EE.UU. como policía del mundo
Por Ivan Eland
Estados Unidos se entrometió en otra disputa étnica al otro lado del mundo y es probable que tengamos que arrepentirnos de esa intervención.
A regañadientes funcionarios estadounidenses reconocieron -luego que el primer ministro de Turquía descubrió el pastel- que Washington le había pasado el dato al gobierno turco de que el rebelde kurdo Abdullah Ocalán estaba escondido en la embajada griega en Kenya. Los agentes turcos lo apresaron y se lo llevaron a Turquía. La información de las agencias de inteligencia de Estados Unidos y la presión diplomática ejercida por Washington fueron la clave en conseguir que se le negara santuario. Ocalán y su grupo PKK (partido de trabajadores kurdos) están en la lista de terroristas del Departamento de Estado, pero países como Turquía que cometen represiones brutales no lo están. Es un hecho que el PKK ha sido en los últimos años uno de los grupos terroristas más activos y mejor financiados. Pero hasta ahora, el odio del PKK estaba dirigido principalmente al gobierno turco.
¿Qué quiere el PKK? Poco antes de ser capturado, Ocalán le dijo a un periodista irlandés que se conformaría con la autonomía de los kurdos, sin total independencia de Turquía. No muy lejos, en Kosovo, Estados Unidos estaría encantado de conseguir que el Ejército de Liberación de Kosovo (ELK) se conformara con una autonomía dentro de Yugoslavia. Pero la política exterior de Estados Unidos no es consistente en cuanto a tales conflictos. Algunas veces apoya a gobiernos extranjeros en la defensa de sus fronteras y en otros lugares apoya a los rebeldes que tratan de modificar las fronteras.
En las sangrientas disputas de Kurdistán y Kosovo, los odios son legendarios y ambos lados han utilizado tácticas brutales. Esos conflictos son el caldo de cultivo de los terroristas y si Estados Unidos es percibido como tratando de obligar a los albaneses de Kosovo de aceptar una autonomía en lugar de su independencia, el ELK que tiene conexiones con el architerrorista árabe Osam bin Laden podría lanzar ataques terroristas contra Estados Unidos, en casa y en el exterior.
Pero los riesgos de nuestra participación en Kosovo no se comparan con interferir en la pelea entre turcos y kurdos. Las violentas demostraciones de los kurdos alrededor del mundo a raíz de la captura de Ocalán muestran el alto grado emocional de esa guerra y la amplitud de la red kurda. Astutamente, los países europeos como Alemania e Italia no se entrometieron por miedo a las represalias terroristas. Pero Estados Unidos no actúa con la misma habilidad. El PKK financia organizaciones kurdas dentro de Estados Unidos que pueden convertirse en células terroristas. Si el PKK lanza una campaña terrorista contra Estados Unidos, seguramente ocurrirá cuando las autoridades menos se lo esperen, como pasó con la bomba en el vuelo Pan Am #103 en 1988, respuesta de Gaddafi al bombardeo de Trípoli en 1986.
Estados Unidos ha debido aprender la lección cuando bin Laden coordinó las explosiones en las embajadas de Kenya y Tanzania. Esos ataques fueron en represalia de la muy difundida ayuda brindada por la CIA en la captura de militantes islámicos por parte del gobierno de Albania y su extradición a Egipto. Ahora todo el mundo sabe que los servicios de inteligencia de Estados Unidos colaboraron en la detención de Ocalán.
Al actuar como policía del mundo y al ayudar a aprehender "terroristas" por parte de gobiernos represivos, Estados Unidos se está inmiscuyendo en los asuntos internos de países soberanos, donde no tiene intereses vitales. Si los terroristas deciden vengarse, las consecuencias pueden ser catastróficas. Hoy en día grupos terroristas están dispuestos a utilizar armas nucleares, químicas y biológicas.
El gobierno de Estados Unidos debe considerar seriamente si jugar el papel de policía internacional vale medio millón de muertos en una ciudad norteamericana. ©
Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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