EE.UU.: El peligroso mundo que le espera al próximo presidente
Carlos Alberto Montaner comenta el panorama internacional con el que se enfrenterá el próximo habitante de la Casa Blanca, Barack Obama.
Al próximo presidente estadounidense le aguardan varias crisis internacionales peligrosísimas. La más evidente es la que se perfila en el mundillo islámico. La situación en Afganistán se deteriora rápidamente y ello exigirá el envío de más tropas. Pakistán, el aliado incierto, con una población y unos servicios de inteligencia más cercanos a Al Qaida que a Washington, padece una medular inestabilidad agravada por el hecho de que se trata de una minipotencia nuclear. El gobierno iraquí se distancia cada vez más de Estados Unidos y le exige que no utilice su territorio para atacar a Irán o a Siria. Los americanos ya no son los salvadores de la patria. Son una presencia incómoda escasamente querida.
Tras la retirada norteamericana de Irak, los países árabes aumentarán la presión sobre Israel y pondrán a prueba las reacciones del nuevo huésped de la Casa Blanca. Como me dijo, amargamente, un activista judeoamericano: ''En ninguna cancillería árabe pasó inadvertido el muy débil compromiso de Barack Obama con la defensa de Israel manifestado en el segundo debate con McCain; eso alentará en ellos una conducta más agresiva''. La regla es muy sencilla: mientras más vulnerable y distanciado de Estados Unidos perciban a Israel, los países árabes se tornan más temerarios. Justa o injustamente, los árabes ven al senador Obama como un potencial aliado de ellos y no de Israel. Eso es gravísimo.
Kim Jong-Il, el tiranuelo loco de Corea del Norte, aparentemente está muy enfermo y amenaza con borrar del mapa a Corea del Sur. Se sospecha que tiene armas nucleares listas para ser usadas. Es verdad que un enfrentamiento en esa región debería afectar más a rusos, chinos y japoneses, pero Estados Unidos está ahí, tiene bases militares, y Corea del Sur es hoy un factor económico, y tecnológico de primer rango al que hay que defender. La muerte de Kim Jong-Il (y la lucha por el poder que podría desatarse en la cúpula militar) multiplicará las tensiones en esa península y, si estalla la crisis definitiva, Estados Unidos será inevitablemente arrastrado al conflicto.
En Cuba, a pocos kilómetros de Florida, sucede algo parecido. Lo previsible es que los dos hermanos Castro salgan de la escena durante los próximos cuatro años sin haber podido organizar la transmisión pacífica y sosegada de la autoridad. El país se hunde en la miseria y la desmoralización. Como le dijo Carlos Lage a un amigo común a su paso reciente por Honduras, ''vivimos gracias a que Hugo Chávez nos da de comer''. Hace dos años y medio que Raúl asumió el poder y sus tímidas reformas no han mejorado la miserable calidad de vida de los cubanos, hoy agravadas por el devastador paso de dos temibles huracanes. El canciller Felipe Pérez Roque de una manera contraproducente acaba de proclamar su apoyo al senador Barack Obama y su rechazo a McCain (lo que inclinará más votos cubanoamericanos hacia los republicanos). En cualquier caso, cuando sobrevenga la crisis Washington tampoco podrá inhibirse. Por diversas razones, Cuba forma parte de la política interna norteamericana.
Simultáneamente, Moscú vuelve a asomarse al Caribe reeditando una nueva versión de la guerra fría. Su flota de guerra hace ejercicios militares junto a la venezolana mientras sus técnicos reconstruyen los sistemas antiaéreos cubanos. Hugo Chávez, aliado a los iraníes, construye apresuradamente las mayores fuerzas armadas de Sudamérica y continúa con sus planes de conquistar la región para el socialismo del siglo XXI, una ideología cuyo rasgo más notable y consistente es el antiamericanismo. Por ahora, además de Cuba, ha reclutado a Bolivia, Ecuador y Nicaragua para su cruzada. Pronto piensa incorporar a El Salvador y, más adelante, a Perú, donde se deteriora peligrosamente el prestigio del gobierno de Alan García.
El único aliado real que Estados Unidos tiene en la región es Colombia, pero de ganar los demócratas —como todo parece indicar que ocurrirá— es muy posible que termine o disminuya sustancialmente el apoyo militar a Bogotá y el Congreso norteamericano rechace definitivamente el acuerdo de libre comercio con ese país. En esas condiciones, ¿para qué quiere nadie la voluble y poco fiable amistad de Washington?
Es muy curioso: la sociedad norteamericana, poco interesada en los asuntos internacionales, suele votar por razones domésticas, pero sus gobernantes, cuando llegan al poder, descubren que las cuestiones de política exterior acaban por dominar la agenda presidencial. Me temo que esta vez ocurrirá lo mismo.
Artículo de Firmas Press
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