EE.UU. no tiene fraude electoral sistémico ni supresión de electores

Ilya Shapiro considera que si ambos partidos se niegan a seguir los procesos normales establecidos para resolver cualquier disputa y los resultados derivados de estos, estarían colocando al país en un sendero peligroso que socava sus instituciones.

Por Ilya Shapiro

La tinta todavía no estaba seca en el certificado electoral del presidente Donald Trump para la elección de 2016 cuando la Resistencia apretó el acelerador, atacando la integridad de nuestro sistema electoral. Menos de un mes después de esta elección, los izquierdistas en Hollywood como Martin Sheen empezaron a sacar propagandas en televisión implorando a los electores del Partido Republicano para que abandonaran al presidente entrante y votaran por otra persona. Cuando ese plan falló, los izquierdistas adoptaron otra estrategia: proclamar al presidente como ilegítimo atacando la integridad de nuestro sistema electoral.

Pronto bombardearon a los estadounidenses con afirmaciones extraordinarias y equivocadas proclamando que Rusia hackeó nuestra elección. Dijeron que Trump era un agente ruso. Rachel Maddow usó su plataforma de MSNBC para argumentar que Vladimir Putin estaba diciéndole qué decir al presidente y de otras maneras controlando la Casa Blanca. 

Todas estas afirmaciones fueron demostradas como parte de una campaña bien organizada para socavar la legitimidad de la administración, pero esto no se quedó allí. Incluso después de la conclusión de la investigación de Robert Mueller, que ordenó a docenas de agentes del FBI investigar esas afirmaciones, algunos en la prensa continuaron promoviendo la noción de que no fueron los estadounidenses quienes eligieron a Donald Trump, sino funcionarios rusos.

Nadie ha rendido cuentas por estas afirmaciones extraordinarias, las cuales envenenaron la cultura política estadounidense y, más significativamente, hicieron un daño permanente a la confianza popular en nuestro proceso electoral

No deslegitimen nuestros procesos electorales

Muchos analistas políticos esperan que por furia en torno a una supuesta manipulación de votos, los partidarios tanto Trump como de Joe Biden están dispuestos a protestar —tal vez incluso más violentamente— si su candidato preferido no prevalece en la elección de la próxima semana. Algunos están complicando las cosas todavía más promoviendo que los otros candidatos no acepten el resultado de las elecciones si pierden. 

La izquierda política moderna ha cuestionado la legitimidad de nuestras estructuras constitucionales desde que la Corte Suprema “eligió” a George W. Bush en el 2000 a pesar de perder el voto popular ante Al Gore. Los llamados a eliminar el Colegio Electoral, “reformar” el Senado, y ahora aumentar el número de jueces en la Corte Suprema solo han aumentado. 

Algunos conservadores ahora aparecen dispuestos a unirse al esfuerzo para socavar nuestros sistemas electorales, en gran medida por miedo de que el fraude electoral no permita que Trump sea reelecto. Deberían pensar dos veces acerca de las implicaciones a largo plazo que podrían derivarse de inadvertidamente menospreciar las protecciones incluidas en esos sistemas.

El Colegio Electoral protege en contra del fraude

Los conservadores no deberían necesitar un recordatorio de que los Padres Fundadores establecieron el Colegio Electoral para asegurar que los presidentes sean electos con un apoyo nacional, no solo un respaldo masivo de una manada de estados. Históricamente, esto significó que recaudar votos en Nueva Inglaterra o en el Sur por sí solo era insuficiente; ahora, obtener un puntaje alto en las ciudades costeras no es suficiente. Lo que pocos se dan cuenta, sin embargo, es que este sistema también contrarresta el fraude electoral

Si el país operase bajo un sistema de voto popular, todo lo que los defraudadores necesitarían es manipular las urnas en los estados más poblados —más precisamente, los lugares de votación en las municipalidades con los protocolos de seguridad más débiles y con los funcionarios más susceptibles a ser presa de influencias. Dichos esquemas son en gran medida imposibles con el Colegio Electoral.  Como nadie puede predecir de manera precisa cuál de los estados reñidos determinará el resultado de determinada elección, nadie tiene el conocimiento requerido para crear un esquema de manipulación de votos. 

Las elecciones más reñidas en tiempos recientes nos muestran qué tan difícil es cometer un fraude significativo en las elecciones presidenciales. La elección de 2016 últimamente fue decidida por Michigan, Wisconsin, y Pennsylvania, que Trump ganó tan solo por 10.000, 20.000, y 40.0000 votos, respectivamente. Nadie en cualquiera de los dos bandos esperaba que la carrera se defina en estos tres estados. Desde Bush vs. Gore, todos seguíamos mirando a Florida y Ohio, volviendo a luchar la última batalla. ¿Todavía existe el fraude? Sí. ¿Habrán errores, particularmente con más votos tempranos, un mayor nivel de ausentismo y votos enviados por correo durante la pandemia? Sí. 

La respuesta adecuada para abordar estos problemas, sin embargo, es estudiarlos, comprender su envergadura, e identificar la manera resolverlos. Después de todo, la comisión de integridad del voto de la administración de Trump culminó su trabajo sin encontrar evidencia de un fraude amplio (a diferencia de un fraude localizado). Si hubiera evidencia de un fraude sistémico, Trump seguramente la hubiese presentado a estas alturas.

La supresión amplia de electores no está sucediendo

Una historia similar se puede contar acerca de las denuncias de “supresión de electores”. Perdón, pero las largas colas son una señal de una falta de planificación o recursos, o de demasiadas personas queriendo votar semanas antes, no de una campaña coordinada para dejar a las mases sin su derecho al voto

Dicho esto, los riesgos significativos de abuso potencial existen en los sistemas electorales de muchos estados, como detallé en un reporte en agosto. Un riesgo importante es la cosecha de papeletas, lo cual involucra a terceras partes recolectando y entregando papeletas de electores ausentes en nombre de ellos. Un análisis por parte del no-partidista Lincoln Network encontró que muchos estados todavía permiten que terceros no relacionados recojan papeletas, y un reporte de mayo publicado por los miembros Republicanos del Comité del Congreso sobre la Administración encontró que los miembros de ambos partidos practicaron la cosecha de papeletas durante las elecciones de medio periodo de 2018.

Pero el riesgo de que la cosecha de papeletas decida una elección presidencial es mínimo. California, donde la práctica es más difundida, difícilmente es un estado reñido, y los mecanismos de supervisión (incluyendo a los ejércitos de ambos partidos como guardianes de las urnas y a sus abogados electorales) existen para detectar y cuestionar los potenciales abusos. Los procesos legales existen para pedir un nuevo conteo o para cuestionar los resultados. 

Dejen de atacar las instituciones

Por supuesto, la cuestión sigue siendo si ambas campañas aceptarán seguir los procesos normales para resolver cualquier disputa —y si ambos lados aceptarán los resultados. El estado de derecho, la base de nuestra república constitucional, siempre ha sido un freno en contra de las concentraciones de poder que conducen a las restricciones de la libertad individual. Para que el sistema continúe funcionando, la izquierda necesita controlar sus peores impulsos, y la derecha debe dejar de unírsele. Los ataques bi-partidistas a las instituciones de nuestro país y a la integridad de nuestros procesos electorales crean la impresión de que hay un consenso de que nuestro gobierno es ilegítimo, poniendo en un sendero peligroso a nuestra nación. La retórica irresponsable, en lugar de las críticas basadas en la evidencia, solo darán más poder a aquellos que buscan cambiar radicalmente el país hasta convertirlo en algo irreconocible.

Este artículo fue publicado originalmente en The Federalist (EE.UU.) el 28 de octubre de 2020.