El curioso problema de tener más de lo que se necesita
Por Brink Lindsey
Denunciar la vulgar banalidad del capitalismo de consumo es un ritual repetido en el tiempo. A fines del siglo XIX, Thorstein Veblen ofrecía su sarcástico análisis del “consumismo conspicuo”. Desde entonces varias denuncias han venido de John Kenneth Galbraith, Herbert Marcuse, Jean Baudrillard y, más recientemente, de Naomi Klein (“No Logo”) y de Thomas Frank (“One Market Under God”). La idea central nunca cambia: la abundancia material es la máscara de la pobreza espiritual; la proliferación de opciones del mercado, una velada forma de tiranía.
La variación en el tema de Bemjamin Barber, en Consumed (Consumidos), es denigrar la "infantilización" de la cultura del consumismo. Sonando como el más gruñón de los conservadores sociales, el Sr. Barber, progresista orgulloso, descarga contra una “ética infantilista” obsesionada con la auto-indulgencia y la juventud que valora “lo FÁCIL por sobre lo DIFÍCIL, lo SIMPLE por sobre lo COMPLEJO y lo RÁPIDO por sobre lo LENTO”. Incluso pone en contraste el infantilismo de hoy con los buenos tiempos de la Ética Protestante, según la cual "el trabajo era en verdad una vocación, y la inversión una muestra de altruismo prudente y de construcción democrática de la nación más bien que mero egoísmo". Qué increíble sentimiento en un hombre de izquierda: ¡nostalgia de la burguesía!
El señor Barber culpa al aumento en la productividad de esta caída en la pendiente de la decadencia. Antiguamente, argumenta, “un capitalismo productivo prosperaba satisfaciendo las necesidades reales de la gente real”. Hoy en día, en cambio, “el capitalismo consumista” alimenta “una cultura de consumismo impetuoso necesaria para vender mercaderías pueriles en un mundo desarrollado que tiene pocas necesidades genuinas”. Por ello, se nos inflingen Britney Spears, la televisión ‘real’, estadios deportivos con nombres de corporaciones, películas de primer orden basadas en revistas de caricaturas y otra serie de cosas que tiran de la barba del señor Barber.
Si se dejan de lado sus juicios morales, uno reconoce fácilmente la dinámica que describe. En nuestras actuales condiciones de riqueza masiva, la mayoría puede satisfacer sus necesidades básicas de alimentos, vivienda y vestimentas con una pequeña fracción de sus ingresos. La mayor parte de los gastos son optativos —lo que quiere decir que los productores deben involucrarse en elaborados intentos de persuasión, llamados publicidad. Y, ya que a los seres humanos, con sus irreprimibles imaginaciones, les gusta investir los objetos inanimados con sentido, la publicidad a menudo hace su mejor esfuerzo para asociar las mercancías con atractivos vuelos de la imaginación.
En cuanto a la celebración más amplia de la juventud que molesta tanto al Sr. Barber, es también un resultado de la prosperidad. Mientras que la economía se hace más compleja y requiere de trabajadores mejor entrenados, hemos extendido la adolescencia permaneciendo más y más tiempo en la escuela. Con el rápido acceso a los medios de control natal y sin necesidad de manos adicionales en las granjas, nos estamos tomando más tiempo para asumir las responsabilidades de casarnos y tener niños. Mejor medicina, alimento más barato, y más tiempo libre nos han permitido enfocar una mayor atención en mantener nuestros cuerpos jóvenes. Y la riqueza nos protege de las desventajas de la impulsividad y las travesuras. En consecuencia, nos hemos deshecho de muchas (a veces demasiadas) de nuestras viejas obsesiones con deseos reprimidos y gratificaciones diferidas.
Para estar claros, el capitalismo ha alimentado y se ha beneficiado al mismo tiempo del incremento en esta focalización en la juventud. Lo que el señor Barber olvida mencionar, en todo caso, es que la hostilidad contra el capitalismo y las motivaciones materialistas también han jugado un rol importante en la instigación del cambio cultural que condena. ¿Ha olvidado el señor Barber la contracultura? “No confíe en nadie con más de 30 años”, “si se siente bien, hazlo” “cuestiona la autoridad” —los románticos rebeldes de los 60s que vociferaban estos eslóganes no tenían espacio ni para las ganancias ni para el Protestantismo. Lo que el señor Barber condena hoy día como puerilidad, ellos lo valoraban como espontaneidad y autenticidad. Esas actitudes ponen un sello inconfundible en el mundo que, para bien o para mal, habitamos hoy.
Es aquí donde el resumen del señor Barber en contra del consumismo se cae a pedazos. Hoy en día él ve la explosión de alternativas del consumidor y asume que los estadounidenses se están volviendo cada vez más materialistas: entre más aparatos ostentosos el mercado ofrezca, más fácil nosotros caemos en la tentación o hechizo del malvado comercio. En realidad ocurre lo contrario.
El analista político Ronald Inglehart ha documentado exhaustivamente un cambio mundial hacia principios “posmaterialistas”, en el cuál, como él lo pone, el “ énfasis en el éxito económico como la principal prioridad está dando paso a un aumento en el énfasis en la calidad de vida”. Mientras más cosas tenemos, nos vamos desinteresando de la simple acumulación de cosas y buscamos más las satisfacciones intangibles de las experiencias memorables y de la auto-realización.
La existencia de libros como el del señor Barber prueba mi punto de vista. En una divertida ironía, el progreso del desarrollo capitalista crea una demanda continua de fulminantes contra los demonios del materialismo. A pesar de que los intelectuales anti mercado encuentran su nicho en la cornucopia consumista que tanto desprecian.
Este artículo apareció en Wall Street Journal el 3 de abril de 2007.
Traducido por la clase de “Introducción a la Traducción No Literaria” del profesor Jorge Salvo en la Universidad de Carolina del Sur Upstate.