Educación, el detalle
Macario Schettino comenta el nuevo modelo educativo que se implementará en México.

Hace unos días se presentó el nuevo modelo educativo, que describimos brevemente el 14 de marzo pasado. Comentamos entonces que hay detalles que no son tan claros, y que pueden complicar mucho las buenas intenciones de este proyecto, pero no pudimos desarrollar la idea. Permítame hacerlo ahora.
El currículum obligatorio incluye dos partes, que ojalá reciban la misma atención: la académica y la del desarrollo personal y social. Esta segunda tiene tres dimensiones: artes, educación física y educación socioemocional. Aunque no se detalla qué se incluirá en esto, el documento hace énfasis en cómo el sistema basado en el 'conductismo' debe ser sustituido. Ya no se debe educar con una combinación de premios y castigos, sino promoviendo el interés de los niños y niñas por el aprendizaje. Este cambio, en esencia, es muy bienvenido, porque sabemos desde los años setenta que un defecto serio de nuestro sistema educativo es que refuerza el autoritarismo, no tanto por los contenidos como por las formas; es decir, acciones de maestros y alumnos: el cállate y repite no nos puede llevar muy lejos.
Lo complicado es no irse al otro extremo. Una parte no menor de las cosas que deben aprenderse sí exige uso de memoria y repetición de ejercicios. No funciona eso de querer calcular a cada momento las tablas de multiplicar, ni se puede aprender a resolver problemas de álgebra sin hacer media hora diaria de ejercicios. Aprender a leer exige esforzarse en aprender nuevas palabras, construcciones diferentes, interpretaciones diversas. No creo que alguien pueda desarrollar pensamiento crítico sin aprender a considerar diferentes posiciones y confrontarlas con la evidencia existente, y eso no surge de la nada.
Todas las deficiencias mencionadas las puede usted encontrar hoy en niños y niñas de todos niveles, en estudiantes de licenciatura y en maestros, lo que lleva a pensar que en las últimas décadas el deterioro del sistema ha pasado por la pérdida de esos mecanismos indispensables para, como dice la Secretaría de Educación Pública (SEP), aprender a aprender. Entre tantas ocurrencias, les ha dado por no reprobar alumnos, e incluso por no utilizar calificaciones, para evitar a los niños la competencia y el sufrimiento que conlleva. Como si fuera de la escuela eso no existiera.
En la parte académica, me parece una gran cosa que se hayan eliminado las ciencias sociales y naturales para juntarlas en un área llamada “comprensión del mundo”. Ahora falta que al interior de ella no vayamos a tener un desequilibrio a favor de las primeras, que gustan mucho a los maestros, especialmente en el centro y sur del país, en contra de biología, física y química, que son más áridas, y por lo mismo menos interesantes para los maestros, que transmiten el desinterés a los jóvenes. El conocido fenómeno que hace que los niños y niñas tengan miedo a las matemáticas fácilmente se puede extender a las otras ciencias. Más si se enfatiza la idea de que todo el aprendizaje es divertido. No lo es. Puede serlo cuando ya se logró alcanzar un cierto nivel, pero hay que trabajar.
Es decir, que dejar de utilizar premios y castigos no implica desplazarnos al extremo en donde el maestro es un animador de grupos de niños y niñas que jamás aprenden nada. Aprender es un proceso que no es fácil, que tiene costos, y cuyos beneficios no se ven de inmediato. Cuando uno aprende a nadar, traga agua; cuando aprende a andar en bici, se raspa las rodillas. Se requieren miles de horas para dominar una especialidad.
Si eso se logra transmitir de forma adecuada a los niños y niñas, el nuevo modelo educativo será maravilloso.
Este artículo fue publicado originalmente en El Financiero (México) 17 de marzo de 2017.