El apego a las dictaduras
Pedro Cateriano cuenta que en República Dominicana "se impulsan acciones para recordar y exaltar la figura del tristemente célebre Rafael Leonidas Trujillo, quien sojuzgó terroríficamente a ese país caribeño entre 1930 y 1961".
Por Pedro Cateriano
Increíble, pero absolutamente cierto: En la República Dominicana se impulsan acciones, para recordar y exaltar la figura del tristemente célebre Rafael Leonidas Trujillo, quien sojuzgó terroríficamente a ese país caribeño entre 1930 y 1961. El Congreso tramita un anteproyecto de ley, para lograr la construcción de un museo en su memoria. La iniciativa también contempla la solicitud para repatriar sus restos, de España a su tierra natal. A su vez se ha pedido que la Fundación Rafael Leonidas Trujillo, dirigida por sus familiares y fanáticos seguidores, pueda abrir una sucursal en territorio dominicano.
Para caldear más el ambiente, una hija del dictador anuncia la aparición de un libro, escrito por ella, para enaltecer la siniestra figura de su padre. Por el momento la jueza Katia Gómez, ha resuelto prohibir que la inefable Fundación inicie sus actividades en el país, y que el libro en homenaje del sátrapa no se reproduzca ni venda.
Lo triste de la historia no es lo que acontece o está por ocurrir, sin duda patético, sino comprobar una vez más el grave perjuicio que ocasionan este tipo de gobiernos sin respeto por el estado de derecho, siendo acaso el daño más irreparable el nacimiento de adeptos que a lo largo del tiempo se mantienen firmes en sus convicciones autoritarias.
La ausencia de la democracia como forma de gobierno en América Latina durante décadas ha impedido el desarrollo de una cultura democrática en los pueblos, y también la formación de una conciencia constitucional de sus ciudadanos.
Influye también en este apego por los modelos despóticos, el fracaso de los gobernantes elegidos por el sufragio popular, que no lograron desterrar las condiciones de pobreza en sus pueblos y además fueron incapaces de convencer pedagógicamente acerca del daño que ocasionan los regímenes opresivos.
La tolerancia, cohabitación o falta de condena a las autocracias, bajo el manido principio de no intervención, ha favorecido sin duda a los totalitarismos. Recientemente hemos visto cómo gobernantes de origen democrático intachable, como Michelle Bachelet o Luiz Inácio Lula da Silva, tuvieron un comportamiento gubernativo casi cómplice con la abusiva administración comunista de los hermanos Fidel y Raúl Castro en Cuba. También constatamos con perplejidad cómo la Unìón Europea (liderada por el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero), que ha sufrido en el siglo pasado el flagelo de terribles dictaduras, se muestra sumamente débil para combatir el despotismo cubano. A su vez desconcierta la conducta de Francia que permite a Jean-Claude Duvalier, alias Baby Doc, ex tiranuelo de Haití, disfrutar de un envidiable asilo dorado.
Por principio la dictadura como forma de gobierno debe ser rechazada con firmeza sin distingos ideológicos, sea esta de derecha o de izquierda. Lamentablemente en el mundo de hoy no hay coherencia en la lucha contra el totalitarismo. Existen casos como el del oprobioso régimen comunista de la China que, por su poderío económico y debido a su situación de privlilegio en las Naciones Unidas, apenas es criticado por la comunidad internacional.
Sin duda esta es una situación difícil de cambiar, pero ha llegado la hora de abandonar la pasividad y exigir a los gobernantes democrátidos y organismos internacionales, un mayor compromiso en defensa de la libertad de los pueblos, porque resulta indignante que en pleno siglo XXI las dictaduras exitentes gocen de buena salud.
Este artículo fue publicado originalmente en El Imparcial (España) el 16 de noviembre de 2010.