Duque debe reducir el gasto y pagar la deuda

Daniel Raisbeck considera que a pesar de que Colombia goza de estabilidad macroeconómica, debe ocuparse de reducir el gasto y el endeudamiento si desea mejorar el desempeño de su economía.

Por Daniel Raisbeck

Al establishment colombiano le gusta darse palmadas en la espalda. Usualmente sus miembros lo hacen al dirigir toda discusión económica hacia la estabilidad del país a nivel macro. Frecuentemente los tecnócratas exaltan la histórica solidez macroeconómica de Colombia con cifras como la consistencia del crecimiento del PIB durante décadas o la ausencia de un episodio de hiperinflación como la que actualmente agobia a Venezuela, o la que sufrió Perú durante el primer mandato de Alan García.

El historiador Jorge Orlando Melo resumió bien este punto de vista: desde los 1920, escribe, el Estado colombiano ha implementado “una política económica tranquila… sin sueños grandiosos ni esfuerzos populistas”.

Si por populismo entendemos el Socialismo del Siglo XXI y su receta de controles de precio, expropiaciones e inevitable inflación desbordada, ciertamente es preferible una política macroeconómica “tranquila” como la colombiana. Por otro lado, esa tranquilidad, en gran parte producto de la desconfianza frente a las fuerzas del libre mercado, ha conducido a un crecimiento menor (3,8 % en promedio entre 1977 y 2017) al de países que han acogido el librecambio con más convicción. En términos regionales están los ejemplos de Chile (4,8 % durante el mismo período) y, más recientemente, Panamá (5,1 % entre 1977 y 2017, y 7,5 % entre 2003 y 2017). Quien no tiene sueños grandiosos no puede obtener resultados sobresalientes.    

Hoy, los economistas mainstream argumentan que Colombia va por buen rumbo y que el nuevo gobierno debe “construir sobre lo construido”. En especial, apuntan a la gradual reducción de la pobreza y la atribuyen a una serie de subsidios, sin mencionar cómo los políticos han usado esos subsidios para expandir sus clientelas. También pasan por alto el hecho de que, en Colombia, la ineficaz y corrupta repartición de los subsidios termina incrementando la desigualdad. No obstante, el consenso entre los economistas tradicionales es que se debe mantener el nivel actual del gasto del Estado en vez de reducirlo.

Esta tesis contiene varios problemas. En primer lugar, el Presidente Iván Duque se hizo elegir con una agenda de recortar el derroche del Estado, el cual creció de manera acelerada durante los últimos años. Millones de sus votantes creyeron que esa era su intención y, como contribuyentes al fisco, esperan resultados concretos.

Por otro lado, mucho más allá de la puja diaria de la política interna, el caos cambiario en Turquía y en Argentina ha alertado a los mercados internacionales acerca del peligro crediticio que representan los países que se endeudaron excesivamente en dólares durante los últimos años. Mientras los estados irresponsables asumían deuda en dólares relativamente baratos— e inclusive celebraban la compra de bonos por parte de extranjeros como una señal de confianza en el país— la Reserva Federal de Estados Unidos aumentaba las previamente diminutas tasas de interés y, como consecuencia, fortalecía el valor del dólar.      

En otras palabras, los anfitriones de la fiesta de la deuda barata cerraron sus puertas pero algunos parranderos imprudentes, entre ellos Colombia, decidieron extralimitar su invitación sin medir las consecuencias.   

Según Bloomberg, el país con mayor riesgo de contraer el malestar que atormenta a Turquía y a Argentina es Colombia. Aunque el país no tiene un problema actual de inflación, sí tiene un déficit fiscal y de cuenta corriente mientras que la deuda externa constituye el 40 % del PIB (2 % mayor que la deuda argentina). Ambrose Evans-Pritchard del Daily Telegraph, citando un estudio del Institute of International Finance, escribe que Colombia bebió en exceso de la pócima del crédito barato antes de que el grifo empezara a cerrarse gradualmente; ahora le espera una resaca larga y dolorosa. No es exactamente la descripción de una estabilidad infranqueable.

Peor aún, algunos analistas aseguran que el peso está protegido por el precio del petróleo, relativamente alto en comparación a los niveles que alcanzó en años pasados. No obstante, Guillermo Valencia de la firma Macrowise advierte que “pensar que el petróleo va a mantener blindado al peso colombiano es una mala apuesta” dada su volatilidad. 

Aún si el precio del petróleo siguiera al alza, apostarle a ello en vez de concentrarse en los problemas que Colombia sí controla me recuerda a la descripción del escritor financiero Jason Zweig del método de escoger acciones bursátiles según murmullos de su futuro valor: es como calcular el precio de la casa propia según rumores de que Cenicienta construirá su palacio en el lote vecino.

Para Colombia, un escenario de alta deuda, dólar fuerte y petróleo barato sería potencialmente desastroso. No se debe olvidar— teniendo en cuenta que el dólar está por encima de COP $3.000 cuando escribo,— que el peso colombiano llegó a ser la moneda más desvalorizada del mundo frente al dólar en el 2015. Lo que los predicadores de la estabilidad macroeconómica suelen omitir es que una moneda altamente desvalorizada es una manera segura de destruir la riqueza y los ahorros de los ciudadanos.   

¿Cómo afecta todo esto al gobierno del nuevo presidente Iván Duque? Está muy bien que busque reducir los impuestos a las empresas y diversificar la economía colombiana, entre otras cosas para reducir el impacto de los vaivenes del precio del petróleo. En cuanto a la deuda, sin duda el gobierno de Juan Manuel Santos dejó tras suyo lo que los romanos llamaban una damnosa hereditas (una herencia que, lejos de ser un activo, resulta ser un pasivo). Pero así Duque no haya creado los alarmantes niveles de deuda actual, sí le corresponde reducirlos. Y pronto.

Por eso sorprende que Alberto Carrasquilla, el ministro de Hacienda de Duque, no haga énfasis en recortar drásticamente el gasto estatal pero sí en su voluntad de mantener y hasta ampliar los niveles actuales de recaudo. Como ha escrito el economista Luis Guillermo Vélez, en Colombia es posible crear grandísimos ahorros al acabar “exclusivamente el gasto burocrático y parte del gasto puramente asistencialista” que ejecutan numerosas agencias estatales, las cuales dilapidan recursos sin cumplir ninguna función necesaria.

El debate actual gira alrededor del anuncio de Carrasquilla de que ampliará la base tributaria al reducir el nivel mínimo de ingresos necesarios para que una persona asalariada pague el impuesto a la renta (en 2015, sólo el 4 % de los colombianos declararon renta, tributo que generó cerca de la mitad del recaudo total). Tal vez sea positivo que el pago de impuestos directos en Colombia deje de ser el “privilegio” de una ínfima minoría, pero el asunto crucial es reducir el gasto, generar ahorros y pagar la deuda.

Más allá de la retórica de la estabilidad, urge que Duque ordene las finanzas de la maltrecha casa que heredó. De lo contrario las erráticas corrientes de los mercados globales podrían hacerla colapsar encima suyo.