EE.UU.: Por supuesto que fue tortura

Gene Healy asevera que las técnicas utilizadas para interrogar a los sospechosos de terrorismo en la Bahía de Guantánamo si constituían una tortura.

Por Gene Healy

El jueves, la administración de Obama hizo públicos memos anteriormente privados que detallan las técnicas de interrogación utilizadas en contra de los prisioneros enemigos. En los memos, los abogados de la administración de Bush aseguran a la CIA que sumergir momentáneamente en agua a los detenidos y mantenerlos detenidos por una semana o más eran prácticas perfectamente legales. Los partidarios de Bush insisten que tales métodos no son tortura y que Obama le ha hecho un gran daño a la seguridad nacional haciéndolos públicos. Ellos están equivocados en ambas aseveraciones.

El analista legal conservador David Rivkin, uno de los defensores más firmes de Bush, insiste que “cualquier observador justo” concluiría que los documentos demuestran que “la administración de Bush no torturó”. Pero es difícil comprender cómo alguien podría describir lo que la administración hizo de cualquier otra manera. La aseveración de Rivkin equivale a la aseveración de los firmes defensores del Presidente Clinton de que este no cometió perjurio.

Empecemos analizando la técnica de sumergir momentáneamente en agua. Si no es tortura, pues tal vez le debemos una disculpa a los soldados japoneses que enjuiciamos por ello luego de la Segunda Guerra Mundial. “Me sentí como si me estuviera ahogando”, testificó el Teniente Chase Nielsen en 1946 en un juicio por crímenes de guerra, “solamente respirando entre la vida y la muerte”.

Es cierto, la CIA administró la “cura de agua” solamente a tres prisioneros (183 veces en un mes a uno de ellos). Y ninguna de las otras técnicas—“posiciones de stress”, “privación de sueño”, “aislamiento en un espacio pequeño”, etc.—nos dan tanto asco como el estirador de cuerpos o el aplastador de dedos.

Por eso los defensores del gobierno de Bush prefieren describir cada técnica por separado, obviando el hecho de que fue la continua combinación de tales tácticas por periodos extendidos lo que las hizo elevarse al nivel de una tortura.

La ley estadounidense define a la tortura como la aplicación de “dolor o sufrimiento físico o mental severo”. Susan Crawford, la abogada elegida por el presidente Bush para supervisar los juicios en la Bahía de Guantánamo, se negó a referirse al caso de uno de los detenidos, porque la combinación de estas técnicas “satisfacía la definición legal de tortura”.

Pero no le crea a ella. Lea las descripciones que el personal militar dio acerca de las reacciones de los prisioneros a la “interrogación fortalecida”: “El detenido empezó a llorar. El detenido mordió el tubo intra-venal hasta dividirlo en dos. Empezó a quejarse… Gritó llamando a Allah. Se orinó…. Temblaba incontrolablemente”. ¿Todo esto satisface la definición legal? Claro que si, vaya qué pregunta legal…

El punto aquí no es para que usted llore por los prisioneros de Al Qaeda; los asesinos de grandes masas (actuales o aspirantes a serlo) son personas por las cuales es difícil sentir compasión. Pero cualquiera que entiende el asunto debería sentir algún remordimiento acerca del daño que nuestra política le hizo al Estado de Derecho y a los intereses estadounidenses en el extranjero.

Obama ha anunciado que el no enjuiciará a los oficiales de campo de la CIA, y es poco probable que alguna otra persona se enfrente a sanciones criminales por su papel en el programa. Aún así, está claro que la política fue, en el mejor de los casos, criminalmente estúpida.

Imagínese si, poco después del 11 de septiembre, alguien le hubiese dicho que el gobierno estadounidense adoptaría una técnica de interrogación basada en las técnicas de los comunistas chinos diseñadas para obtener confesiones falsas. Usted hubiese pensado que esa persona era muy cínica. Pero esa personas resulta que habría tenido la razón.

Para diseñar el programa de tortura, el equipo de Bush consultó a expertos del programa SERE (Supervivencia, Evasión, Resistencia y Escape) de las Fuerzas Armadas. SERE fue adoptado al principio de la Guerra Coreana para entrenar a los soldados estadounidenses para resistir abuso por parte de regímenes enemigos. Luego del 11 de septiembre, utilizamos esas técnicas para interrogar a sospechosos de haber cometido o aspirar a cometer actos de terrorismo.

Es poco sorprendente, entonces, que, como un funcionario de inteligencia de alto rango le dijo al Washington Post: “Gastamos millones de dólares persiguiendo falsas alarmas”. Golpeados salvajemente por torturadores egipcios, una víctima de nuestro programa “rendición extraordinaria” fabricó una historia acerca de Saddam Hussein dándole a Al Qaeda entrenamiento en armas de destrucción masiva. Esa historia llegó al discurso de Colin Powell ante el Consejo de Seguridad de la ONU para vender la Guerra en Irak.

En su condenada campaña presidencial, el congresista republicano Tom Tancredo obtuvo su mayor aplauso cuando el apoyó la tortura en un debate en mayo de 2007: “¡Yo estoy buscando a Jack Bauer!” En la vida real es mucho menos glamoroso—y mucho menos efectivo—que lo se ve en la televisión. Casi al mismo tiempo que Tancredo estaba sonriendo para las cámaras, el General David Petraeus emitió una carta abierta a su tropas advirtiendo en contra del uso de tortura: “El apego a nuestros valores nos distingue del enemigo”. Ese es un principio que deberíamos tener presente de ahora en adelante.