde que Perón tomó el control del que fuera uno de los países más exitosos del mundo y diera comienzo a la estrategia que ahora se llamaría "redistributiva". Da así el puntapié inicial a la debacle que hoy tiene a ese país llorando; de ahí en adelante comienza un proceso de erosión institucional que está aún por verse hasta dónde llegará.
Por Fernando Alessandri y Gabriel Salvia
Gabriel Salvia es Director Ejecutivo de la Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
Argentina ha caído víctima de las políticas populistas que la han gobernado por más de sesenta años, desde que Perón tomó el control del que fuera uno de los países más exitosos del mundo y diera comienzo a la estrategia que ahora se llamaría "redistributiva". Da así el puntapié inicial a la debacle que hoy tiene a ese país llorando; de ahí en adelante comienza un proceso de erosión institucional que está aún por verse hasta dónde llegará.
Desde 1930 Argentina sufrió interrupciones constitucionales con la participación de militares en el poder, quienes de esa forma se sumaron al socavamiento de la seguridad jurídica que también generaban los gobiernos civiles de la época. Luego de la Guerra de las Malvinas y del conocimiento sobre la desaparición y tortura de personas en el último gobierno militar, Argentina retornó a la democracia en 1983 y el importante poder que tuvieron los militares fue desapareciendo por el desprestigio logrado en los mencionados sucesos. Pero lo cierto es que una situación política como la que actualmente vive Argentina antes se solucionaba con un golpe militar y ahora debe resolverse con mecanismos democráticos cuando la dirigencia política está muy cuestionada.
Entonces, hoy se alzan voces por todas partes buscando explicaciones para la situación argentina y no faltan los que culpan al Banco Mundial, al Fondo Monetario o al capitalismo. A las instituciones se les enrostra el ser poco caritativas y al sistema de mercado, simplemente imposible de implementar por su esencia egoísta y un elevado "costo social". Y en parte los críticos no están equivocados. Tanto el Fondo Monetario Internacional como el Banco Mundial, proveyeron de manera permanente los fondos para hacer realidad las promesas de un sistema político corrupto, al que jamás le exigieron que cumpliera con los compromisos adquiridos. Además, el capitalismo "a la argentina" tiene características prebendarias, con sus reformas incompletas, la escasa trasparencia y un gasto brutal, que dejó a la mayoría del país en la miseria; mientras unos pocos, pero bien conectados personajes, lograron fortunas instantáneas. Ese sí que es un costo social, pero que por supuesto no tiene las características institucionales y las reglas de juego del capitalismo.
Quizás la prueba más notable para graficar lo anterior se encuentre en una comparación de Argentina con Australia, publicada en el Indice de Libertad Económica 2002 de la Heritage Foundation y el Wall Street Journal. En el estudio se describe cómo aún cuando ambos países se encuentran en el hemisferio sur, son multiculturales, poseen abundantes recursos naturales y el mismo tipo de clima, hoy enfrentan realidades muy distintas. Siendo muy similares en términos de recursos y teniendo ambos un PBI per cápita relativamente similar durante las primeras cuatro décadas del siglo pasado, hoy el PBI per cápita de Australia es más del doble del de Argentina, con la aclaración que este estudio es anterior a la devaluación.
Con cada vez mayor desocupación y con más personas viviendo en la indigencia, Argentina se encuentra ahora frente al desafío inmediato de volver a aplicar los principios libertarios que atrajeron a millones de inmigrantes en busca de prosperidad, como ocurrió a inicios del siglo XX, cuando los europeos decidían sin mayor problema entre irse a radicar a Buenos Aires o a Nueva York; o, en cambio, reiterar las medidas populistas para generalizar así la pobreza, la violencia, e incentivar al éxodo masivo de su población más productiva.