El cierre de la frontera sería un caos
Manuel Suárez-Mier dice que para una economía abierta como la mexicana, que además depende en sus intercambios de todo tipo de EE.UU., la consecuencia de un cierre de la frontera con EE.UU. sería una hecatombe.
Se sabe que la ignorancia y desfachatez de Donald Trump son ilimitadas, lo que ahora se manifiesta en amenazas cada vez más feroces de sellar la frontera con México porque “ése país no está haciendo nada para impedir el arribo de centroamericanos”, y que así “dejará de abusar de EE.UU.”
En tanto, el gobierno de México ha puesto en escena una comedia de errores patética en la que se contradice a diario; se agacha timorato ante los amagos dando lo que se le exige, incluido actuar como “tercer país seguro,” a cambio de nada; e ignora sus cartas favorables para negociar, como que de concretarse el chantaje aludido cesaría toda cooperación en seguridad nacional.
Ninguna de las partes parece entender el costo económico exorbitante que tendría un cierre, aun parcial, de la frontera entre EE.UU. y el segundo cliente más importante para sus bienes y servicios, muy por encima de China y por igualar a Canadá, lo que generaría desempleo, inflación y una recesión gravísima.
Pocos estudios cuantitativos intentan medir los costos de un cierre de la frontera de EE.UU., salvo uno de equilibrio general computable realizado para estimarlos en 2011 por encargo de su Departamento de Seguridad Doméstica por economistas de Australia y EE.UU. para casos de pandemia o ataques terroristas que ameritaran tan radical medida.
El peor resultado se daría previsiblemente con los supuestos más extremos. Un cierre que implicara una caída del 95% en el flujo comercial de EE.UU. llevaría a un colapso de su PIB del 48%, suponiendo también que los salarios son inelásticos a la baja, hipótesis realista y común en estos modelos.
Es obvio que el cierre completo de la frontera con México afectaría en mucho menor medida a la economía de EE.UU., pero con flujos comerciales diarios de 1,7 miles de millones de dólares y de medio millón de trabajadores, estudiantes, turistas y consumidores, los impactos serían muy serios.
Para una economía más abierta al exterior, como la de México, y mucho más dependiente en sus intercambios de todo tipo con EE.UU., la consecuencia sería una hecatombe: el colapso de la producción, desplome de su moneda, quiebra de empresas, inflación, desempleo masivo y pérdida del grado de inversión.
Las secuelas políticas serían también devastadoras pues significarían el fin de los acuerdos comerciales vigentes y por aprobarse entre los dos países, suspender cualquier tipo de cooperación, y la virtual imposibilidad de importar bienes y servicios, ciertamente de EE.UU., pero también del resto del mundo.
Tal situación llevaría a la anarquía y a presiones para despedir a los ineptos responsables de permitir una debacle tal, en adición a hordas de desempleados mexicanos buscando entrar a EE.UU., a pesar de su cerrazón. ¿Podría concretarse este escenario dantesco? Me temo que sí, de hecho ya empezó a ocurrir.
Este artículo fue publicado originalmente en Excélsior (México) el 5 de abril de 2019.