El amor los liberará del populismo

Mustafa Akyol explica la importancia para Turquía de la victoria holgada de Ekrem Imamoglu en la elección para la alcaldía de Estambul y las lecciones que los liberales en otras partes podrían derivar de esta experiencia para combatir el populismo.

Por Mustafa Akyol

A fines de junio Ekrem Imamoglu fue elegido como alcalde de Estambul en una segunda vuelta y el significado de su victoria holgada es más profundo de lo que muchos han pensado. El candidato líder del Partido Republicano del Pueblo (CHP) de oposición le ha dado esperanza no solo a los cientos de miles de residentes de la ciudad que llenaron las cales con algarabía y alegría, sino también a millones de otros turcos, entre los que me incluyo, que lo veíamos desde lejos. La victoria de Imamoglu también ofrece pistas acerca de una cura para otros países que padecen la misma toxina política que ha estado carcomiendo la democracia turca desde adentro: el populismo.

En su libro What is Populism? el politólogo Jan-Werner Müller tiene una definición sencilla pero útil del fenómeno. Él señala que el populismo viene de la palabra en latín populus, o “pueblo” y los líderes populistas dicen representar al “pueblo”, con una acotación crucial: “Solo algunas de las personas realmente son el pueblo”. Otras son parte de las élites corruptas y degenerados sin alma, en el mejor de los casos, o traidores dentro “del pueblo” que sirven a los intereses ilegítimos de esquemas oscuros. 

El presidente turco Recep Tayyip Erdogan ha perfeccionado esta narrativa populista durante los últimos seis años, luego de un tono más moderado y pragmático que había marcado sus periodo anterior en el poder. Él ha dicho que está haciendo grandiosa a Turquía y volviéndola musulmana nuevamente luego de un siglo de que esta se encontraba perdida en la jungla secular. Desde que el ha estado logrando algo tan grandioso, todos los poderes malvados que gobiernan el mundo —la CIA, Mossad, George Soros, entre otros supuestos sionistas, y una misteriosa “mente maestra” que amalgama todo eso— deben estar conspirando para derrocar a Erdogan, y todos los turcos patriotas deben por lo tanto alinearse detrás de él. Aquellos que no lo hacen deben estar intentando debilitar, desestabilizar y someter a la gloriosa nueva Turquía.  

Es dentro de los contornos de esta narrativa que Erdogan ha denominado la coalición de partidos de oposición como “zillet ittifaki” o “la alianza de la humillación”, quienes están “tratando de dividir a nuestro país”. Sus ministros condenaron frecuentemente a la oposición por estar en la cama con “terroristas”. La prensa pro-Erdogan ha publicado un sinnúmero de titulares, reportajes, columnas de opinión, y transmitido programas de opinión todos denunciando a los partidos de oposición por haber formado una “alianza de traición” o una “alianza de los cruzados” (en alusión a los guerreros cristianos).

De manera más dramática, el poder judicial, cuya independencia ha sido erosionada de forma gradual por el ejecutivo, adoptó esta narrativa y actuó consecuentemente. El término “mente maestra” —el imaginado centro mundial donde se fabrican las conspiraciones— apareció en las sentencias legales. Bajo un poder judicial así de partidario, las protestas en oposición al gobierno que deberían ser legales en una verdadera democracia, como las protestas del Parque Gezi en 2013, fueron criminalizadas como un intento de golpe de estado (El activista y filantrópico de la sociedad civil Osman Kayala ha estado en la cárcel desde octubre de 2017 por supuestamente haber organizado estas protestas, y él es solo uno de los miles de prisioneros políticos en las cárceles de Turquía).

Este escenario oscuro en Turquía muestra qué tan lejos puede llegar el populismo, especialmente en países con instituciones débiles, profundas divisiones, y una cultura política anti-liberal. Esta puede ser la razón por la cual en democracias frágiles que son similares a las de Turquía en estos aspectos —como Hungría y Polonia— el populismo ha logrado preocupantes avances. En EE.UU., cuyas instituciones y tradiciones liberales son sólidas, el populismo, afortunadamente, continúa siendo únicamente retórico. En otras palabras, cuando Trump condena a la prensa crítica como “enemigos del pueblo”, los fiscales no empiezan a escribir acusaciones basadas en esa definición. No obstante, sería sabio estar precavidos.

He aquí un punto clave: Imamoglu derrotó al populismo obteniendo el voto de algunas personas que antes respaldaban al partido Justicia y Desarrollo (AKP) de Erdogan.

Primero, con su persona misma, Imamoglu atravesó la vieja división entre lo secular y lo religioso que ha sido la línea divisoria más fundamental en la política turca desde hace aproximadamente un siglo —esto recuerda un poco la brecha entre las costas liberales de EE.UU. versus el interior con su “Bible Belt” o zona bíblica. Los seculares, que tenían la ventaja a lo largo del siglo XX, habían aislado a los conservadores con su anti-liberal laïcité, o secularismo francés, cuyas implicaciones incluían la prohibición del llamado árabe a rezar y de los pañuelos para la cabeza. El CHP, el partido que tradicionalmente ha liderado este secularismo rígido, se convirtió en la pesadilla de los conservadores.

Pero Imamoglu surgió como un político no tradicional del CHP. Para empezar, su apellido literalmente significa “hijo de imam”. Además, es un creyente religioso y uno serio: luego de las masacres en las mezquitas en marzo de este año en Christchurch, Nueva Zelanda, él fue a una mezquita y leyó en voz alta un capítulo entero del Corán para honrar a las víctimas —un acto muy inusual para un político del CHP. Su esposa no lleva un pañuelo en la cabeza, pero su mamá si. Cuando la esposa de su rival, Semiha Yildirim, fue ridiculizada por los provocadores secularistas por su estilo austero, fue su propia esposa, Dilek Imamoglu, quien habló por ella diciendo: “En ella, veo a mi propia madre, mi hermana”. Como respuesta, Yildirim le agradeció a Dilek.

Todos estos mensajes ayudaron a Imamoglu a romper la imagen de un secularista arrogante que mira de manera condescendiente a los religiosos del populacho. Puede que haya aquí una lección para los liberales y progresistas estadounidenses, algunos de los cuales tienen una tendencia de menospreciar a los estados rojos como racistas sin esperanza, “deplorables” o como los fenómenos de “Dios y las armas”.

Imamoglu también fue sabio y desarmó el juego de Erdogan, que es la polarización, negándose a participar en este. Primero, no cayó en el error de emular la propaganda de odio fomentada por el otro lado. En lugar de condenar al partido en el poder de alta traición y de amenazar con vengarse del mismo si llegase al poder —como algunos en la oposición turca lo han hecho desde hace mucho— Imamoglu dijo que él quería trabajar con el gobierno en armonía si llegara a ser el alcalde de Estambul. Su slogan de campaña fue un mensaje de esperanza: “Todo estará bien”. Mientras que se acercaba a su discurso de victoria, advirtió a sus partidarios: “No ofenderemos a nadie, no romperemos el corazón de nadie”. Con este “amor radical”, como un artículo de la revista Atlantic recientemente lo describió, Imamoglu fue capaz de ganar algunos electores que hubiesen estado culturalmente más próximos a Erdogan pero que se han cansado de el.

Puede que haya otra lección aquí para los estadounidenses liberales: si quieren ganarle a Trump, la estrategia correcta puede que no sea imitar la retórica combativa que uno ve en la extrema derecha, sino utilizar una retórica de moderación y civilidad. La estrategia correcta, también, no es ir tanto hacia la izquierda en una competencia interna del partido por la pureza ideológica, sino todo lo contrario, recuperar a los centristas que se han perdido.

¿Qué pasará ahora en Turquía? Imamoglu debe demostrar que puede gobernar Estambul bien, para consolidar su nueva popularidad. Podemos esperar que el gobierno central no sea muy amigable con su objetivo, como se puede ver los intentos inmediatos por parte del AKP de reducir los poderes de los alcaldes electos.

Mientras tanto, habrá otro reto al que se enfrentará Erdogan: algunas de las personas más importantes que construyeron el éxito temprano del AKP —el ex presidente Abdullah Gul y el ex tsar de la economía Ali Babacan— pronto lanzaran un nuevo partido, marcando la división más importante en el bando conservador de las últimas dos décadas. Este será un partido que dará “prioridad a las reformas económicas y buscará sanar los nexos con la Unión Europea y la OTAN”, según un reporte del sitio Web Ahval. Esto es, para hacer otra analogía con EE.UU., la versión turca de los “Never Trumpers” finalmente se están organizando.

Es probable que Erdogan tratará de desalentar estas nuevas fuerzas de la política turca lo más que pueda. Pero estos esfuerzos podrán demostrar ser contraproducentes, como fue le caso con las elecciones recientes en Estambul. Con una economía cada vez más oscura en casa, Erdogan bien podría perder las próximas elecciones generales en 2023, si es que no las pierde antes.

De manera que el experimento turco con el populismo extremo es probable que continúe durante algunos años, pero no para siempre. Y ahora tenemos una idea de cómo podría llegar a su fin —no con el mismo veneno de odio radical del populismo, sino mediante el amor radical. 

Este artículo fue publicado originalmente en Foreign Policy (EE.UU.) el 1 de julio de 2019.