El derecho a permanecer en silencio
David Boaz dice que la presión que sienten cada vez más las empresas, universidades, y grupos sin fines de lucro en EE.UU. por pronunciarse acerca de cuestiones políticas recuerda a incidentes similares en los que se volvió evidente la importancia no solo de la libertad de expresión, sino de mantener la neutralidad política.
Por David Boaz
Las universidades, corporaciones, grupos sin fines de lucro, y otras instituciones cada vez más están siendo presionadas a adoptar posturas sobre asuntos políticos como el cambio climático, el racismo sistémico, la diversidad y una nueva ley electoral del estado de Georgia. Escribiendo en Arc Digital, Spencer Case advierte de las consecuencias de esta politización:
“Si la mayoría de las corporaciones, organizaciones científicas, universidades importantes y otras entidades destacadas están comprometidas con objetivos políticos —especialmente los mismos objetivos políticos— entonces la neutralidad personal será difícil o imposible de mantener. Muchas personas serán reclutadas hacia el discurso político cuando preferirían mantenerse en silencio…La política tiene su lugar, pero ese lugar no debería ser en todas partes, todo el tiempo. Cuando la política está en todas partes, esto es peor. Debe haber un espacio para la neutralidad política, y esto significa que debemos ser capaces de permanecer en silencio sobre cuestiones políticas en la mayoría de contextos sin (muchas) consecuencias sociales adversas”.
Leyendo este artículo, me acordé de ejemplos anteriores de tales demandas de declaraciones públicas en torno a posturas políticas. A principios del New Deal, la Administración por la Recuperación Nacional (NRA) montó una campaña Blue Eagle, según la cual a las empresas que obedecían el código de la agencia se les permitía mostrar una “Blue Eagle” en su vitrina, como una forma de alentar a las masas y presionar a todas las empresas a declarar su respaldo. El director de la NRA Hugh Johnson estableció claramente su propósito: “Aquellos que no están con nosotros están en contra de nosotros”.
El alcalde de Boston James Michael Curley trajo a 100.000 niños en edad escolar al Boston Common para levantar su mano y jurar, “Prometo como buen ciudadano estadounidense hacer mi parte por la NRA. Compraré solo donde vuele la Blue Eagle”. Case también menciona los “juramentos de lealtad” que algunas universidades buscaron imponer a los profesores y otros empleados durante la era de McCarthy.
Como el académico y diplomático chino Hu Shi dijo, no solo no había libertad de expresión en la China de Mao, tampoco había “libertad de silencio. A los residentes de un estado comunista se les requiere que manifiesten de manera activa su creencia y lealtad”.
EE.UU. no es la China comunista. Las corporaciones no son legalmente castigadas si deciden no emitir declaraciones públicas, y sus empleados no serán encarcelados por negarse a realizar tales afirmaciones. Pero Case presenta un buen argumento: la política no debería dominar la sociedad. Los individuos, las corporaciones, y otras organizaciones “tienen el derecho de permanecer políticamente en silencio”.