El determinismo histórico y los tontos al poder

Orestes R. Betancourt dice que en Venezuela está vigente un híbrido entre el populismo latinoamericano y la revolución totalitaria, donde la corrupción, el autoritarismo y la ineptitud se han juntado para dar un resultado fatal.

Por Orestes R. Betancourt Ponce de León

Era tan obtuso el dictador boliviano Mariano Melgarejo (1864-1871), que cuando en un arranque de excentricidad ordenó enviar tropas a defender París del ataque del ejército prusiano, un militar presente le señaló que tomaría mucho tiempo cruzar el Océano Atlántico. A lo que el dictador respondió: “no sea tonto, ¡tomaremos un atajo!” Por desgracia, América Latina ha sufrido dos constantes desde su independencia, los populismos y los Melgarejos.

No lo sabemos. No se puede calcular. Es imposible computar el fardo de la estulticia cuando se pasa revista a este o a aquel gobierno. Pero en el caso de Venezuela, el bestiario de tonterías del chavismo es tan amplio y la catástrofe tan profunda, que bien se puede decir sin que medie cálculo alguno que hay una correlación positiva entre una y otra. Como reza la Biblia, “por sus frutos los conoceréis”. Pero ¿cómo llegó Venezuela a sufrir el precio de la imaginación, de los más incapaces, al poder?

Veinte largos años de chavismo sumaron a los vicios del populismo latinoamericano aquellos que se desprenden de tener como modelo a La Habana. Calco de la isla, Venezuela también experimenta, tamaña ironía marxista, el determinismo histórico de toda revolución –si entendemos revolución como la pretensión igualitarista de cambiar el statu quo de manera radical y el sustento de este propósito por medios violentos. Como Saturno, las revoluciones terminan devorando a sus revolucionarios profesionales y, de camino, al pueblo. Las masas populares –término deplorable– no toman el cielo por asalto, sino que prometidas el cielo son asaltadas por facciones que mientras desmontan el ancien régime –la Cuarta República venezolana, por ejemplo– conspiran entre sí y se organizan alrededor de capillas y pequeños napoleones para luego despedazarse.

La lógica fratricida de las revoluciones se repite una y otra vez. Permítaseme una divagación. Girondinos, jacobinos, hébertistas y termidorianos hacen rodar las cabezas de Danton, Desmoulins, Hébert y Robespierre. Luego del zar, los bolcheviques arremeten contra eseristas, anarquistas y mencheviques; y al fallecer Lenin… el diluvio. Stalin, Trotski, Zinóviev, Kámenev, Rýkov, Bujarin, y Tomski se organizan entre Oposición de Derecha y Oposición de Izquierda, y aliados hoy y enemigos mañana, Stalin prevalece para hacerlos caer uno detrás de otro. En China es un Mao con todos y contra todos y durante su Revolución Cultural, Liu Shaoqi y Deng Xiaoping son torturados y encarcelados. Luego de la muerte de Mao –otro diluvio– son los reformistas bajo Deng Xiaoping contra la Banda de los Cuatros y Hua Guofeng por otro lado. Así la lista sigue en los países europeos del Socialismo Real, desde la pequeña Albania de Hoxha, hasta la Rumanía de Gheorghiu-Dej vs. Ana Pauker, pasando por la Hungría de Rákosi, Nagy y Kádár. Cuba vio a Aníbal Escalante, Joaquín Ordoqui, Arnaldo Ochoa, y más recientemente a Carlos Lage y Felipe Pérez Roque fusilados, encarcelados, o condenados al ostracismo de por vida. Faltarían más casos, pero el punto es claro.

En Venezuela hoy están en prisión el general Raúl Isaías Baduel, quien literalmente devolvió Miraflores a Chávez en 2002, y el general Miguel Rodríguez Torres quien fuera jefe de los servicios de inteligencia del régimen durante más de diez años. Rafael Ramírez, zar de PDVSA y ministro de energía, nunca ha vuelto a poner un pie en Venezuela. Del país tuvieron que escapar la fiscal general Luisa Ortega Díaz y Hugo “El Pollo” Carvajal, este último, director de los servicios de contrainteligencia durante más de diez años. En la China de Mao o en Venezuela, el diablo paga a sus legiones con la misma moneda, no importa la latitud ni los tiempos.

A diferencia de los casos anteriores, de ese híbrido entre populismo latinoamericano y revolución totalitaria, en Venezuela las filiaciones en capillas no se basan en diferencias ideológicas, si no en intereses de corrupción y supervivencia. Apariencias aparte, el chavismo no es una ideología, sino un amasijo de improvisaciones. Al Chávez designar a Maduro como su sucesor, la facción más incapaz prevaleció sobre las demás. No es que esta sea la causa de la calamidad venezolana, la principal es Hugo Chávez y su fallido modelo económico, la infinita corrupción, y la necesidad del chavismo de ser dictadura para garantizar su conservación. Pero digamos que, en el apocalipsis venezolano, el asalto de los tontos al poder es un jinete más.

Los mejores políticos yerran, no solo en materia de políticas públicas, sino en lo más mundano –Sebastián Piñera bien lo sabe. Pero sucede que la colección de desatinos del chavismo no es de este mundo. Sobran los ejemplos desde que el propio Chávez llegó a Miraflores: “Cuba es el mar de la felicidad. Hacia allá va Venezuela”. No solo sorprende tamaño sinsentido, también lo profético de estas palabras en marzo de 2000. Nicolás Maduro aceleró el desmantelamiento de las instituciones democráticas y la rampante tontería con frases como “35 horas al día”, “milímetro de segundo” y “guerra fría de 1715”. Los revolucionarios profesionales que le acompañan también son impermeables al sentido común y sordos a la razón. Tibisay Lucena, presidenta del cómplice Consejo Nacional Electoral aseguró en 2017 que “el 99% de la población venezolana y más está votando en este instante”. Jorge Rodríguez, actual ministro de comunicación e información, en una macondiana conferencia de prensa, se propuso demostrar el “gigantesco robo en contra de toda la sociedad venezolana” por parte de malévolos… dueños de pizzerías. Diapositiva en mano, el ministro pontificó: “la persona que trabaja en esa pizzería lo hace 8 horas diarias, durante 5 días a la semana si trabaja de lunes a viernes. Entonces, trabaja 800 horas mensuales”. Las matemáticas tampoco son el fuerte del ministro de educación, Aristóbulo Istúriz, a quien la producción diaria de 20 “mesa-sillas” –aporte lingüístico del ministro– le resultó 400 “mesa-sillas” semanales. No es de extrañarse cuál es el resultado de las políticas económicas del régimen.

El daño de políticas disparatadas ha sido exponencial en el tiempo por dos razones, la primera es el deterioro progresivo de la institucionalidad y la segunda es la naturaleza siempre expansiva del aparato estatal sobre la economía en estos regímenes. De modo que, a la par que el ejecutivo venezolano cooptó al estado, la voluntad tonta del caudillo y su facción se convirtió en ucase indiscutible para una administración pública siempre en expansión sobre la vida económica. Entre 1999 y 2014, el número de ministerios creció de 14 a 32, y Maduro creó absurdos orwellianos como el Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del Pueblo. PDVSA es el ejemplo de manual del resultado a esperar. Esta pasó de 40.000 empleados y producir 3,4 millones de barriles diarios en 2002, a tener 143.000 trabajadores en 2018 y hoy apenas producir 300.000 barriles diarios. Súmese a ello que la politización condujo al reemplazo de aquellos mandos de gestión más capacitados por otros sin preparación, pero sumisos al ministro y cacique de turno. Una fidelidad premiada a expensas de la catástrofe venezolana. Ejemplo de ello es la cúpula elefantiásica de 2.000 generales y almirantes, más del doble de la de EE.UU. y la propia OTAN.

A decir de Octavio Paz y adicionando en cursiva, “el mal y la estupidez se tocan, el mal y la estupidez duelen”. Hoy Venezuela es el ejemplo viviente, acaso agonizante, de que en el gobierno de las naciones ese triunvirato perverso del carácter que es ser autoritario, corrupto, y tonto resulta ser fatal.