EE.UU.: ¿Quién supervisa el espionaje de la NSA?

Julian Sanchez afirma que es preocupante "el fracaso sistemático de los representantes electos de EE.UU. al momento de informar al público acerca de la escala del espionaje ilícito de la NSA —y su negación a admitir qué tan poca supervisión practican ellos".

Por Julian Sanchez

Un explosivo reportaje del Washington Post ha revelado que a la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por sus siglas en inglés) se le dificulta obedecer sus propias reglas permisivas: Una auditoría interna detectó 2.776 “incidentes de cumplimiento” en las oficinas centrales de la NSA en un solo año —sin indicio alguno de cuántas comunicaciones de estadounidenses inocentes fueron recolectadas de manera inadecuada en cada “incidente”, y sin ninguna forma de determinar cuántos “incidentes” nunca son detectados.

Igual de preocupante, sin embargo, es el fracaso sistemático de los representantes electos de EE.UU. al momento de informar al público acerca de la escala del espionaje ilícito de la NSA —y su negación a admitir qué tan poca supervisión practican ellos.

El memorándum secreto acerca de los “incidentes de cumplimento” publicado por el Washington Post —el último en una serie de documentos filtrados por el ex contratista de la NSA Edward Snowden— tiene la fecha de mayo de 2012, tan solo meses antes de que el congreso votara para re-autorizar el espionaje programático de gran envergadura que las autoridades le concedieron a la NSA en virtud de la Ley de Enmiendas a FISA (FAA, por sus siglas en inglés) de 2008.

Solo un mes después, la presidenta del Comité de Inteligencia del Senado, Dianne Feinstein (Demócrata de California) alabó la agencia, escribiendo en un reporte oficial (en inglés), “Colectivamente, las evaluaciones, reportes y otra información obtenida por el Comité muestran que el gobierno implementa los poderes de vigilancia en virtud de la FAA de manera responsable, con relativamente pocos incidentes de incumplimiento”. El Washington Post dice que Feinstein no había visto el memorándum de la auditoría hasta ese entonces, y otra firme defensora de las prácticas de la NSA, la líder del Partido Demócrata en el congreso Nancy Pelosi (Demócrata de California), declaró que el reporte era “extremadamente preocupante”.

Sin importar cuáles hayan sido los incidentes que se dieron Feinstein agregó que “estos han sido el resultado no intencionado del error humano o de defectos técnicos y han sido reportados y resueltos rápidamente”. El memorándum de la auditoría nos presenta una imagen que no es tan color de rosa: Determinó un incremento de 11 por ciento en los incidentes de incumplimiento durante el primer trimestre de 2012 en comparación al último trimestre del año anterior. El Washington Post también señala que la NSA determinó que no tenía que reportar incidente alguno involucrando la recolección accidental y a gran escala de datos acerca de llamadas telefónicas desde Washington, D.C.

Tampoco es cierto que las soluciones siempre vienen especialmente “rápido” incluso cuando los problemas son reportados. Un programa iniciado en 2011 continuó funcionando varios meses antes de que una corte secreta de inteligencia decidió que este violaba la Constitución.

La contraparte de Feinstein en el congreso, Mike Rogers (Republicano de Michigan) dio declaraciones similares durante el debate acerca de la re-autorización de la FAA, reconociendo que las comunicaciones de los estadounidenses podrían estar siendo interceptadas en “un caso extraño”, pero insistiendo que esto “de ninguna manera ha pasado frecuentemente”. A diferencia de Feinstein, Rogers sabía en ese momento que las oficinas centrales de la NSA estaban promediando 7,6 incidentes de incumplimiento al día en ese entonces —según el reportaje del Washington Post, aunque no queda claro cuántos estadounidenses estaban involucrados en cada incidente. Y esto ni siquiera considera a los estadounidenses cuyas llamadas y correos electrónicos son recolectados porque se están comunicando con un “objetivo” extranjero, que podría o no estar involucrado en un delito real.

Rogers puede haber tenido una mejor idea acerca de qué tan frecuentemente estaban los estadounidenses siendo arrastrados hacia las bases de datos de la NSA si el senador Ron Wyden (Demócrata de Oregón) hubiese logrado aprobar una enmienda requiriendo que la agencia provea al congreso dicha información. Esa enmienda fracasó luego de un debate apresurado, durante el cual el senador Saxby Chambliss (Republicano de Georgia) lo ridiculizó como un “ejercicio innecesario e inútil” porque el “sistema de colección estaba diseñado para cumplir con las prohibiciones claras de FISA en contra de la recolección intencional de comunicaciones totalmente domésticas”.

El presidente Barack Obama hizo eco de esas garantías hasta principios de mes diciéndole al conductor Jay Leno: “No se está espiando a los estadounidenses. No tenemos un programa de espionaje doméstico”.

Aún así eso resulta ser cierto solamente ante una definición muy limitada de “espiar a los estadounidenses”. Como un reportaje en el New York Times confirmó al día siguiente, la NSA cree que puede “marcar” un extranjero, no solamente pinchando sus llamadas telefónicas y correos electrónicos, sino también revisando los correos electrónicos de los estadounidenses en busca de menciones de ese “objetivo”. En otras palabras, no hay “un programa de espionaje doméstico”, simplemente un programa de espionaje extranjero que resulta que revisa una cantidad enorme de los correos electrónicos de estadounidenses.

Tanto Obama como miembros de los comités de inteligencia parecen haber decidido que es más importante calmarnos antes que informarnos. Aún así la comunidad de inteligencia también tiene una larga historia de decir que los programas son necesarios y luego se muestra que estos son de poco valor.

A los estadounidenses se nos dijo que el programa original de escuchas sin una orden judicial, autorizado por el presidente George W. Bush, “había sido exitoso en detectar y prevenir ataques dentro de EE.UU.” e incluso que este había “salvado miles de vidas”. Años después, una investigación interna fue incapaz de respaldar esas aseveraciones dramáticas y descubrió que los funcionarios de inteligencia “tenían dificultad citando casos específicos en los que [el programa] había contribuido directamente a éxitos en la lucha contra el terrorismo”. En cambio, había gastado tiempo y recursos generando falsas pistas y espiando a personas que no estaban conectadas al terrorismo.

Los centros de intercambio de información conocidos como “centros de fusión”, financiados masivamente durante años por el Departamento de Seguridad Doméstica, repetidas veces fueron señalados por funcionarios de alto rango como “uno de los elementos centrales de nuestra estrategia para combatir al terrorismo” y como “una herramienta, vital y de eficacia comprobada”. Una vez más, pasaron años antes de que un reporte bipartidista del senado descubriera que los centros habían desperdiciado millones sin alguna vez haber producido una sola pizca de inteligencia relacionada al terrorismo.

En cada caso, los funcionarios que creían que tenían una comprensión especial acerca del valor de los programas de inteligencia secreta decidieron que nosotros necesitábamos ser protegidos, por nuestro propio bien, de cualquier dato desagradable que podría poner en la cuerda floja a estos programas. Tal vez el valor real de estas filtraciones, entonces, no es solamente sacar estos hechos a la luz pública —sino dejar claro qué tan profundamente los supervisores designados de la comunidad de inteligencia se han vuelto sus más devotos perros falderos.

Este artículo fue publicado originalmente en Politico.com (EE.UU.) el 16 de agosto de 2013.