El Consenso de Lima

Por Roberto Salinas-León

Hace casi dos semanas tuvimos oportunidad de participar en un magno seminario de empresarios, funcionarios y analistas en Lima, Perú. El encuentro fue toda una revelación. La economía peruana crece a una tasa de más del 7% anual, aun con las turbulencias de la economía internacional, con una tasa de inflación del 3%. La inversión directa ha crecido en forma significativa y el salario real se ha recuperado en una proporción similar.

Su gran “problema” es la apreciación del tipo de cambio, dado el flujo de divisas que están captando. Ello ha generado las presiones inevitables del sector exportador para debilitar la moneda local, pero ha generado también una consciencia sobre la necesidad de profundizar reformas estructurales que impulsen la competitividad, sobre todo en materia educativa, en infraestructura y en los mercados laborales.

La gran ironía del caso peruano es que todo esto está sucediendo bajo el mandato del que fue populista por excelencia en los 80s, responsable por la década pérdida de ese país hace dos décadas, pero ahora campeón de la apertura, la competencia y la inserción en la modernidad global.

La pobreza sigue siendo el desafío principal, pero existe una clara percepción que ésta se supera mediante la distribución de oportunidades de crecimiento, o sea facilidades para la inversión, no mediante la redistribución del ingreso. Esta cultura económica es señal de un cambio de mentalidad, de un realismo centrado en diseñar soluciones reales a los principales problemas del país.

De hecho el gran tema, en estos círculos de debate sobre el futuro económico de Perú, es si el gobierno debe aprovechar el buen momento que atraviesa el entorno actual para elaborar una profunda reforma estructural en las leyes que rigen el mercado laboral, o si deben seguir una estrategia más cautelosa, gradualista, en la matera.

No se discute si debe darse o no una reforma laboral, se discute, más bien, sobre el cómo. No es asunto de etiquetas, o de posiciones políticas, o de definiciones ideológicas, no es, pues, sobre si Perú es “neo-liberal”, o criatura del consenso de Washington, o parte de un “compló” yunquista regional. Es sobre lo que se tiene que hacer para vivir mejor, y prosperar, en un ambiente de alto crecimiento sostenido con estabilidad. Ese es el actual consenso, un consenso de sentido común.

Mientras, en México, se discute si los soldados del frente amplio deben o no abandonar la tribuna legislativa. En un futuro, hablaremos de cómo los mercados del sur regional nos han rebasado, mientras seguimos celebrando nuestra pobreza soberana.

Antes, en la década perdida, circulaba una famosa cita de Ayn Rand, de su novela La rebelión de Atlas, que capturaba en forma magistral el caos que reinaba en estos, nuestros, países: “…cuando para producir necesita uno obtener autorización de quienes no producen nada; cuando veamos que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando atestigüemos que hay los que se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos, sino, por el contrario son ellos los que están protegidos contra los ciudadanos; cuando lamentemos que la corrupción es recompensada pero que la honradez es un auto-sacrificio, entonces sabremos, sin temor a equivocarnos, que nuestra sociedad está condenada al fracaso”.

Esto ya no se puede afirmar del Perú. Tristemente, no estamos seguros que esta cita haya perdido vigencia también para nuestro caso interno, sobre todo en relación a los políticos, los partidos y los muy mal llamados “progresistas”.

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