El amor era más difícil en la Europa pre-moderna
Malcolm Cochran dice que mientras que los seres humanos siempre se han enamorado, buscar el amor era algo muchas veces difícil y peligroso.
Por Malcolm Cochran
El amor es la razón más común por la que los estadounidenses se casan o viven juntos. Con un consenso tan abrumador, es fácil olvidar que el amor es un lujo moderno. Mientras que los humanos ciertamente siempre se han enamorado, muchas veces era difícil y peligroso buscar el amor.
Al nivel más básico, el amor estaba limitado por la geografía. En la Europa moderna temprana, la realeza y la aristocracia al nivel más alto algunas veces tenían noviazgos y se casaban a pesar de grandes distancias, pero el rango romántico para la gran mayoría de las personas era hasta donde uno podía caminar o andar a caballo. En su libro, The Family, Sex and Marriage in England 1500-1800, el historiador inglés Laurence Stone señala que en la Inglaterra del siglo 17, casi 80 por ciento de los habitantes locales se casaban con alguien de su propio condado. Entre los campesinos, 90 por ciento se casaban con alguien que se encontraba dentro de un alcance de diez millas.
Irónicamente, las clases más altas, que tenían el alcance geográfico más grande, tenían el menor control para decidir con quién se casaban. Stone escribe que si los padres ricos no elegían directamente la esposa de su hijo, al menos retenían el poder del veto sobre la relación. Mientras más pobre la familia, menos propiedad tenían los padres que “retener como amenaza” si sus hijos elegían una pareja inaceptable.
Al elegir la pareja de su hijo, los padres ricos, especialmente los aristocráticos, usualmente dejaban de lado el amor y el afecto para priorizar el beneficios social y económico. En el matrimonio entre Jemima Montagu y Philip Carteret, que Stone describió como “típico”, las dos familias aristocráticas aceptaron el matrimonio y limaron los detalles financieros antes de siquiera notificar a la novia.
No solo las mujeres tenían poca participación antes del matrimonio, sino que una vez casadas, se convertían en propiedad de su esposo. Las mujeres campesinas y, después, las mujeres de la clase trabajadora podían pasar todas sus vidas en los quehaceres domésticos, primero sirviendo a sus padres, luego a sus empleadores, y finalmente a sus esposos. De esas tres etapas, el matrimonio algunas veces era la peor. Hasta tan tarde como 1869, John Stuart Mill escribió que:
“En la parte más brutalmente y moralmente menos educada de las clases más bajas, la esclavitud legal de la mujer…les provoca sentirse un poro de irrespeto y desprecio hacia su propia esposa, que no sienten hacia cualquier otra mujer, o cualquier otro ser humano, con quien hayan estado en contacto; y lo que hace que ella parezca el sujeto adecuado de cualquier tipo de indignidad”.
Por supuesto que no todos buscaban mejorar su status mediante el matrimonio, y algunas personas fueron los suficientemente afortunadas de casarse con alguien a quien amaban. Pero sin importar la circunstancia social, el lado físico del amor era, en gran parte, sucio (de mala forma) y peligroso.
Antes que nada, no había privacidad. Según Stone,
“Las condiciones de vida eran tal que entre la gran porción de la población antes de la segunda mitad del siglo diecinueve, familias enteras vivían, trabajaban, comían y dormían en uno o dos cuartos. En Leeds a principios del siglo diecinueve, la típica cabaña tenía quince pies cuadrados”.
Los pobres muchas veces tenían que compartir una cama con dos o tres otras personas, conduciendo esto a veces a situaciones incómodas. Los registros judiciales de Essex en la era isabelina “muestran evidencia de un hombre teniendo relaciones con una niña mientras que su hermana estaba en la misma cama y de un caso en el que la madre de la niña estaba en la misma cama”.
La higiene era terrible en todas las clases sociales y entre los pobres, era atroz. El jabón era demasiado caro para ser usado regularmente, y la sanidad decente era prácticamente inexistente. Stone escribe que en la Rennes del siglo diecinueve, “había una población de setenta mil, pero solo dos casas con baños y solo treinta baños públicos”.
Por supuesto, las personas en la Europa pre-moderna estaban acostumbradas a los amantes con un olor extraño. Pero eso no significa que les agradaba. Stone escribe que el administrador naval inglés y quien llevaba un diario, Samuel Pepys (1633-1703) estaba tan opuesto bañarse que su esposa lo expulsó de su cama. En la década de 1760, las mujeres en una fiesta de navidad en el Palacio Blenheim protestaron colectivamente porque el aristócrata Topham Beauclerk les estaba dando piojos. Y no eran solo las mujeres las que se quejaban —en la década de 1670, el Conde de Rochester escribió esta estrofa particularmente reveladora:
“Linda y desagradable ninfa, se limpia y amable
Y restaura todas mis alegrías
Usando papel aún atrás
Y esponjas por delante”
La suciedad era el último de sus problemas. La gente sufría de todo tipo de enfermedades horribles y las enfermedades del amor no eran la excepción. Utilizando un censo inglés del siglo 18, los investigadores en la Universidad de Cambridge estiman que alrededor de un 8 por ciento de la población de Chester, una pequeña ciudad inglesa, fue tratada por sífilis antes de la edad de 35. En Londres, más de un 20 por ciento podría haber buscado tratarse. Según toda la evidencia, la sífilis era común, y la gonorrea estaba descontrolada. El biógrafo escocés James Boswell (1740-1795, conocidamente libertino) contrajo gonorrea al menos diecinueve veces.
Para tratar sífilis y gonorrea, que algunos creían que eran dos versiones de la misma enfermedad, los doctores utilizaban mercurio. Los pacientes lo tomaban, lo esparcían sobre sus heridas como un ungüento y eran algunos veces bañados con un vapor mercurial en unas estufas gigantes.
Un hombre en una “estufa de fumigación”. La escritura en la estufa dice: “por un placer, mil dolores”.
Mientras que el mercurio si proveía algo de alivio de estas enfermedades, es sumamente tóxico y se acumula en el cuerpo a través del tiempo, eventualmente causando daño neurológico permanente.
De una u otra forma, la modernidad, que empezó con la Revolución Industrial, ha resuelto todos estos problemas. Los compuestos arsénicos y, eventualmente, la penicilina aportaron tratamientos más seguros y confiables para la sífilis y la gonorrea. Incluso cuando el VIH surgió en el siglo 20, lo abordamos rápidamente según estándares históricos.
La higiene también está mejorando rápidamente. A nivel mundial, casi 80 por ciento de las personas ahora tienen acceso a una letrina básica, y en el mundo desarrollado, los servicios buenos de sanidad son prácticamente universales. Debido a ingresos que se han disparado, el desheredar a alguien se ha vuelto una amenaza vacía, significando que tenemos cada vez más control por sobre nuestras relaciones románticas. Y, con los pasajes aéreos baratos y el acceso amplio a los teléfonos celulares, hay poco que nos impida tener un romance al otro lado del mundo.
De manera que como sea que haya pasado su San Valentín, agradezca que vivimos en una era en la que podemos buscar el amor, curar la gonorrea, y dormir, solos o juntos, en nuestras propias camas.
Este artículo fue publicado originalmente en HumanProgress.org (EE.UU.) el 15 de febrero de 2022.