EE.UU.: Un siglo del impuesto sobre la renta es suficiente
Chris Edwards indica que "El número de páginas de las normas tributarias federales se disparó de 400 en 1913 a 73.954 hoy en día, según CCH Inc. A diferencia de un producto en el mercado que mejora a lo largo del tiempo —como el automóvil que fue creado hace un siglo— el impuesto sobre la renta del Estado se ha vuelto cada vez más ineficiente y perjudicial".
Por Chris Edwards
Alexander Hamilton finalmente ganó. Como Secretario de Estado en la década de 1790, promovió una serie de impuestos “internos” para complementar los ingresos federales obtenidos mediante aranceles a las importaciones. Thomas Jefferson rechazó los impuestos internos de Hamilton como un asalto a la libertad, y cuando fue electo en 1800 se aseguró de que fueran abolidos.
La opinión de Jefferson predominó durante décadas, pero para fines del siglo diecinueve el crecimiento del Estado y de las preocupaciones acerca de los aranceles altos derivaron en llamados a que se crearan nuevas fuentes de ingreso. El primer impuesto sobre la renta se creó para financiar la Guerra Civil y duró hasta 1872. Otro impuesto sobre la renta se creó en 1894, pero fue eliminado por la Corte Suprema al ser considerado inconstitucional.
A principios del siglo veinte, el auge del progresismo y de la oposición del Partido Demócrata a los aranceles altos se combinaron para lograr respaldo a un impuesto sobre la renta. El Presidente William Howard Taft propuso una enmienda constitucional para crear un impuesto sobre la renta en 1909. Fue aprobado por el Congreso y el Senado y luego ratificado por los estados a principios de 1913. El Congreso se puso a trabajar en una propuesta de ley y el impuesto sobre la renta moderno fue aprobado por el Presidente Woodrow Wilson hace exactamente 100 años el 3 de octubre de 1913.
En ese momento es cuándo empezaron los problemas. La Enmienda No. 16 permitía “impuestos sobre los ingresos, sea cual fuere la fuente de que provengan”, pero no definía cómo el “ingreso” debería ser medido. Resultó que definir el “ingreso” es una cuestión complicada, y que los economistas y legisladores social demócratas y conservadores nunca se han puesto de acuerdo sobre cómo hacerlo. Los muchos grupos económicos afectados por el impuesto tienen opiniones distintas al respecto. El resultado de todo este desacuerdo es que tenemos un código tributario que cambia constantemente y que cada vez es más complejo.
El número de páginas de las normas tributarias federales se disparó de 400 en 1913 a 73.954 hoy en día, según CCH Inc. A diferencia de un producto en el mercado que mejora a lo largo del tiempo —como el automóvil que fue creado hace un siglo— el impuesto sobre la renta del Estado se ha vuelto cada vez más ineficiente y perjudicial. Luego de 100 años, es un reto todavía más difícil crear una estructura simple y pro-crecimiento para la tributación federal.
El problema esencial es que los social demócratas han favorecido una definición amplia del ingreso que es anti-crecimiento y que castiga a los ahorristas e inversores. El ingreso social demócrata “Haig-Simons” ha sido la raíz de nuestro impuesto sobre la renta e incluye todo el ingreso por sueldos, ingresos por capitales, ya sea si las ganancias se obtengan o no.
Ese es un fundamento escasamente práctico para la tributación. Los contribuyentes con poco flujo de caja, por ejemplo, no pueden pagar un impuestos anual sobre las ganancias de capitales devengadas, aunque no realizadas. Como resultado de tales requisitos no prácticos, los legisladores han adoptado una serie de normas particulares para fijar la base imponible del impuesto Haig-Simons sobre la renta, lo cual incrementa todavía más la complejidad.
Otro problema con el impuesto Haig-Simons sobre la renta es que penaliza a las personas frugales y recompensa a las despilfarradoras. Esto es así porque las ganancias son tributadas por segunda vez cuando son ahorradas, pero el consumo inmediato no se enfrenta a un impuesto adicional. Esto no tiene sentido porque los ahorristas son los principales contribuyentes al crecimiento económico dado que su dinero fluye hacia los negocios nuevos y crecientes del país.
Los conservadores fiscales han resistido durante décadas con una visión alternativa de la base imponible federal adecuada. Durante los primeros años del impuesto sobre la renta, el economista Irving Fisher argumentó que el “ingreso” se mide mejor con el flujo de los servicios consumidos a partir del capital existente. De manera que no debería incluir cambios en el valor del capital (ganancias por capitales) ni adiciones al capital (ahorros). Fisher argumentó que el ingreso Haig-Simons erróneamente mezclaba el ingreso actual con adiciones al capital, creando el desorden que es el complejo y distorsionado código tributario.
Fisher tenía razón. Durante las últimas décadas los conservadores y liberales han promovido la tributación basada en el consumo, que es básicamente la estructura tributaria que Fisher proponía.
Los impuestos uniformes de Steve Forbes y Dick Armey, por ejemplo, están basados en el consumo. Sobre esa base, los ahorros y las inversiones no estarían sujetos a una doble tributación y, como resultado, el crecimiento económico sería maximizado.
Tal vez el más importante promotor reciente de la reforma tributaria fue el ex economista de Princeton David Bradford. Expuso poderosos argumentos acerca de cómo la tributación basada en el consumo sería mucho más simple que el actual impuesto sobre la renta. Algunas de las porciones más complejas del impuestos sobre la renta, como aquellas que tienen que ver con las ganancias de capitales y las reglas de depreciación, desaparecerían en virtud de este impuesto uniforme. Los impuestos sobre el consumo tienen bases imponibles más coherentes que los impuestos sobre la renta y, por lo tanto, no requerirían de todas las normas particulares.
No hemos tenido éxito eliminando el impuesto sobre la renta, pero los conservadores fiscales han movido el sistema más hacia una base imponible de consumo. Provisiones como las cuentas 401(k) y las Cuentas Individuales para la Jubilación, por ejemplo, ayudan a reducir el tratamiento punitivo de los ahorros bajo el impuesto sobre la renta.
Pero se necesita hacer mucho más. Thomas Jefferson dijo de los impuestos internos que estos “cubrían nuestra tierra con funcionarios y abrían las puertas a sus intrusiones”. Eso es sin duda cierto acerca del impuesto sobre la renta. De hecho, Jefferson estaría aterrorizado viendo el poder que tiene el Servicio de Rentas Internas (IRS, por sus siglas en inglés) para romper nuestras puertas y tomar control de nuestra propiedad, y seguramente hubiese liderado un levantamiento en contra de los poderes agregados al IRS en virtud de Obamacare.
El objetivo de Jefferson de abolir los impuestos internos parece ser algo distante, pero podemos hacer que el sistema tributario federal sea mucho más sencillo, eficiente y respetuoso de un Estado limitado. Luego de un siglo, es hora de eliminar el impuesto sobre la renta y reemplazarlo con un impuesto uniforme basado en el consumo.
Este artículo fue publicado originalmente en The Daily Caller (EE.UU.) el 3 de octubre de 2013.