Ebrios de poder
Alfredo Bullard explica que "Los derechos de autor son titularidades de muy discutida justificación. No pueden equipararse a la propiedad tangible, como muchos pretenden, con el solo uso ligero de la frase 'piratear es robar'. La diferencia recae en que cuando se roba un carro, su propietario ya no puede usarlo porque se lo han sustraído. Sin embargo, cuando cantas una canción el autor puede seguir cantándola sin ningún problema".
Por Alfredo Bullard
En EE.UU. muchos niños pasan sus vacaciones de verano en campamentos donde, entre diversas actividades recreativas, se agrupan en las noches alrededor de una fogata a entonar canciones.
En 1996 estos campamentos de verano recibieron una curiosa carta. La Ascap, una sociedad de gestión colectiva como la Apdayc peruana, les exigía pagar regalías para que los niños pudieran seguir cantando alrededor de las fogatas debido a que consideraban que los cantos eran una “ejecución pública” de canciones sujetas a derechos de autor. Argumentaban que estos campamentos ganaban plata gracias a los alegres cantos de los niños alrededor del fuego y, por tanto, se justificaba el cobro.
En España, dos entidades de gestión colectiva (la SGAE y la AGDI) exigieron a una empresa hotelera el pago por el uso de música que escuchaban los huéspedes en la tranquilidad de su cuarto.
En el Perú, la Apdayc utilizó parte de los $19,9 millones que recaudan (supuestamente para remunerar a los autores de la música) para pagarle su maestría al señor Massé, presidente de Apdayc, y, en el pasado, para comprar radioemisoras a pesar de que no tienen nada que ver con su objeto (recaudar y pagar derechos de autor a los compositores).
Los problemas de las sociedades de gestión colectiva no son solo peruanos, son universales. Estas entidades mamarrachentas y abusivas llenan periódicos con exigencias ridículas. Ello a tal punto que solo falta que se metan a tu baño para cobrarte por cantar en la ducha, o al cumpleaños de tu hijo a embargar los regalos porque no has pagado los respectivos derechos de autor para cantar “Happy Birthday to You”. A todo ello se suman continuos actos de corrupción y malversación de fondos.
El origen de los problemas parte del diseño institucional legal.
Los derechos de autor son titularidades de muy discutida justificación. No pueden equipararse a la propiedad tangible, como muchos pretenden, con el solo uso ligero de la frase “piratear es robar”. La diferencia recae en que cuando se roba un carro, su propietario ya no puede usarlo porque se lo han sustraído. Sin embargo, cuando cantas una canción el autor puede seguir cantándola sin ningún problema. La propiedad protege los bienes escasos. Pero las ideas o su expresión no son escasas porque pueden multiplicarse al infinito sin quitarle nada a su creador. Miles pueden cantar simultáneamente la misma canción sin que el canto de uno excluya la posibilidad de que otros canten la misma tonada.
Por eso suena tan ridículo cobrarles a los niños en la fogata o a los huéspedes de un hotel. En estricto, no le están quitando nada a nadie.
Pero además de las discutibles bases de los derechos de autor y su ficticia equiparación con la propiedad, el cobro mediante estas sociedades es contrario a la libre competencia. Apdayc, como sus compinches en todos los países, es un vulgar cártel. No es una empresa sino una asociación de productores que se agrupan, increíblemente con el apoyo de la ley, para fijar tarifas, imponerlas y cobrarlas de manera colectiva.
Así como los polleros en el pasado se pusieron de acuerdo para subir el precio del pollo, Apdayc agrupa a los creadores de música para fijar precios, pero con el agravante de que, además, puede cobrarlos de manera común, evitando la competencia entre obras musicales y cobrando por paquetes que, increíblemente, llegan a incluir canciones que ni siquiera están autorizadas a cobrar.
La ley les entrega un gran poder, y ya dice la frase: entrega un gran poder sin límites y tendrás un gran abuso sin límites. Por eso son arbitrarios, corruptos y prepotentes.
A estas personas se les suben los humos fácilmente. Se sienten los representantes del alma de la humanidad y por tanto creen que ello los autoriza a cualquier cosa. Hace unos años, un consultor de la OMPI (la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual) reaccionó a mis críticas y propuestas de reforma de manera airada: “Los derechos de autor representan la creatividad más sublime del hombre. Para hacer experimentos que usen agua, pero no champaña”. Me limité a contestarle “Hay que tener cuidado: la champaña emborracha”.
Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 26 de octubre de 2013.