Disecando la descarbonización
Juan Carlos Hidalgo considera que el Plan Nacional de Descarbonización está siendo juzgado por sus intenciones y no por sus esperados resultados y que generar "empleos verdes" podría terminar costando muchos más empleos en otros sectores de la economía.
La métrica por excelencia para juzgar la viabilidad –y seriedad– de un plan es su análisis de costo-beneficio. Es ahí donde podemos determinar, por ejemplo, si un gasto es en realidad una inversión, es decir, si dará los réditos a futuro que lo justifique. En ese sentido, el Plan Nacional de Descarbonización (PND) no llega ni a primera base. En sus 102 páginas ni siquiera hay una mención de cuánto le va a costar al país. ¿Es mucho pedirle ese dato a un plan cuya modesta aspiración es “transformar la economía”?
Una nota reciente del New York Times sobre el PND sí menciona un “cálculo bruto inicial” de $6.500 millones para los próximos once años. No queda claro el origen de la cifra –puesto que no está en el plan–, en qué se gastaría ese dinero, ni la proporción que le correspondería al gobierno y al sector privado. Mucho menos dice de dónde saldrá la plata. Para ciertos actores estas interrogantes son una majadería puesto que el objetivo es salvar al planeta, pero se trata de preguntas ineludibles para un país cuyas finanzas estatales están en la lipidia.
El problema fundamental del PND es que las “inversiones” que plantea se diseñaron no bajo criterios de costo-beneficio, sino bajo el objetivo –irrealista, además– de alcanzar la descarbonización de la economía. De tal forma, el plan rechaza la posibilidad de adoptar tecnologías que, si bien reducen las emisiones, no las eliminan por completo. Por ejemplo, el gas natural es una fuente de energía limpia y económica, pero el PND lo descarta por no ser 100% libre de emisiones. Dicho populismo energético es un sinsentido que le saldrá muy caro al país.
Tampoco podemos caer en la trampa de creer que los empleos generados por la introducción de energías limpias equivalgan a reactivación económica. Si estos puestos de trabajo se materializan gracias a cuantiosos subsidios estatales –como es probable que sea el caso–, el costo de oportunidad de esos recursos puede ser muy alto. Diversos estudios en Dinamarca, España, Italia y el Reino Unido muestran que por cada “empleo verde” que se creó en esos países, no se generaron varios tantos más en otros sectores de la economía.
Por supuesto, siempre existe la tentación de juzgar a una iniciativa únicamente por sus intenciones. Esa ha sido la reacción general hacia el PND. Pero no olvidemos la máxima de que el diablo está en los detalles.
Este artículo fue publicado originalmente en La Nación (Costa Rica) el 17 de marzo de 2019.