Dos predicciones modestas de 1997

En 1997 John Mueller predijo que el mundo experimentaría un crecimiento económico y mejoras en el bienestar humano sin precedente y, además, que pocos estarían particularmente impresionado con esos desarrollos.

Por John Mueller

Este artículo fue extraído de “The Rise of the Politically Incorrect One-Handed Economist”, una presentación en un tomo-homenaje publicado en honor de Richard Rosecrance en enero de 1997.

Todavía no me topo con un estadounidense mayor de 47 años que regularmente diga, “Sabe usted, si hubiera nacido en el siglo 19, probablemente ya estaría muerto”. Nadie realmente piensa de esa manera, aún así esa afirmación es totalmente cierta —y, por supuesto, no quiero decirlo en el sentido de que prácticamente todos los que nacieron durante el siglo pasado ya no están con nosotros, sino en el sentido de que la expectativa de vida en EE.UU. hasta hace tan poco como 1900 era de 47 años. 

Suelen decir que las personas no aprecian su salud hasta que se enferman, su libertad hasta que la pierden, su riqueza hasta que la ven amenazada, sus dientes hasta que les duelen. En otras palabras, cuando nos llegan cosas buenas, rápidamente llegamos a darlas por hecho. 

Si nos hacen felices, muy bien podríamos no darnos cuenta después de un periodo breve de asimilación que muchas veces es cautelosa: son ingeridas y parecen ser algo que nos corresponde, nuestro lugar en la vida. Ocasionalmente, las personas en las sociedades afluentes puede que se detengan para reflexionar acerca de cómo es que alguna vez pudieron vivir sin faxes, e-mail, cajeros automáticos, procesadores de palabras, electrocardiogramas, el transporte aéreo, la pizza congelada, las grabadoras de cassette, la eliminación de residuos, los inodoros con descarga, los abridores de latas eléctricos, los teléfonos celulares, o las máquinas de expreso, pero en aquellas raras ocasiones, la observación es generalmente una broma, y muy rara vez las personas seriamente conceden que esas adiciones ansiosamente aceptadas en sus vidas podrían de alguna manera haberlos hecho más felices. 

De hecho, si algo pasa, es que hay una tendencia a mirar hacia atrás al pasado de manera miope, olvidando sus complejidades, y horrores, y muchas veces dándole un brillo dorado. Nos gusta ver el pasado como un tiempo más sencillo, aunque las obras de Shakespeare y Aeschylus ciertamente suelen sugerir que las personas en tiempos antiguos realmente tenían problemas relativamente complicados. Las imágenes nostálgicas de la vida americana en 1900 rara vez recuerdan los dientes podridos o muestran que cada día al menos 3.000 millones de moscas fueron creadas en las ciudades por el estiércol de los caballos.

Un proceso sistemático, cuando no silencioso, de elevación de los estándares también contribuye a esto. Por ejemplo, un pie de foto colocado arriba de un barredor viejo de alfombras en una exhibición en el Museo Strong en Rochester indica, “Aparatos para ahorrar trabajo como los barredores de alfombras ayudaron a las personas de clase media a satisfacer sus deseos de limpieza dentro de sus hogares”. Para que uno no concluya que esto fue una mejora, sin embargo, el escritor del pie de foto rápidamente agrega, “Desafortunadamente, cada nuevo desarrollo elevó los estándares y expectativas de limpieza, haciendo que el ideal sea más difícil que nunca de alcanzar”.

La prensa puede que juegue un papel en todo esto, un papel que conduce hacia una paradoja notable. En un lugar donde las cosas están absolutamente mal (Sudán, por ejemplo), puede que haya una ganancia editorial con el optimismo. Pero en lugares donde las cosas van notablemente bien (EE.UU., por ejemplo), las buenas noticias, precisamente porque son tan comunes, simplemente no venden. 

Consecuentemente, los pesimistas y agoreros del desastre (los privilegiados pesimistas que no paran de hablar) suelen dominar. La revista The Atlantic, por ejemplo, parece ser adicta a artículos como “La crisis del orden público”, “La deriva hacia el desastre”, “La anarquía que se viene”, y “La plaga que se viene”, y los editores solo estarán realmente contentos, algunos sugieren cuando orgullosamente podrán destacar un artículo titulado, “El mundo se acaba, dicen los expertos”. 

El proceso político también está esencialmente dedicado a producir malas noticias. A quienes están en el poder puede que les guste resaltar lo positivo, pero los opositores no pueden—deben trabajar muy duro para encontrar cosas que están mal y eso, al mismo tiempo, concierne a un número considerable de electores. Si son exitosos en esto, sería imprudente que quienes están en el poder simplemente ignoren la preocupación de los electores. Deben estar de acuerdo, o parecer estar de acuerdo, de que el problema es genuino y luego proponer una solución al problema que parezca ser superior a aquella propuesta por el opositor. El proceso conduce a unas anomalías agradables: la limpieza del aire en EE.UU. ha mejorado marcadamente durante las dos últimas décadas, pero la mayoría de la gente piensa (y muchas personas parecen querer pensar) que lo contrario es cierto. 

Por lo tanto, la cuota de catástrofes sigue estando cómodamente llena. Cuando un problema importante es resuelto o eliminado o cuando una mejora importante se hace, hay pocos comentarios reflexivos, y los problemas otrora considerados pequeños son rápidamente elevados en su importancia percibida. En ninguna parte es esto más claro que en los asuntos internacionales, donde la Guerra Fría y la amenaza de un holocausto nuclear han evaporado en recientes años para la gran inconveniencia de los agoreros del desastre en todas partes. Pero con apenas una pausa para respirar ellos han hábilmente presentado una lista de problemas nuevos que nos plagan en nuestro “nuevo desorden mundial”.

Un enumerador es “la proliferación de armas de destrucción masiva y los misiles balísticos que las cargan; los odios nacionales y étcnicos que pueden hacer metástasis a través de grandes porciones del mundo; el comercio internacional de narcóticos; el terrorismo; los peligros inherentes en la dependencia de Occidente del petróleo de Medio Oriente; nuevos retos económicos y ambientales”. Que ninguno de estos problemas es nuevo y que algunos de ellos son una preocupación menos urgente de lo que eran durante la Guerra Fría importa poco. 

Las guerras derivadas de odios étnicos o nacionales no son ni nuevas ni están aumentando en frecuencia alrededor del mundo, y la proliferación nuclear tampoco es un problema nuevo—de hecho, puede que sea un problema menor ahora—de lo que era en 1960, cuando John Kennedy señaló repetidas veces con preocupación que podrían haber 10, 15, 0 20 naciones con capacidad nuclear para 1964. El comercio internacional de drogas obviamente ha existido desde hace algún tiempo, mientras que la dependencia supuestamente peligrosa de Occidente del petróleo de Oriente Medio ha sido una cuestión de preocupación exaltada desde al menos 1973. El impacto del terrorismo muchas veces has ido más en la histeria exagerada que genera que en sus efectos físicos reales—menos estadounidenses son asesinados por terroristas internacionales que aquellos que mueren por un rayo o por un venado. Los retos económicos y ambientales difícilmente son nuevos, pero las nuevas alarmas pueden ser encendidas. En un libro best-seller pesimista en 1993, el historiador Paul Kennedy fue capaz de provocar una preocupación considerable en torno a la contaminación, la inmigración, y la robótica. Es suficientemente interesante que la guerra, una preocupación central de su best-sellar de 1987, aparentemente había desaparecido de sus preocupaciones: la palabra “guerra” ni siquiera aparece en el índice del segundo libro. 

O, como Zbigniew Brzeziński, uno puede concentrarse en problemas adorables, aunque vaporosos, tales como la “agitación”. Si eso no fuera lo suficientemente alarmante, siempre podemos quejarnos acerca del déficit, un problema principalmente causado por el hecho de que las personas viven demasiado tiempo. Felizmente, en el curso de este siglo la atención médica mejorada no solo ha generado un maravilloso problema nuevo acerca del cual nos podemos quejar, sino que ha provisto al estadounidense promedio con 30 años adicionales de vida en los cuales se pueden pasar quejándose (y con sus dientes originales además). 

Todo esto sugiere, entonces, dos predicciones modestas acerca del próximo siglo: 

El mundo es probable que experimente un incremento masivo en el crecimiento y bienestar económico. 

Y nadie estará particularmente asombrado.

Este artículo fue publicado originalmente en Human Progress (EE.UU.) el 26 de enero de 2021.